Capítulo III

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- Toma. – Mi madre me tiende un pedazo de tela. – Limpia con esto los álbumes.

Es sábado por la mañana, estoy con mi abuela y mi madre sentadas en el suelo frente a un viejo aparador de la sala. Tengo que ayudarlas a limpiar para poder ir al cine con Adam más tarde. La tarea es sencilla pero la veo tediosa por el hecho de que los brazos aún me duelen. Hago una mueca cuando dos álbumes se me resbalan.

- ¿Quieres alguna crema para sobarte los brazos mi amor? – Dice mi abuela.

- No, no creo.

Ya saben de mi sueño de anoche.

- Tu don se está haciendo más fuerte. – Mi abuela habla con orgullo. – Cuando yo viajaba no podía tocar nada, ni sentir nada. Solo oír y ver, pero tú has sentido el frío y tocado puerta y ventana.

La miro y descubro su pequeña sonrisa. Yo no siento la misma emoción que mi abuela, no hay nada bonito en vagar por ahí sin saber ciertamente en qué forma estas vagando. ¿Alma? ¿Esencia? ¿Conciencia? No lo sé, pero no me gustaría jugar con eso.

- ¿Por qué entonces estaban abiertas? – Pregunto.

- Quizá debamos interpretarlo. – Habla mi madre.

- Pero no era un sueño. – Replico. – Estaba aquí en la casa, todo estaba igual a excepción de esas dos cosas. Llegué a asustarme en verdad.

- Solo debes practicar más Alida, así tendrás más control sobre tus viajes.

- Mamá no alientes a Alida a repetirlo. – Mi madre la mira. – No me gusta, es peligroso.

Sus ojos oscuros me enfocan, alzando levemente las cejas a manera de advertencia.

A mi madre no le interesa mucho estos temas. Pasó la mayor parte de su vida ignorando su don, ignorando lo sueños y sin hablar de ellos. No le gusta, a mí tampoco me agradan mucho pero hay ciertas cosas relacionadas que te atrapan, como soñar todo un día de tu vida y que al despertar se cumpla al pie del sueño.

- Tampoco voy a hacerlo. – Le digo para tranquilizarla.

Abro un álbum cuyos bordes presentan signos del pasar de los años. Este grueso libro me deja ver cómo era mi abuela en su juventud. Ella era idéntica a mi madre, a excepción del cabello pintado y la cara redondeada, su figura era esbelta y su cara agraciada. Varias fotos sueltan caen y las recojo, deteniéndome en una. Está en tonos amarillo y café, en la foto está un hombre alto y de cuerpo robusto con un gran bigote negro puntudo y ojos sobresalientes. Es mi padre y me está cargando, yo debo de tener cerca de un año de edad. No lo recuerdo, porque él murió pocos meses después de que yo cumpliera un año. Mi madre dice que enfermó gravemente de la noche a la mañana.

La guardo. No le gusta que se lo recuerden.

- ¡Listo! – Me pongo de pie. – Voy a arreglarme para salir.

- Y yo también. – Dice mi abuela. – Voy con ustedes.

- ¿Qué? – Miro a mi madre. – Noo... - Le articulo con la boca.

- Ay mamá, no vayas. Es de mañana, además Alida vendrá temprano ¿Verdad?

Asiento enérgicamente.

- ¡Ja! Aun así sea las diez de la mañana, las salas de cine son oscuras. – Levanta un arrugado dedo y lo agita en el aire. – ¡Las cosas que te puede hacer ese muchacho!

- Adam no es así, abue...

- O vas con chaperona o no vas. – Sentencia.

- Mamá confío en mi hija y que ella se hará respetar.

La vida de AlidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora