IV

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Su primera semana como encargado del almacén, había transcurrido en paz. Sin embargo, JongDae había notado un detalle que, a cualquier otro, le hubiera parecido escalofriante. Y es que MinSeok se aparecía en cualquier lugar, a cualquier hora, observando detenidamente a todos los empleados. Uno de sus compañeros de trabajo, le habló sobre las costumbres del jefe el viernes, durante el almuerzo.

—Dicen que tiene cámaras por toda la tienda. Pero no creo que le importe vigilar a los clientes, somos nosotros, ¿sabes? Está como obsesionado con vigilarnos a nosotros, como si fuéramos los peones en su juego de ajedrez —BaekHyun masticaba despacio mientras hablaba. JongDae lo había invitado a sentarse junto a él, en su mesa favorita a la entrada de la cafetería. Sin embargo, ahora se arrepentía un poco, porque BaekHyun era demasiado parlanchín, y parecía que exageraba un poco los hechos—. A veces, me da miedo ir al baño, estoy seguro de que también tiene cámaras ahí.

—Eso sería un delito, BaekHyun. Quizá, el jefe sólo quiere asegurarse de que hacemos bien nuestro trabajo. Después de todo, esta tienda es su responsabilidad —JongDae rió divertido, luego tomó entre sus manos la taza de café humeante.

—No. Escucha lo que te digo. En su oficina tiene pantallas done puede ver cada sección de la tienda. No podemos equivocarnos, JongDae, o seremos despedidos. Apenas llevo un año aquí, pero ya he visto más dramas que los que pasan en la televisión. Una vez, despidió a un cajero porque olvidó entregar el ticket de compra. Lo digo en serio, el tipo se hincó para suplicarle a jefe... —BaekHyun se inclinó un poco más cerca de JongDae, para decirle la última parte de la historia casi en secreto—. Puedo apostar mis bolas, a que el jefe lo disfrutó. Yo lo vi con mis propios ojos, el jefe sonreía satisfecho mientras el otro pobre suplicaba.

JongDae se echó hacía atrás en su silla de plástico, riendo divertido mientras negaba con la cabeza.

—Creo que exageras, BaekHyun. Si el jefe ha despedido a tanta gente, sus razones tendrá. Es mejor que nos concentremos en hacer bien nuestro trabajo.

Aunque no quisiera admitirlo, las palabras de BaekHyun lo habían intoxicado de alguna manera. JongDae decidió poner un poco más de empeño en sus actividades después de aquella conversación.

Aquella noche, después de terminar su turno, el encargo del almacén entró a los vestidores para cambiarse. Se quitó la camisa blanca y la dobló dentro de su mochila. Examinó la camisa que colgaba dentro de su casillero, para asegurarse de que estuviera en óptimas condiciones para el día siguiente. JongDae se paró semidesnudo frente al espejo de la puerta del casillero, para acomodar un mechón de cabello negro que caía sobre su frente. Ahí lo vio: El reflejo de MinSeok de pie detrás de él, observándolo. Se sobresaltó.

—Se-señor... Me asustó —confesó, poniendo sus brazos torpemente sobre su torso desnudo.

—Lo lamento —MinSeok le sonrió como si nada—. Sólo estaba dando mi última ronda por la tienda. ¿Tuviste un buen día?

JongDae se apresuró a sacar su camiseta azul de la mochila. Se la puso lo más rápido que pudo, sin dejar de mirar a su jefe.

—Sí... sí. Creo que fue un día tranquilo. Llegó mercancía de China. Ya terminé el reporte, mañana lo tendrá a primera hora en su escritorio.

—Bien, bien. Has resultado ser un elemento eficaz en nuestro equipo —MinSeok caminó despacio alrededor de él, tocando los casilleros como si los pusiera a prueba—. Sólo... me gustaría darte un consejo. No deberías perder tu tiempo en cotilleos inútiles. Quiero decir, los chismes en el trabajo nunca traen nada bueno, ¿sabes?

MinSeok terminó de analizar los casilleros y fijó sus ojos oscuros en el muchacho. En sus labios se dibujó una sonrisa extraña, que parecía más una advertencia.

—Me gustas, JongDae —espetó el jefe.

El corazón del muchacho dio un vuelco. No eran las palabras la razón de su perturbación, era el tono en el que el más bajo las había pronunciado. Con autoridad, como si dejara una marca imborrable sobre él.

—Yo...

—Me caes bien, muchacho. Eres trabajador, y eso es algo que valoro mucho. No me gustaría que perdieras tu empleo por una tontería. Debo confesar que soy muy estricto —MinSeok sonrió otra vez, ahora parecía más amigable—. Pero, debo serlo. Soy el responsable de esta tienda. Tengo que responder a mis superiores, ¿entiendes?

JongDae asintió. Estaba inmóvil, intentado procesar las palabras que salían de la boca de su jefe. Por un momento, estuvo seguro de que ese hombre no solo observaba a sus empleados, sino que también los escuchaba.

—¿Qué te parece si almorzamos mañana? Yo mismo traeré la comida. Lo que sirven en la cafetería es espantoso, es lo único que no he logrado mejorar.

El muchacho asintió nuevamente, mientras un esbozo de sonrisa se dibujaba en sus delgados labios. MinSeok se despidió sonriendo también, y palmeó su espalda dos veces antes de salir de los vestidores, dejando así, un cosquilleo molesto en el lugar que había tocado.

Esa noche, mientras viajaba en el autobús de regreso a casa, JongDae no dejó de pensar en su jefe. Algo se revolvió en su estómago al recordar sus palabras. Sin embargo, no sentía náuseas, no era una sensación desagradable. Por el contrario, el muchacho comprendió que aquello se asemejaba más a una especie de excitación. Era como si su botón de vida se encendiera de nuevo, toda la pesadez que su existencia miserable lo había obligado a arrastrar desde hacía unos meses, ahora parecía más liviana. Por algún inquietante motivo, JongDae encontraba a su jefe interesante. Su curiosidad despertó, le picaba dentro del pecho. Quería saber más acerca de aquel hombre tan pulcro y correcto. Era como si su instinto le dijera que había algo más ahí, algo oscuro, algo digno de atención. Cuando llegó a casa, se fue directo a la habitación, ignorando el molesto parloteo de su esposa. Se tiró sobre la cama, sumergido en sus pensamientos.


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