Capítulo XI

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- ¿Ya estás lista Alida?

- Sí, comencemos.

La tela del sofá cama me pica la espalda, pero logro ignorarlo con el olor a canela que inunda en la sala.

María me ofrece la infusión y la bebo.

- Hubiéramos venido ayer pero Alida salió con el enamorado.

- No importa. – Me sonríe – Es bueno que te distraigas.

Mi madre es quien me acompañada esta noche, mi abuela se quedó en casa porque se sentía indispuesta, algo cansada o como dice ella: "Es la edad". Yo también me siento cansada pero no por mis dieciocho años, sino por la mala noche que pasé ayer. Una vez más soñé lo mismo, el chico persiguiéndome, llamándome, y yo huyendo sin poder hacer nada.

Me recuesto y, antes de cerrar los ojos, miro a mi madre quien me lanza un beso. Ella también se ve cansada debido a la falta de sueño, no durmió anoche porque se quedó conmigo, calmándome, luego de despertarme entre gritos y patadas. Quizá mi abuela también está trasnochada por mi culpa pero ella lo atribuye a su edad, quizá para no hacerme sentir mal por molestarlas...

María comienza con su discurso usual y yo caigo fácilmente en la visión, rodeada por las pequeñas flamas de las velas y el olor a canela.

- No me sigas Abel ¡Ándate!

- ¿Estas molesta?

- ¡No!

- ¿Por qué me tratas así pues?

Mi humor empeoró en cuanto él apareció. Sigo caminando hacia la mansión, tropezando con las piedras del camino. El criado toca mi brazo.

- ¡Ensucias mi vestido!

- Pe-erdón.

- ¡Ándate o le diré a tu Señor que me estas molestando!

Baja la mirada en cuanto menciono al Coronel Cavalcanti, una costumbre de criados. Da la vuelta y deshace el camino hacia los establos. Miro la manga de mi vestido en donde, gracias al estúpido, hay una mancha de tierra.

- ¿Angélica?

- Buenos días padre.

- ¿Alida? ¡Despierta!

- ¿Por qué se puso así?

- Por lo que está viendo ¡Alida!

Pierdo la visión y ahora me rodea un espacio negro, como si hubiera caído en un profundo agujero. Mi cuerpo no está presente, solo mi mente y mi oído. Las voces de mi madre y María suenan como si estuvieran bajo el agua, lejanas, distorsionadas.

No quiero despertar, quiero seguir en la visión, necesito saber qué pasó.

No sé cómo lo hago pero logro anular las voces, así de fácil como romper una burbuja. Pienso en Angélica y en lo último que vi, en Abel con su rostro sucio y afligido, en el coraje y odio que sentía hacia él.

- Ya para Abel...

- No quiero.

Una vez más me besa y aprieta mis manos al mismo tiempo. Los besos del criado son buenos pero fueran excelentes si no oliera a heno.

- Debo irme o mi padre vendrá a buscarme.

- No le temo.

- ¿Y si el que viene a buscarme es Cameron?

La vida de AlidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora