II

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MinSeok inspeccionó el uniforme que el señor Han le había entregado. Quería asegurarse de que estuviera en las mejores condiciones. Quizá, era la primera vez que JongDae se pondría ropa nueva en mucho tiempo.

—¿Es de su agrado, señor? —preguntó el señor Han, quien esperaba al lado de su jefe, sintiéndose un poco nervioso.

—Sí. Parece que está en buenas condiciones. ¿Todavía hay uniformes en la bodega? —respondió MinSeok, doblando la camisa blanca con cuidado.

—Sí, señor.

—Bien. En cuanto el nuevo empleado llegue mañana, entréguele el uniforme y muéstrele las instalaciones. Señor Han, tiene dos semanas para entrenarlo bien. Si este chico no consigue el puesto, tendré que retrasar sus papeles para el retiro, ¿comprende?

—Sí, señor.

El señor Han era un hombre de sesenta años, que más bien parecía de setenta. Veinte largos años trabajando en el LOTTE Mart, habían terminado con su jovialidad. Era el más longevo de los empleados ahí. Había visto a docenas de personas tomar y dejar los puestos. Por eso, conocía mejor que nadie a MinSeok, y sabía que no era el hombre que todos pensaban. El señor Han, había visto cientos de veces su lado cruel, su mirada maliciosa y su sonrisa sádica. Si había decidido retirarse ahora, no era por cansancio, sino por miedo.

Aquella noche, mientras el gerente conducía de regreso a casa, se detuvo frente a una luz roja. Se le hizo agua la boca cuando vio a un chico en la esquina. Usaba un pantalón de mezclilla entallado, que resaltaba sus largas y bien formadas piernas. Su rostro moreno se desdibujaba entre una nube de humo, mientras succionaba un cigarrillo con sus abultados labios. MinSeok se convirtió en cazador, su presa estaba servida en bandeja de plata frente a él. Por la forma sugestiva con que el chico se recargaba sobre el muro de un edifico, era fácil suponer que buscaba diversión. Los instintos más profundos del gerente, lo llevaron a estacionarse cerca de él. Es muy cerca de casa. Sería peligroso, pensó, pero el chico le regaló una suculenta sonrisa en cuanto lo vio. No podía rechazar a una presa tan fácil.

—¡Hola! —saludó el moreno, acercándose con cierta cadencia. Se inclinó sobre la ventanilla del copiloto, su sonrisa era más que seductora—. ¿Te puedo ayudar en algo?

MinSeok sonrió también. Sus ojos de avellana brillaron con el poder de la anticipación.

—Depende. ¿Cuáles son tus habilidades?

—Pues... —el moreno se lamió los labios despacio. La insinuación era muy clara.

—Sube. Vamos a divertirnos.

El moreno se quedó boquiabierto cuando entró al pulcro hogar de MinSeok. Sus ojos se impresionaron por el orden y el buen gusto que reinaban allí. Pero, su cerebro se deleitó al pensar que el gerente era un pez gordo.

—Tienes un lindo lugar aquí.

MinSeok no respondió. Depositó las llaves en un platito que descansaba sobre una mesa de cedro en la entrada, y se dirigió a la cocina.

—Ponte cómodo... —le ordenó, señalando el corto camino hacia la sala—. Iré a la cocina por algo de beber. ¿Te apetece un whiskey?

—¡Oh, sí! —el moreno guiñó un ojo y se dirigió a la sala.

Había una enorme pantalla plana frente a una sala de tres piezas, tapizadas con cuero blanco y suave. El moreno se dejó caer sobre el sillón más grande y comenzó a desabotonar su camisa. MinSeok regresó con dos vasos de whiskey sobre una pequeña bandeja plateada.

El jardín de almas  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora