Capítulo II

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Escucho a Adam en la cocina, buscando algo que masticar. Estoy en el sillón de la sala, tecleando el último párrafo de mi trabajo, usando mi pijama favorito, aquel que tiene una imagen de una gallina usando un poncho. Adam sabe de mi amor por las gallinas y me la compró cuando viajó a Perú las vacaciones pasadas.

Él está en la universidad cursando el segundo semestre de diseño web. Carrera que no entiendo pero sé que tiene que ver con computadoras. Es viernes y ya es costumbre que el venga a visitarme estos días en las noches, cuando sale del trabajo de su padre. Ambos trabajan en el negocio de su familia.

Se deja caer a mi lado con un paquete de galletas saladas. Pasa su pesado brazo sobre mis hombros.

- Vamos mañana al cine.

Lo miro y digo que sí. Me queda mirando unos segundos y le mantengo la mirada. Cree que lo he olvidado ¡Tonto! Soy mujer, no se me olvidan fechas.

- Mañana... - Repite la palabra, como saboreándola. – Un día normal como otro ¿Verdad?

- Si, un sábado más. – Le sigo el juego.

Baja la mirada y se muerde los labios. Come otra galleta. Miro rápidamente a la mesa del comedor pendiente de mi chaperona y le doy un beso silencioso y rápido.

- Mañana es nuestro semanasario ¿cómo lo voy a olvidar, amor?

Sí, semanasario. El sábado 29 de enero de hace dos años, Adam me invitó a comer y en medio del primer helado frito que probaba en mi vida, me pasó una servilleta que tenía un escrito donde me preguntaba si quería ser su novia. Aun guardo esa servilleta.

Sonríe y me recuerda a la sonrisa temblorosa que tenía aquel sábado cuando me deslizó la servilleta. Mira por encima de su hombro a mi abuela cuya cabeza cuelga a un lado. Se supone que nos vigila, es nuestra chaperona siempre pero la prefiero a ella que a mi madre. Mi abuela es fácil de evadir.

Siento su mano en mi mejilla y luego sus labios sobre los míos. No nos vemos muy seguido y en estos pequeños momentos son donde nos queremos besar más.

- A ver, a ver, dejen espacio para el Espíritu Santo. – Nos separamos en cuanto escuchamos a mi abuela. - ¡Respeto en esta casa!

- Solo ha sido un beso. – Adam habla bajito, mirando hacia el piso.

- Lo mismo le dijo mi padre a mi madre y fuimos cinco hijos.

Nos reímos y mi abuela se levanta de la silla. Eso significa que es hora de que mi novio se vaya.

- Ojalá estuviéramos solos. – Me susurra en el oído.

- Pienso lo mismo.

- Sigan así y se verán solo por medio de fotos.

Es mi madre. No le ha importado estar con su pijama de flores amarillas y ha salido a la sala. Por Dios... su cabello no puede estar más enredado.

- Es hora de irse Adam. Vamos.

Cada vez que despide a Adam, mi madre da tres aplausos; como si estuviera ahuyentando a algún animalito. Ella se porta ruda pero le agrada Adam, me lo ha dicho. Mi novio se levanta y se inclina con intención de darme un beso pero se detiene a medio camino, mirando a mi madre y a mi abuela que llevan la misma postura: brazos cruzados y cabeza ladeada a la derecha.

Se endereza y me da la mano sacudiéndola y riendo. No puedo evitar reír también.

- ¡Rápido!- Me dice Adam.

Hala de mi mano que sostiene entre las suyas y me da un beso muy rápido en los labios, golpeando mi nariz con la suya.

- ¡Respeto! – Dice mi abuela pero ya Adam ha salido.

Recojo mis cosas. Me despido de las dos mujeres más importantes para mí y camino hacia mi cuarto. Tecleo en mi celular un rápido mensaje a Adam, con la dosis diaria de melosidad. Al cruzar la puerta de mi habitación y acostarme, mi cabeza comienza a doler repentinamente. El dolor se centra en la mitad derecha, se siente como si tuviera una burbuja llena de agua.

Me siento demasiado cansada como para prestarle más atención y cierro los ojos. De inmediato sé que me he dormido, he caído sobre la cama como si me hubieran dado un golpe en la nuca.

Abro los ojos y lo primero que veo es mi armario. Sé que estoy soñando pero no tengo miedo, ya no, años atrás he soñado lo mismo. Estoy de pie a un lado de mi cama. Mi cuarto está oscuro y veo el reloj que brilla sobre mi mesita, son las 4:18 am. Doy un medio giro y me veo a mi misma durmiendo, con las sábanas tapándome hasta la cintura, mi cabello suelto formando un río sobre mi almohada y mi mano cerca de mi nariz.

Bajo mi mirada y estoy vestida igual como me acosté: con mi pijama de la gallina peruana. Suspiro, este tipo de sueños duran mucho y, además son aburridos. Escucho mi respiración unos segundos y luego salgo del cuarto caminando. El pasillo está iluminando por un solo foco, la luz de la cocina está encendida y la puerta del cuarto de mi madre está entrecerrada. La veo a ella durmiendo con su camisón de flores amarillas.

Todo está exactamente cómo lo dejé antes de dormirme.

Recorro el pasillo llegando al cuarto de mi abuela. La puerta está cerrada pero la abro como lo haría si estuviera despierta. Me paro a su lado y la observo.

Ella duerme sobre su lado izquierdo, de modo que me da su espalda. Su pelo canoso que le llega a la barbilla se mueve ligeramente cuando su aliento choca con el. No sé qué más hacer en este tipo de sueños, aún no he descubierto cómo levantarme a mi voluntad. Lo único que puedo hacer es deambular hasta que el sueño desaparezca.

Mi abuela se gira y abre los ojos por un segundo pero luego los vuelve a cerrar. ¿Me ha sentido? Espero a que algo más ocurra pero no es así. Salgo y camino a la sala pero siento un tremendo frío. Acelero el paso y al llegar, la puerta principal y la ventana están totalmente abiertas.

No puede ser que hayan quedado abiertas. Mi madre siempre pone seguro a ambas antes de irse a dormir. No... nunca podría irse sin cerciorarse que todo esté bien. Ahora sí estoy asustada, asustada de que tres mujeres que viven solas estén durmiendo con las entradas a su casa totalmente abiertas.

Este sería un buen momento para despertar.

Me acerco a la puerta y la intento cerrar pero no puedo. Parece que la puerta pesara una tonelada, lo intento de nuevo y no logro moverla ni un milímetro ¿Cómo he podido mover la puerta del cuarto de mi abuela y ésta no?

He leído sobre el viaje astral, no se menciona nada acerca de poder mover las cosas... Quizá no puedo porque, efectivamente estoy dormida. Decido experimentar y lo intento con la ventana pero obtengo el mismo resultado. No puedo quedarme sin hacer nada.

Coloco ambas manos en el margen de la puerta otra vez y con toda mi fuerza la halo hacia mí. Me duelen los brazos, dejo salir un quejido de esfuerzo y todo a mi alrededor se va.

Me despierto con el cabello pegado al cuello. Miro a mi alrededor luego miro mi cama y solo encuentro las sábanas arrugadas... He despertado. El reloj me indica que son las 5:01 am. Hago a un lado la sábana que me cubre y camino descalza hacia la sala.

Cierro los ojos de alivio al ver que la ventana y la puerta están cerradas. Pero... ¿Y si alguien entró mientras estaba dormida? ¿Si el intruso cerró la puerta para no levantar sospechas? Me congelo por un momento en mi lugar, agudizando el oído en busca de una respiración que no pertenezca a mi hogar. Con mis piernas temblando camino hacia el cuarto de mi madre, el más cercano y prendo la luz. Reviso detrás de su puerta, debajo de la cama. Nada. Repito la operación en el cuarto de mi abuela, y en el resto de la casa.

Más tranquila regreso a mi habitación y me recuesto preguntándome qué hubiera hecho yo si encontraba a un intruso detrás de la puerta, pero no lo pienso mucho ya que caigo dormida con suma facilidad.

Al día siguiente me levanto con los brazos pesados y adoloridos como si hubiera estado levantando pesas o... moviendo puertas pesadas.

La vida de AlidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora