Capítulo I

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Me siento sobre la cama con una mueca, mi nuca duele sin que haga el mínimomovimiento. Miro a la cama esperando encontrarme una roca que sea responsable del dolor pero solo está la magullada almohada. La alarma había dejado de sonar hace más de quince minutos y eso hizo que finalmente me despertara.

- ¡Alida!

Cinco golpes a la puerta siguieron al grito. La puerta se abrió y primero entró la melena alborotada y tinturada antes que la cara de mi madre.

- Ya estoy despierta. – Murmuro levantándome.

- ¡Muévete! tu falda está planchada y en tu armario.

Cuando mi madre se va, me siento en el borde de la cama.

¿Soñé algo anoche? Luego de otros cinco minutos buscando la respuesta, me doy cuenta que no, efectivamente no hay sueño alguno. Me ducho y cambio con mi mente centrada en recordar las cinco oraciones que había memorizado la noche anterior. Para mi tener religión como una materia es tan innecesaria como un sombrero para la lluvia. La fe se siente, se vive, no se obliga a estudiar.

Estudio en un colegio católico; idea de mi madre, claro.

Me coloqué el uniforme el cual era bonito como para ser de un colegio de monjas, dejé mi cabello negro suelto y mojado y guardé una liga en el bolsillo. Camino por el pasillo oscuro con mis pasos resonando. Me siento en el comedor sola mientras mi madre, Elsa, mira las novelas viejas que pasan a las seis de la mañana.

- ¿Qué novela estás viendo ahora?

- El cuerpo del deseo... Na, na... es todo lo que quiero... - Canta la intro de la novela mientras mueve sus hombros.

Rio y como otro chorizo. Mi madre es... estupenda, sí estupenda, llena de carisma y de una alegría difícil de encontrar en una madre viuda que trabaja de lunes a sábado, diez horas diarias. No se comportaba como la señora de 46 años que es y eso me encanta.

El bus escolar frena delante de la puerta y emite tres pitidos, rápidamente salgo despidiéndome de mi madre con un meneo de hombros al ritmo de la música de la telenovela.

- ¡Chao abue!

Sé que está dormida pero aun así le grito mi despedida. Costumbre.

El viaje al colegio no es tan largo pero al recoger a otras 16 alumnas, el tiempo de viaje se duplica pero siempre llegamos con diez minutos de anticipación. Cuando llego me uno a la fila de mi curso, saludando a las chicas cercanas. Esta Keisha, una chica delgada y pequeña más parecida a un duendecillo. Esta también Guliana que no, no es italiana como todo el mundo pensaba en el primer año del colegio. Es bajita, más pequeña que la sombra de un brócoli.

- Otra vez hay que escuchar a la monja... ¡Ah! Hola Alida.

Guliana suelta su maleta a los pies, haciendo sonar algún frasco de vidrio que trae.

- ¿Qué? Ah, caramba cierto es lunes.

El micrófono emite un sonido chirriante, callando a todo el alumnado.

- Buenos días señoritas, niños y niñas.

Aunque la voz de la monja (La rectora) es suave, no agrada a la mayoría de las alumnas.

- Buenos días Madre Mónica.

Los niños de la escuela, que se forman en el patio de la secundaria, conforman el 95% de las voces del coro de ese saludo, un 4% es de los profesores y el otro 1% quizá de las palomas que siempre vagan en el colegio.

Todas odian a la Madre Mónica. Nadie saluda a la Madre Mónica. Muerte a la Madre Mónica.

- ¿Cómo amanecieron? - Continúa.

La vida de AlidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora