XV

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El detective Park ChanYeol observaba el retrato hablado que sostenía en una mano, después sus ojos viajaban hacia la pantalla de su celular, que le mostraba las fotos que su subordinado le había enviado minutos antes.

—Es el mismo tipo —musitó.

KyungSoo lo miraba desde su lugar, al otro lado del escritorio.

—Lo sé. Pero en la descripción no viene mucha información, jefe. Por eso el detective Oh se encuentra en un predicamento.

ChanYeol suspiró y le dedicó una mirada pesada a su subordinado. Una de esas miradas que gritan: ¡No me llames jefe!

—Tenemos que hablar con el barman del Safari. Estoy seguro de que sabe más de lo que dice —ChanYeol puso el papel y el teléfono sobre su escritorio.

—Estaba pensando lo mismo.

—Bueno, en ese caso, tengo una misión muy peligrosa para ti, ¿crees que podrás hacerlo?

—¡No regresaré a la oficina del detective Oh! Se lo advierto, jefe, así que no me lo pida —respondió KyungSoo, moviendo ambas manos en el aire con un gesto negativo.

—¡Aish! Claro que no te pediré eso. Quiero que vayas al bar Safari y que traigas al barman al cuarto de interrogaciones. Vamos a jugar al juego de policía malo y policía bueno, ¿ok? Yo seré el malo.

KyungSoo soltó una risita por lo bajo.

—¿Qué? ¿Acaso quieres morir? —ChanYeol frunció el ceño y arrojó una pluma directamente al rostro sonriente de su subordinado, quien logró esquivarla por poco.

—N-no, jefe. Su plan es perfecto... Iré ahora mismo.

KyungSoo salió a toda prisa de la oficina, tratando de contener su risa.

***

La voz de un niño pequeño despertó a MinSeok. Appa! Tienes un mensaje. Appa! Tienes un mensaje. Appa! Tienes un mensaje. El asesino trató de alcanzar el teléfono celular que vibraba en la mesita de noche. Todavía medio dormido, intentó desbloquearlo. Había ciento ochenta llamadas perdidas y setenta mensajes sin leer. Saliendo un poco más de las telarañas del sueño, se percató de que el aparato pertenecía a JongDae. Miró confundido a su alrededor. Su empleado no estaba por ningún lado. Sintió una punzada en el estómago.

MinSeok se levantó rápidamente, se puso la ropa interior y su camisa de la noche anterior. Con el celular vibrando en su mano, bajó las escaleras.

—¿Jo-JongDae? —llamó a su empleado, con la esperanza de que estuviera en la sala. No hubo respuesta.

El hombre caminó hasta la cocina, de donde emanaba el delicioso aroma a café recién hecho. Cuando abrió la puerta que llevaba hacia el jardín trasero, su corazón se detuvo al presenciar la más hermosa escena. JongDae paseaba por el jardín, entre las orquídeas. Vestía su ropa de manera desaliñada, como si supiera que no tenía que ir a ningún otro lugar, como si pretendiera quedarse ahí para siempre. Su cabello, algo despeinado, enmarcaba hermosamente su sonrisa. Sí, JongDae le sonreía a las flores, a las calabazas, a los tomates y a las fresas que recolectaba en un pequeño tazón. La fina neblina de la mañana, rodeaba al empleado, y era como si estuviera flotando dentro de un sueño.

En ese momento, el corazón de MinSeok se saltó un latido. Suspiró con el peso de una realización. Como si una pieza encajara perfectamente en su retorcido rompecabezas, y al mismo tiempo desajustara al resto de las piezas. El asesino aceptó por fin, que estaba enamorado. Aunque el sentimiento fuera extraño para él, como un parásito que lo devoraba desde adentro.

—¡Buenos días! —JongDae le sonrió, levantando un poco el tazón, ahora lleno de fresas.

MinSeok levantó una mano e intentó sonreír, al ver a su empleado acercándose a él. Parecía más guapo. Aunque hacía frío, tenía las mejillas rosadas. JongDae se inclinó para robarle un beso antes de entrar a la casa.

—Espero que no te importe que cortara unas fresas. Pensé que harían nuestro desayuno más delicioso.

MinSeok no supo cómo reaccionar. JongDae actuaba tan natural. Lo peor era que, a pesar del shock en el que se encontraba, aquella interacción no lo perturbaba en lo más mínimo.

—Me disculpo por usar tu cafetera. Quizá te moleste que tome tus cosas... —JongDae cambió su actitud en cuanto puso el tazón de fresas sobre la mesa. De pronto, parecía más tímido, incluso avergonzado.

—No... No te preocupes.

Appa! Tienes un mensaje

Los ojos de JongDae se abrieron con sorpresa, al escuchar el familiar sonido. MinSeok le entregó el teléfono celular con algo de duda.

—Yo... lo siento. Mi esposa debe estar preocupada —el empleado bufó al decir la última palabra y desbloqueó su teléfono.

Como era de esperarse, todos los mensajes estaban llenos de insultos.

¡Idiota! ¡Seguramente estás con alguna puta!

¡Te juro que te mataré cuando llegues a casa!

¡Contesta el maldito teléfono! ¡Ni siquiera sirves para eso!

¡Maldito hijo de perra!

JongDae se mordió los labios en un gesto de vergüenza. Aquella expresión tuvo un extraño efecto e MinSeok, cuyo primer instinto fue abrazarlo, como si quisiera protegerlo de cualquier cosa que lo molestara. Sin embargo se contuvo.

—¿Está todo bien? —preguntó con sigilo.

JongDae asintió, fingiendo una sonrisa.

—Sí. Es sólo que mi esposa es insistente. Podemos desayunar y luego me iré.

MinSeok torció los labios. Ese pequeño detalle reventó su burbuja, como la espina de una flor marchita.

JongDae se dispuso a lavar las fresas, mientras MinSeok servía el café y tostaba unas rebanadas de pan.

—Si todos los días desayunas así, quizá deba venir a acompañarte —bromeó el empleado, al ver las piernas desnudas de su jefe, y el torneado trasero que se dibujaba debajo de la ropa interior.

MinSeok sonrió de lado, sintiéndose algo avergonzado.

—Tu teléfono sonaba. Quise entregártelo para que no perdieras más llamadas —mintió. No quiso confesar que sintió ansiedad al no encontrar su cálido cuerpo en su cama, y salió rápidamente a buscarlo.

Mientras desayunaban, sentados uno frente al otro en la mesa de la cocina, intercambiaban miradas llenas de distintos significados. La situación era incómoda, sí, pero más allá de eso, no creían necesarias las palabras. Sin embargo, MinSeok rompió el silencio al notar las marcas moradas en el cuello de su empleado.

—¿Te lastimé?

JongDae lo miró confundido mientras mordía una fresa. Luego tocó su cuello.

—No... Fue... caliente —le sonrió con malicia.

MinSeok agachó la mirada. Por alguna razón, se sintió avergonzado.

—Sé que esto es confuso —comenzó el empleado—. Ni siquiera yo estoy seguro de lo que pasó entre nosotros. Pero, quiero que se repita.

—Estás casado —MinSeok lo miró después de beber un poco de café.

—Estoy casado con una mujer horrible que solo sabe humillarme. Regresaré a casa y la enfrentaré, por el hijo que lleva en el vientre. No hay nada más que me una a ella.

—¿Qué tan malo es?

Aunque dudó por unos segundos, JongDae desbloqueó la pantalla del celular, y se lo entregó a su jefe para que leyera los mensajes.

MinSeok pudo sentir cómo la ira crecía dentro de él, con cada palabra hiriente que leía. Sus instintos asesinos se despertaron otra vez. Como una bala disparada al aire, su objetivo cambió de pronto. 

El jardín de almas  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora