VI

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Idiota, cobarde, pedazo de mierda, y muchos otros insultos que JongDae no había escuchado jamás. Esa noche. SooYun había descargado en él toda su amargura, mientras se encontraba desparramada en el sillón, con la blusa levantada, mostrando su gran barriga. JongDae tenía los ojos fijos en su abultado abdomen, que subía, bajaba y se agitaba cuando la mujer levantaba la voz. Sintió pena por su hijo, creciendo dentro de aquel ser opaco, carente de toda bondad y dulzura. SooYun era como un trozo de cartón con los bordes afilados, áspero, sin color. JongDae se preguntó qué clase de madre sería, se preguntó si cuidaría bien de su hijo, si lo proveería de amor. Se preguntó si aquel sentimiento todavía podía florecer dentro de ella.

JongDae recordó a la SooYun de antes, a la chica tierna que le preparaba galletas en su cumpleaños. ¿En realidad era una persona agradable? Quizá ésa que estaba recostada en el sillón siempre había sido la verdadera SooYun.

—¡Eres un inútil, JongDae! Te pedí una cosa, una sola cosa, y lo olvidaste. Necesitaba ese aceite de almendras. Ahora me saldrán estrías por tu culpa. ¡No sirves para nada! ¡Sal de me vista!

La mujer se puso un brazo sobre el rostro y comenzó a suspirar pesadamente. JongDae nunca se defendía, no le encontraba sentido, era un desperdicio de palabras. Además, responder a los insultos de su esposa, sólo serviría para alargar la discusión, y lo único que él quería, era dejar de escucharla. Con la expresión todavía en blanco, el muchacho fue a encerrarse en el baño. Se echó agua fría en la cara y miró su reflejo en el maltratado espejo. Sólo un mes más, se repetía a sí mismo mentalmente. En el fondo, aún conservaba la esperanza de que la dulce SooYun regresara a la vida junto a su bebé. Sin embargo, los insultos que acababa de recibir, todavía resonaban en sus oídos. JongDae tomó su navaja de afeitar, se sentó sobre el inodoro y levantó la tela de sus pantalones, dejando expuesta su pantorrilla izquierda. Comenzó a cortarse ahí. El brillante color de su sangre llenó sus ojos. El ligero ardor de la herida le recordó, por un momento, que seguía vivo. Su dolor emocional brotó poco a poco de aquella cortada. Una vez más, dos veces más, cuando JongDae estuvo satisfecho, se detuvo.

—¡Abre la puerta, inútil! Tengo que orinar. Tu hijo no deja de aplastarme la vejiga —SooYun golpeó la puerta con fuerza.

JongDae suspiró. Limpió sus heridas y enrolló el papel lleno de sangre. Había comenzado a cortarse el día de su boda, un mes después de que SooYun le avisara sobre su embarazo. Después, lo hacía cada vez que peleaban, y las peleas se hicieron más frecuentes, así que terminó cortándose casi todos los días. Sus pantorrillas estaban repletas de cicatrices, pero no podía importarle menos. Salió del baño tan rápido como pudo. Le dirigió una mirada fría a su esposa mientras pasaba a su lado. Caminó a su habitación y se tiró sobre la cama, sintiendo todavía el ardor en su pantorrilla.

Appa! Tienes un mensaje. JongDae había seleccionado como alerta de mensaje, la voz de un niño pequeño, que le parecía adorable. Le gustaba imaginar que su futuro hijo sonaría así. El muchacho sacó el teléfono del bolsillo de su pantalón. Tenía un nuevo mensaje de su jefe:

Necesito que vengas urgentemente al LOTTE Mart.

Por un segundo, su corazón latió más rápido. Últimamente, reaccionaba así cada vez que tenía algún contacto con MinSeok. La existencia de aquel hombre lo alteraba, aunque no comprendía muy bien por qué. De todas formas, no iba a ignorar su llamado. Se levantó y tomó sus llaves.

—¿A dónde vas a esta hora? —quiso saber SooYun, quien había regresado a su posición perezosa en el sillón—. Seguramente vas con alguna puta.

—Me llaman del trabajo —respondió su esposo, poniéndose la chaqueta.

—¡No te creo nada! Yo me paso el día aquí, agobiada con esta barriga, mientras tú te sales a revolcar con cualquier puta que se te atraviesa. ¡Infiel! ¡Descarado!

—¡Me llaman del trabajo! —JongDae dio la vuelta para encararla. Le puso el teléfono en la cara para mostrarle el mensaje de MinSeok.

SooYun no dijo nada más. Sólo miró a su esposo con frialdad. JongDae salió de la casa, aliviado de poder respirar el aire puro de la noche, dejando que su pacífico silencio llenara sus sentidos.

Tocó tres veces la puerta de la oficina de MinSeok.

—Adelante.

—Bu-buenas noches, señor —JongDae asomó la cabeza con timidez. No quería parecer demasiado atrevido. Después de todo, un almuerzo con su jefe no lo convertía en su mejor amigo.

Pero MinSeok sonrió, y era justamente esa sonrisa torcida la que lo perturbaba más.

—Pase, señor Kim. Lamento hacerlo venir a esta hora —MinSeok esperó a que su empleado entrara y cerrara la puerta—. Hay un error en uno de sus reportes y debemos solucionarlo. Mañana es la reunión mensual con el presidente de la cadena. Como comprenderá, todo debe estar en orden.

Los nervios invadieron al empleado. Desde que obtuvo el empleo, se había esforzado en realizar sus labores de la manera más eficaz.

—Creo que hay un error de concordancia en el inventario que la encargada del área de cosméticos me entregó, y el que proviene de usted. Hay algunos faltantes. Me siento un poco decepcionado... —mientras hablaba, MinSeok se aseguró de mirar a su empleado a los ojos. Tanto la expresión de su rostro, como el tono de su voz, eran severos—. Hasta ahora había demostrado ser un empleado ejemplar, no pensé que se volvería un me...

—¿Mediocre? —JongDae apretaba los puños. Sus ojos estaban inundados de lágrimas que luchaban por salir. Sus hermosos labios estaban tensos en una mueca desagradable. De pronto, todo su ser parecía a punto de explotar en un arranque de rabia pura—. ¡Dígalo! ¡Soy un inútil! ¡Un bueno para nada! ¡Soy un hombre digno de lástima! ¡Un desperdicio!

Los ojos de MinSeok se abrieron como platos. Sentía sorpresa y confusión. El hombre sereno, de semblante estoico, que siempre sabía qué hacer y cómo reaccionar, al grado de rayar en la perfección, ahora se encontraba petrificado en su cómoda silla, detrás de su escritorio. Mientras, el empleado sencillo, honesto y amable, se derrumbaba frente a él.

JongDae comenzó a llorar. Toda la ira, la frustración y el rencor acumulados en su pecho, brotaron al fin, en el peor momento, en el peor lugar, frente al peor testigo. Cayó de rodillas al piso, y, como reflejo, MinSeok se puso de pie. El muchacho sollozaba, con el rostro oculto entre sus manos. Sólo había sido su jefe llamándole la atención por una falla, pero eso sirvió como el detonante perfecto para la carga explosiva que llevaba consigo desde que SooYun entró a su vida.

Un hombre estaba deshecho en el suelo, presa de sus emociones reprimidas. El otro estaba de pie frente a él, observándolo en silencio, con un rostro inexpresivo. Sin embargo, a pesar de las diferencias, en ese preciso momento, ambos se rompían en mil pedazos.


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