XVI

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Park ChanYeol golpeó la fría superficie de su escritorio con ambos puños. La noticia que su subordinado le había dado, lo hizo enfurecer. Suspiró mientras se llevaba ambas manos a la cintura. Comenzó a caminar por toda la oficina, bufando, como un toro a punto de embestir. KyungSoo se encontraba sentado en su lugar acostumbrado, observando al detective con resignación.

—¿Qué te dijo su casero?

—Sólo dijo que se fue hace un par de días. Tomó sus cosas y se marchó, ni siquiera pidió el reembolso de su depósito.

—¿Le preguntaste a todos los empleados del bar?

—Sí. Nadie sabe nada de él. Al parecer, tiene familia en Busán.

—¡Pues, búscalo! ¿Qué haces ahí sentado?

Pocas veces había visto a su jefe enojado. Así que KyungSoo no pudo evitar dar un pequeño salto al recibir la orden. Aquella tarde, había regresado con la noticia de que el barman había desaparecido. No se presentó a trabajar después de ayudar con el retrato hablado, y había dejado su departamento también. El detective Park entró en pánico, pues aquel hombre era su única pista. Estaba seguro de que sabía más de lo que había dicho, y no importaba si tenía que viajar a otro planeta para encontrarlo.

KyungSoo salió corriendo de la oficina para revisar los archivos en una de las computadoras de la estación. Después de una breve investigación, logró conseguir una dirección en Busán.

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Después del primer encuentro, el jefe y el empleado reanudaron su relación formal, por lo menos enfrente de la gente. Sin embargo, los labios de JongDae se habían vuelto una adicción para MinSeok, todo lo que hacía con ellos era satisfactorio de mil maneras, tanto los besos que le robaba en el baño o los vestidores, como las felaciones que le practicaba cuando lo citaba en su oficina para llamarle la atención.

JongDae, por su lado, nunca se había sentido más vivo. Cada vez que su jefe le jalaba el cabello mientras se retorcía de placer entre sus labios. Cada vez que azotaba su trasero mientras lo embestía con fuerza, o cuando le mordía el cuello con demasiada fuerza. Todo aquello le inyectaba una energía nueva a su cuerpo. No era una adicción al sexo, era un regocijo infinito provocado por el dolor. El dolor intenso y firme, que sólo su jefe podía infligir en él. El dolor que lo hacía sentirse vivo, que le recordaba que tenía un corazón palpitante dentro de su pecho.

Aquella semana, JongDae no mencionó a su esposa, ni MinSeok preguntó por ella. Se dedicaron a planear sus encuentros a escondidas, a disfrutarse el uno al otro, y a explorar los límites de su propio placer. MinSeok se encontraba desconcertado, por decir lo menos. Entre más se acercaba a su empleado, más intensa y urgente era su necesidad de él. Era como si él mismo un hubiera existido antes de JongDae. Un hombre nuevo, desconocido, temeroso y decidido al mismo tiempo, había nacido dentro de él. Recordaba a menudo la sed de sangre que lo ahogaba, sin embargo, ya no era tan apremiante. El único instinto que lo había guiado a través de su vida adulta, se adormecía en su interior con cada caricia de JongDae.

Pero, así como el viento puede cambiar su dirección de pronto, la bestia que dormitaba, se despertó una mañana. JongDae se encontraba recargado sobre un anaquel, mientras supervisaba a un par de empleados que organizaban la mercancía que acababa de llegar. Su teléfono sonó. Era SooYun. La mujer comenzó a gritarle del otro lado de auricular, peleando por alguna cosa que JongDae no podía recordar.

MinSeok había ido a buscarlo para pedirle unos reportes, cuando escuchó la estruendosa voz de la mujer, saliendo del auricular. El jefe se quedó de pie, a espaldas del empleado, escuchando cómo los insultos subían de tono, igual que su ira.

¡Eres un inútil, JongDae!

¡Rezo para que tu hijo no se parezca a ti!

¡Me avergonzaré por siempre de él, si hereda tu estupidez!

¡En cuanto nazca me lo llevaré lejos de ti! ¡¿Escuchaste?!

Los ojos de JongDae comenzaron a llenarse de lágrimas. A pesar de no poder verle la cara, MinSeok sabía que estaba llorando. Él sabía lo importante que era ese bebé para su empleado. Las amenazas de la mujer, calaron muy hondo en el corazón del más joven, quien comenzó a suplicar, tratando de contener las lágrimas.

—¡Por favor, SooYun! Haré lo que me pidas. ¿Acaso no te he dado casi todo mi sueldo? Te he dado todo lo que me has pedido. Por favor... por favor... no digas esas cosas.

Fue la voz entrecortada de JongDae, lo que hizo hervir la sangre del asesino. El monstruo había despertado, más feroz que nunca.

MinSeok Se acercó y le arrebató el aparato a su empleado, quien dio un salto y miró hacia atrás. Se limpió las lágrimas que habían comenzado a rodar sobre sus mejillas, y clavó los ojos en su jefe, cuya expresión reflejaba la más profunda de las rabias.

—¡Te he dicho miles de veces que no puedes hacer llamas personales en horario de trabajo! —dijo, apretando los dientes, mientras terminaba la llamada con el pulgar.

JongDae se quedó mirándolo en completo silencio. Una parte de él quería lanzarse a sus brazos, esa parte que dolía con desesperación, esa parte que quería escapar de su realidad, esa parte que se había acostumbrado a la calidez del cuerpo frente a él. Pero, se contuvo. Se contuvo tanto como se contuvo MinSeok, cuyo corazón le exigía a gritos que se llevara al muchacho de ahí, que presionara su cuerpo contra el suyo, como si con eso pudiera borrar para siempre el dolor que se reflejaba en sus hermosos ojos oscuros.

Nunca se había sentido más colérico. Como todo lo que JongDae le hacía sentir, aquella ira también era nueva e incontrolable. Sin embargo, el asesino sólo conocía una manera de lidiar con aquello.

—Te espero esta noche en mi oficia, cuando termines tu turno. Hasta entonces, te devolveré esto —agitó el celular en el aire y se marchó.

JongDae suspiró, como si el tiempo, detenido por unos segundos, se hubiera vuelto a poner en movimiento. Se frotó el rostro con ambas manos y siguió con su labor. Un torbellino de emociones se formó en su pecho. Quería gritar, correr lejos. Pero, por sobre todas las cosas, quería que la noche llegara pronto.


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