Siete años después.
El ser tocado por aquellas manos, que alguna vez le quitaron la vida a otro ser humano, excitaba sobremanera a JongDae. Se retorcía sobre el cuerpo caliente de su amante, jadeando y pidiendo más. Mientras MinSeok lo penetraba furiosamente.
Siempre era así. Desde su reencuentro, el deseo que ardía entre ellos, no parecía saciarse nunca. A veces, todo empezaba con un roce, con una caricia liviana o con un beso virtuoso. De alguna manera, terminaban en la cama, envueltos entre sábanas de seda y ruidos obscenos de piel contra piel.
En ocasiones, MinSeok visitaba a JongDae en su oficina. Había logrado conseguir un puesto como editor en una revista especializada en diseño de interiores. No era lo que siempre soñó, pero le ayudaba a mantenerse ocupado. Casi siempre, terminaban sus conversaciones con MinSeok arrodillado bajo su escritorio, devorando su dureza con avidez.
MinSeok trabajaba desde casa. Durante sus años en el LOTTE Mart, había ahorrado una pequeña fortuna, la cual había invertido después en bienes raíces y en la bolsa de valores. El hombre seguía sintiéndose Dios, pero ahora por razones menos tétricas. Se había convertido en un asesor financiero exitoso, y podía trabajar bajo sus propias condiciones. Lo cual, resultaba extremadamente conveniente, cuando JongDae lo llamaba por el intercomunicador, para decirle que lo esperaba desnudo en la habitación.
Sin embargo, las sesiones aleatorias de sexo, tendrían que verse interrumpidas ese invierno.
—Vamos, sólo un vez... —MinSeok rogaba en la oreja e JongDae. Lo abrazaba por detrás, presionando su dureza contra el trasero del más joven.
—Ahora no. Está por llegar. ¿Acaso quieres que nos encuentre teniendo sexo? —JongDae se retorcía en los brazos de su amante, riendo. Estaba poniendo las últimas fresas sobre el pastel que acababa de hornear.
—Está bien. Pero, esta noche, a penas se duerma...
—Sí, sí, te lo compensaré —JongDae dio media vuelta para encarar a MinSeok y besar sus labios.
—¡Señores Kim! —la voz de la asistente de MinSeok resonó en l cocina—. ¡Ya llegó!
La joven sonrió emocionada, y salió corriendo por el pasillo, seguida por la pareja.
En la puerta de la entrada, dos pequeñas maletas eran cargadas por el chofer.
—¡DongYul! —JongDae salió corriendo para recibir a su pequeño hijo.
Había pasado un año en el mejor internado de Alemania. A pesar de ser pequeño, siempre demostró gran madurez para su edad. JongDae había decidido enviarlo lejos, cuando enfrentó una pequeña crisis, a causa del pasado de MinSeok. No quería que su hijo estuviera expuesto a esos sentimientos negativos. Ahora, la familia estaba reunida de nuevo.
DongYul era igual a su padre. Tenía sus ojos oscuros y chispeantes de alegría. Su sonrisa peculiar también era igual. Quizá por eso, MinSeok lo adoraba como si fuera de su sangre. El día que asesinó a SooYun, se llevó al bebé con él, y lo cuidó con recelo mientras ideaba el plan para sacar a JongDae de la cárcel.
El niño creció con sus dos padres, nunca cuestionó sus circunstancias. Debido a su madurez, tampoco objetó la decisión de JongDae de enviarlo a un internado. Allí, hizo nuevos amigos, aprendió otros idiomas y se volvió disciplinado.
—Te extrañé papá —dijo el pequeño, abrazando a su padre con fuerza.
—Y a mí, ¿no me extrañaste? —MinSeok los observaba desde la entrada, con los brazos cruzados y una gran sonrisa.
DongYul soltó a JongDae y corrió hacia MinSeok, rodeándolo con sus brazos de la misma manera.
—Te hice un pastel de fresas... Aunque, creo que no salió muy bien.
—Si lo hiciste tú, debe ser delicioso, papá.
—¡Vamos a la cocina!
MinSeok se agachó para que el pequeño subiera a su espalda. Corriendo y riendo, se dirigieron a la cocina, mientras JongDae los seguía, observándolos con la felicidad desbordándose en los bordes de su sonrisa.
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Nota: Espero que les haya gustado. Muchísimas gracias por leer mi historia, por sus comentarios y por sus estrellitas <3
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El jardín de almas
Bí ẩn / Giật gân¿Por qué hacía lo que hacía?... No lo sé. Simplemente, encontraba placer en hacerlo. El poder me intoxicaba. Yo era Dios y ellos me pertenecían. Yo era su creador y su destructor. ...