- Capitulo Dieciocho-
Después de una buena sesión de surf, Louis fue a devolverle la furgoneta a Brice, y se quedó un rato en su casa jugando una partida de póquer y tomando unas cervezas. Louis trabajaba en la tienda de Brice, Water Gear, dando clases de buceo y vela, dirigiendo las excursiones marítimas que ofrecía la tienda para hacer submarinismo. También se ocupaba de la tienda y de la caja en las contadas ocasiones en que Brice dejaba su preciada tienda en manos de otro.
Cerca de las nueve, con cien dólares que había ganado jugando y un poco achispado de la cerveza que había bebido, se encaminó a casa. Brice le había ofrecido hacer dos salidas a bucear. Aquello estaba bien. Sus ingresos se habían vuelto irregulares últimamente. Tendría que espabilar si quería mantenerse ocupado todo el mes. ¿Y dónde viviría cuando acabara de reformar la casa? En aquel momento, la idea del trabajo sobre el que había bromeado con ________ casi le aliviaba. En aquellos momentos se preguntaba si no estaría perdiendo las ganas de ser libre para siempre.
Entonces se acordaba de las arengas de su padre sobre la estabilidad y la formalidad, y sobre concentrarse en las metas de uno, y sentía esa necesidad obstinada de tirarlo todo por la borda, sopesar un millón de posibilidades, no dar nada por hecho, cualquier cosa para evitar convertirse en el obseso del deber que era su padre. Demonios, quizá se mudara a Florida. Allí encontraría algo.
Su vida estaba bien. Y si albergaba alguna duda, sólo tenía que mirar a su compañera de piso. Ansiosa y frenética, preocupada por descansar aunque sólo fuera un minuto. El trabajo era su dios. El nunca viviría de aquella manera. Incluso si se rendía y conseguía un trabajo, enseñando o de algo que encajara con su licenciatura en Pedagogía, se aseguraría de disfrutar de la vida. _______ luchaba contra el entretenimiento como si fuera algo peligroso.
Se preguntó si ella estaría ya dormida. Toda aquella energía había tenido que agotarla. Estaba tan nerviosa, que lo alteraba a él también.
Durante todo el día, desde que habían recogido la furgoneta, había estado haciendo recomendaciones y sugerencias sobre el modo de hacer las cosas con más eficacia. Pero por la forma en que se había estado mordiendo el labio, apretando los dientes y soltando chispas por los ojos, él sabía que se moría de ganas de soltar unas cuantas órdenes, «pon eso ahí, haz eso así y hazlo deprisa». Dios, él había tenido la tentación de besarla hasta que se olvidara de todo... o hasta conseguir que canalizara su energía de otro modo diferente.
En vez de eso, había bajado el ritmo de trabajo deliberadamente, para enseñarle con un ejemplo cómo relajarse. Además, le había enseñado buenos sitios de la ciudad, pero la sonrisa que tenía en la cara había sido de plástico durante todo el trayecto.
_______ no se parecía en nada a las otras mujeres con las que él salía, mucho más relajadas. Ella era una fuerza siempre en movimiento, siempre en dirección a alguna parte. No le importaba si el punto de destino era una equivocación, sólo se dirigía hacia allí. Louis frunció el ceño. No estaba seguro de que le apeteciera llegar a casa para tener que andar de un lado a otro haciendo cosas.
Por otra parte, de algún, modo le gustaba la forma en que _______ había ordenado la casa. A él no le importaba el orden, o más bien, no le compensaba si tenía en cuenta el tiempo que tenía que invertir en él. Se dio cuenta de que estaba acelerando el paso por si acaso ella todavía estaba despierta. Le fastidiaba el modo en que su cuerpo respondía cuando estaba cerca de aquella mujer. El atractivo de lo prohibido, sin duda alguna.
Se la encontró dormida en su «oficina», con la mejilla apoyada en el escritorio, bajo la lámpara. Bajo la luz de la lámpara, tenía reflejos dorados en el pelo. Su perfume le llegó a la nariz y se le metió en la cabeza.
_______ había organizado el escritorio, había instalado el portátil y había llevado el teléfono de la cocina a la mesa. Incluso ya tenía todas las carpetas etiquetadas y colocadas por orden alfabético. Él había intentado que esperara hasta que la galería estuviera terminada, pero ella no había podido hacerlo. Todas sus herramientas de trabajo estaban apoyadas en la pared, parecía que colocadas por orden de altura. Señor.
Quizá fuera mejor mudarse, antes que seguir viviendo con aquel pequeño demonio del control. Sólo que ella era muy guapa, con el pelo enmarcándole la cara pálida, las manos apoyadas en el escritorio, una de ellas agarrando un bolígrafo. Se había quedado dormida trabajando.
Él inclinó la cabeza para leer lo que había escrito: eran dos listas, una de cosas de trabajo y otra de asuntos personales pendientes. Casi al final de la lista de asuntos personales había un punto que decía: conseguir que Louis se comprometa a mudarse. Y otro: ser más estricta con el calendario de reformas, con varios signos de exclamación. Señor, todas las cosas se referían a él. Se sintió un poco herido. Él había estado pendiente de ella para que se sintiera cómoda en la casa, y todo lo que ella quería era que terminara y se marchara.
Después vio su nombre al final de la lista, de nuevo, en la frase comprarle a Louis un regalo de agradecimiento, seguida de un grupo de reggae que le gustaba mucho. Ella había curioseado su colección de compactos, y probablemente la habría colocado también por orden alfabético, aunque de todas formas aquello era un detalle por su parte.
Se fijó en otro punto: no dejes que el miedo rija tus acciones. Hay que mirar hacia delante.
La pobrecilla se había quedado dormida mientras escribía aquella lista frenética, muerta de miedo todo el tiempo.
Acercó una silla para sentarse a observar cómo respiraba. Al dormir, toda la tensión de su cara había desaparecido, y él se fijó en que tenía las mejillas y sonrosadas y redondas como una niña. Se le movían los ojos. Estaba soñando, seguramente, con algo horrible, como que se le metía arena en el fax, o una cosa por el estilo. Tenía el cuello largo y delicado, y Louis tuvo ganas de apretar los labios cerca de la clavícula, donde le latía el pulso, para sentir el ritmo de su corazón.