Capítulo XVIII

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Pareciera que no he venido a este barrio en muchos años, cuando en realidad solo han sido un par de meses. No recuerdo muy bien el nombre de las calles, lo que nos provocó que Adam y yo nos perdiéramos por un momento. Sin embargo, y luego de que preguntara a transeúntes, logramos encontrar la casa de María.

Adam apaga el auto y nos quedamos dentro en silencio. Ninguno de los dos hace ademán de bajar, supongo que estamos nerviosos. Adam está inquieto por lo que pueda pasar y yo estoy nerviosa por volver a ver a la maestra espiritual.

La última vez que estuve aquí, mi abuela no fue amable con ella.

- ¿Estará en casa?

Adam es el primer valiente en bajar del auto. Mira la fachada de la casa, buscando alguna luz encendida. Tomo mi pequeño bolso y bajo también, rezando porque María esté en casa. Necesitamos respuestas y las necesitamos ya.

Toco la puerta metálica, haciendo un gran estruendo que me sobresalta. Son apenas las ocho de la noche y todo el barrio está callado, no hay nadie por las calles. Sin embargo, mi celular suena con el tono de llamada de mi abuela, interrumpiendo aquel silencio.

Y comienza el acoso telefónico.

Debería contestarle, le dije que regresaría a la casa para la merienda y ya estoy tarde pero si le digo en dónde estoy puedo alterarla y ganarme una retada por teléfono.

- ¿No vas a contestar?

- Es mi abuela... a ella no le gustará saber que estamos aquí.

- ¿Por qué?

- Luego te cuento.

A regañadientes tomo la llamada.

- Hola abu...

- ¿Dónde estás? Ya es tarde ¿Y Adam? ¿Qué están haciendo?

Adam me hace señas indicándome que alguien está por salir a recibirnos. Decido terminar la llamada pronto.

- Abuela estoy bien, aún estoy viva respirando y Adam está conmigo. No estamos haciendo nada que Dios no quisiera, así que por favor tranquilízate. Luego te llamo, tengo que colgar.

- ¿Por qué? ¡Alida!

- Luego te cuento todo ¿Sí? Chao.

Cuelgo antes de que comience con el discurso de los valores y la moral y que su papá y más blah, blah, blah.

Esperamos unos minutos hasta que la puerta se abre. Un hombre alto y gordo, con bigote de brocha, aparece frente a nosotros.

- Buenas noches – Saluda con el entrecejo arrugado - ¿Qué desean?

- Estamos buscando a María. – Respondo con algo de nervios.

¿Me he equivocado de casa?

- ¿Y quiénes la buscan?

- Soy Alida, he venido antes aquí a ver a María...

En cuanto pronuncio su nombre, María aparece detrás del hombre de bigote. Al verme de pie en el umbral de su puerta, su cara se llena de sorpresa.

- ¡Alida! – Pone su mano sobre el hombro del señor – Mi amor ella es una de mis clientes.

- Oh. Lo siento, pasen, pasen.

La cara del señor, que asumo es su esposo, cambia. Una sonrisa aparece en su rostro, cambiando totalmente de actitud; y se hace a un lado para dejarnos pasar. María nos invita a su colorida sala haciéndonos gestos; Adam toma mi mano y la aprieta ligeramente haciéndome notar lo inquieto que está.

La vida de AlidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora