XII

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MinSeok tuvo algunas dificultades para subir a su empleado al auto. Sin embargo, todo valió la pena al verlo adormilado en el asiento del copiloto. Sus mejillas estaban pintadas de rosa a causa del alcohol, sus ojos se entreabrían a veces, como si se negara a sumergirse en el sueño. Su respiración acompasada irradiaba una extraña paz. Extraña para el asesino, pues nunca había percibido algo similar. Era como si JongDae fuera una fuente inagotable de belleza, de colores, de luz. A pesar de ser un hombre tan simple, poco a poco, había llenado la vida de MinSeok, sin que ninguno se diera cuenta.

A mitad de camino, el chico abrió los ojos, quizá un poco más sobrio. Miró un rato a través de la ventana del auto, pero su atención pronto fue captada por el hombre que conducía. JongDae se sentía rodeado de una densa neblina de excitación y audacia. Sentía que podía decir o hacer cualquier cosa sin enfrentar las consecuencias. Quizá era por el alcohol que aun inundaba su sistema, quizá era por la libertad que invadía sus sentidos al estar lejos del trabajo, de SooYun y de todas las responsabilidades que lo abrumaban día con día, pero su lengua comenzó a formar palabras, sus labios dibujaron confesiones adornadas por esa fina y llamativa sonrisa.

—Una vez me acosté con un hombre —dijo. Sus ojos estaban fijos en el guapo rostro de su jefe.

MinSeok carraspeó y sonrió de lado, visiblemente incómodo por la repentina declaración.

—¿Esa información me es de utilidad, señor Kim? —preguntó, dejando que su media sonrisa se completara.

JongDae suspiró.

—No lo sé. Sólo quería que lo supieras... ¿Podrías dejar de hablarme tan formalmente? Somos amigos, ¿no?

MinSeok le dedicó una rápida mirada llena de significados, antes de que sus ojos regresaran al camino. Mientras esperaba una respuesta, JongDae se entretuvo con las luces que pasaban rápidamente a través de su ventana.

—¿No cree que si pasamos esa línea sería peligroso? No es ético que nos volvamos tan cercanos, dadas nuestras circunstancias.

—¿Hablas de ética cuando me estás llevando a tu casa? —JongDae dejó escapar una risa tan melódica que el corazón de MinSeok se arrugó en su pecho.

Touché —el asesino negó un par de veces con la cabeza. Después de todo, su empleado no estaba tan ebrio como había pensado. No era un problema difícil de arreglar. Bastaría con darle un trago con su toque especial cuando llegaran a casa—. Pero, ¿por qué crees que te llevo a casa, JongDae?

Ahora le tocó el turno al corazón del empleado para reaccionar. Al escuchar su nombre saliendo de aquellos hermosos labios, el muchacho se sonrojó otra vez.

—No... no lo sé.

—Bueno, tú me lo pediste, ¿no es así?

—Sí. Pensé que podríamos continuar nuestra conversación más cómodamente.

—No pensé que mis argumentos te interesaran tanto —MinSeok detuvo el auto frente a una luz roja. Miró fijamente al muchacho junto a él. Realmente lucía adorable, y por un momento deseó inclinarse para besar sus labios. Ese deseo lo hizo estremecerse con frustración. Esos sentimientos que no había experimentado antes, lo ponían nervioso.

—Tus argumentos son lo mejor que he escuchado en mi vida, son mejores que Rigoletto —. Los ojos de JongDae se encontraron con los del asesino. En esa mirada se transmitieron un mensaje indescifrable, lleno de anhelos que morían por cumplir.

El sonido de un claxon proveniente de un auto detrás de ellos, hizo que salieran de su breve ensoñación.

—Además, no quiero regresar a casa —declaró el muchacho ebrio, sin dejar de mirar a su jefe.

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