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Esa noche, MinSeok salió a cazar. Otra presa fácil. Al parecer, atravesaba una buena racha. Estaba eufórico y terminó matándolo antes de que la droga en su trago hiciera efecto. ¿Cuál era su nombre?... YiXing. Era un tipo muy guapo en vida, pero en la muerte, se había convertido en toda una obra de arte. MinSeok acarició sus labios azulados, ahora carentes de dulzura. Sus dedos descendieron por su mandíbula tensa, pasando por su cuello, donde las marcas rojizas comenzaban a adquirir una hermosa tonalidad violácea. El recuerdo de la luz vital apagándose en sus ojos aterrados, lo hizo sonreír. Admirar su obra final, tendida sobre la mesa metálica dispuesta en el sótano, era su parte favorita. MinSeok hubiera deseado poder fotografiar su creación, pero no era sabio dejar evidencia regada por ahí. Además, el hecho de ser tan efímera, la hacía más preciada.

Aquel cuerpo inerte, pronto se convertiría en otra cosa. MinSeok disfrutaba por igual todo el proceso. En el sótano, ataviado con un impermeable transparente, guantes de látex y un cubre bocas, el asesino se tomó su tiempo para desmembrar el cuerpo, hasta que quedaron pequeños trozos de lo que alguna vez fue una vida plena.

El sábado, apenas amaneció, MinSeok abrió la puerta trasera de su casa y salió al jardín. Aquel lugar casi podría ser descrito como idílico. Hermosas flores de colores despertaban con los primeros rayos del sol, bañadas todavía con el rocío matutino. Rosas, hortensias, claveles y orquídeas de las especies más exóticas, salpicaban de color todo el lugar. Sin embargo, ellas no eran las protagonistas de la escena. En el centro del jardín, se extendía un pequeño huerto que producía calabazas, papas, tomates, pepinos, cebollas, fresas, zanahorias y espinacas. A MinSeok le fascinaba observar cómo los frutos crecían poco a poco, bajo sus cuidados. Esa mañana, salió a cortar las verduras más maduras y frescas, para preparar el almuerzo que le había prometido a JongDae el día anterior. En la cocina, se esmeró un poco más, cortando la verdura en trozos casi perfectos. El guiso de carne adquiría un sabor exquisito, mientras guardaba una cantidad prudente de kimchi en un recipiente de cristal. Cuando el almuerzo estuvo listo, MinSeok ordenó todos los recipientes en una pequeña mochila azul, y salió de casa.

JongDae estuvo perdido en sus pensamientos toda la mañana. La ansiedad le hacía cosquillas en el pecho, y lo obligaba a mirar su reloj cada diez minutos. Cuando la hora del almuerzo llegó, ya había terminado todos los reportes del día, así que se dirigió a su mesa acostumbrada, afuera de la cafetería. Lo primero que vio al llegar, fue a su jefe, acomodando los recipientes de comida sobre la mesa de metal. JongDae sintió la brisa fría en el rostro, y se agradeció a sí mismo por haberse puesto la chaqueta sobre el uniforme. Sin embargo, MinSeok no parecía sufrir con el clima, aunque no llevaba protección alguna.

—Hola —saludó el empleado, inclinando la cabeza con respeto. Sonreía, aunque estaba nervioso. Un almuerzo con el gerente Kim no era usual, temía un poco que el resto de los empleados miraran aquello con malos ojos.

—Hola, señor Kim. Tome asiento —MinSeok señaló la silla de plástico junto a él. Su sonrisa breve envió un pequeño escalofrío a la espalda de JongDae, aunque, quizá solo era por el frío.

—Gracias, señor. Todo esto se ve delicioso —el empleado admiró el pequeño banquete frente a él. No mentía, visualmente era muy atractivo, aunque eso no podía compararse con el aroma que los alimentos despedían. Se le hizo agua la boca.

—Me da gusto. Es una receta original.

MinSeok sonrió otra vez. Comenzó a servir la comida en pequeños platos, ofreciéndole uno a su invitado. Era extraño, de alguna manera, aquel hombre tan atento, no parecía ser el mismo de los días anteriores. Pero, eso sólo logró que JongDae se sintiera más curioso.

Algunos empleados comenzaron a sentarse en las mesas aledañas. Aunque hacía frío, parecía que ver al gerente almorzando con un empleado, era un espectáculo imposible de resistir. MinSeok lo notó, y, a su manera, controló la situación, enviando miradas severas a todo aquel que se atreviera a ponerles demasiada atención.

—¡Mm!... ¡Dios mío, está delicioso! —quizá la reacción de Jongdae al primer bocado que tocó su lengua, fue un poco exagerada, pero era honesta. Trató de recordar algún platillo que igualara el sabor de aquel que masticaba con placer. Ni siquiera los guisos de su madre se comparaban. MinSeok sonrió triunfante—. Esto me recordó a un escritor catalán que adoraba cocinar. Creo que incluía algunas recetas en sus novelas.

—¿Te refieres a Perucho? —inquirió MinSeok, llevándose un poco de kimchi a la boca.

JongDae se quedó en silencio, mirando a su jefe. Perucho no era un escritor famoso, aunque era de sus favoritos. Era muy difícil encontrar una buena traducción de su obra, así que nunca imaginó que alguien más lo conociera en Corea. MinSeok lo miró también, sonrió, levantando una ceja. Con ese gesto, el mayor provocó otro escalofrío en el cuerpo de JongDae.

Siguieron conversando mientras comían. La charla fluyó como un río de aguas cristalinas. MinSeok hizo alarde de su encanto, de esa parte de su personalidad que siempre usaba para atraer a sus presas. Pero, ¿qué intención había detrás? Nunca se había acercado de aquella manera a ningún empleado. Nunca se había tomado tantas molestias para agradarle a alguien. Quizá, JongDae representaba algo más importante, quizá, era el candidato perfecto para realizar su obra maestra. Desde aquel día en su entrevista de trabajo, MinSeok lo supo bien. JongDae representaría un reto, sería aquella pieza de colección única en el mundo, el santo Grial. Algo en sus ojos se lo dijo, algo en su sonrisa nerviosa, algo que su actitud exageradamente servil. Nunca caces cerca de casa, esa era la regla de oro del asesino. Pero, ahora, la idea de tomar a JongDae lo excitaba, enviaba descargas eléctricas a cada rincón de su cuerpo. Por eso sonreía así, por eso le hablaba informalmente, por eso le preparó aquella deliciosa comida, por eso le guiñaba el ojo descaradamente después de decir algún chiste demasiado complejo para la mente común. MinSeok estaba seduciendo a su empleado.

Cuando terminó de comer, mientras escuchaba lo que MinSeok tenía que decir acerca de la poesía contemporánea coreana, JongDae fijó sus ojos en una pequeña hormiga que merodeaba cerca de su plato. Como si se hubiera trasladado a un pequeño universo donde nadie más existía, dirigió su dedo hacia el insecto. Sin embargo, su intención no era aplastarla, sino ser mordido por ella. El pequeño intruso se defendió, como era de esperarse, clavando sus diminutas tenazas en la piel del humano. JongDae no se quejó, pero la expresión en su rostro se convirtió en el más puro reflejo del placer. El dolor infligido por el insecto, le recordó por un momento, que estaba vivo.

MinSeok observó toda la escena, sin dejar de hablar. Mientras sus labios pronunciaban un breve ensayo sobre poesía, su cerebro producía cientos de nuevas ideas concernientes al muchacho que estaba sentado junto a él. Había elegido bien. JongDae no sabía que, el día en que decidió solicitar una entrevista de trabajo en el LOTTE Mart, también había firmado su sentencia de muerte.

El último día de su vida, lo pasaría con MinSeok. 

El jardín de almas  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora