Capítulo XIII

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Sus ojos azules son lo primero que veo. Poco a poco, como si de una cámara lenta se tratara, cada parte de su cuerpo aparece, saliendo de entre las sombras. Su terno negro lo camufla y me da la terrorífica imagen de su cabeza y manos levitando.

Corre hacia mí, repitiendo el mismo nombre de su asesina.

- ¡No soy la puta de Angélica! – Grito.

Se detiene, sin levantar una sola de las hojas secas de la tierra.

No sé cómo mis palabras han salido claras, las convulsiones que tengo son suficientes para callarme. Me llevo una mano al pecho ¡Calma! Tranquila, respira...

Él no dice nada, solo me mira sonriendo.

- Angélica...

- ¡Cállate! – Un enojo ardiente me invade - ¡Déjame en paz!

- Mi angélica...

Su acento portugués impregna sus palabras. Cuando tengo las visiones, lo escucho como si hablara español, pero ahora su voz me parece tan extraña.

- ¡Déjame Abel! – Vuelvo a gritar – Estoy harta ¡Cansada! ¡Vete! ¡No soy la maldita de Angélica!

Su sonrisa comienza a temblar, desfigurándole la cara. Retrocedo algunos pasos, con miedo de lo que pueda pasar. No puedo parar, no puedo dejar esto así ¡Debo acabarlo!

- No soy Angélica – Repito – No soy ella. Es una pena cómo moriste por su culpa ¡Pero yo no tengo nada que ver con eso!

Mi visión se vuelve turbia y pierdo de vista a Abel por unos segundos. Inclina la cabeza y ensancha la sonrisa. Una gota resbala de un mechón y recorre su mejilla.

- Te amo Angélica.

Aun con el enojo infernal que me invade, un sentimiento de pesar emerge. ¿De qué magnitud habrá sido la devoción de este chico por la avariciosa de Angélica? No puedo evitar sentir pena por esta alma que persigue el recuerdo de su amor.

En menos de un segundo aparece a escasos centímetros de mí. Suelto un grito de miedo al verlo tan cerca. Me toma del brazo y me hala hacia el espesor del bosque, llevándome con él. Mi visión es intermitente, mi corazón choca contra mis costillas, mis piernas tiemblan...

- ¡No! ¡No Abel! ¡Déjame!

El bosque se vuelve más oscuro y denso, casi no puedo respirar...

¿A dónde me lleva? ¿Por qué dejé que dominara la situación?

Planto los pies sobre la mojada tierra y tiro de mi brazo con fuerzas. Logro detenerle y, a la vez, liberarme.

- ¡Aléjate de mi vida! ¡Largo, vete!

Llena de un desconocido valor, lo empujo, tocándolo por primera vez. Está helado, como esperaba encontrarlo, y mis manos quedan mojadas por su terno. Lo veo caer y el escenario cambia súbitamente. Ahora estoy en la sala de mi casa, junto al sillón y él está ya de pie frente a mí. Me sostengo del mueble, controlando el mareo.

- ¿Alida? ¡Mamá no despierta!

- Espera, ya regreso. No la de...

No me despertarán esta vez, no cuando no he terminado. Al igual a como hice con la visión, ignoro los llamados de angustia de mi madre y abuela. Me concentro en Abel, de pie delante de la puerta abierta de mi casa. Todo está oscuro y solo estamos los dos. Camino hacia él notando la ligereza con la que camino. Miro hacia abajo, ya no llevo puesto el vestido antiguo, en lugar de eso, tengo puesta mi pijama.

La vida de AlidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora