CAPÍTULO VEINTE

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Había pasado una semana.

Una semana en la que había buscado a Allison para aclarar toda esta mierda, o más bien, mi mierda con olor a más mierda.

Intenté primero mandarle mensajes, sí, los típicos mensajes de "¿Podemos hablar?" "Lo siento, Allison" "Soy un imbécil... Bueno, no, pero en ese ratito lo fui un poco, la verdad". Y no, ninguno respondía. En el estudio, la busqué un par de veces... Bueno, como tres veces. Está bien está bien, la busqué toda la maldita semana y no había rastro de ella. La única vez que se había aparecido en la cafetería del estudio me ignoró completamente.

Esto era un desastre.

—¿Has visto mi otro calcetín?—preguntó Connor buscando debajo de los sillones.

¿Se preocupaba por un maldito calcetín? Esperaba que cuando ya estuviera casado y con catorce hijos ese fuera mi único problema.

—Como si nunca te hubieras puesto calcetines primos.

—Hoy saldré con Martha, y la verdad es que si llega a ver mis calcetines primos en medio de plena acción probablemente se ría de mí.

—¿Y eso te importa?—pregunté rascándome una picadura de mosquito. Malditos mosquitos. Malditas picaduras. Malditas picaduras de mosquitos que hacían que le hablara mal a Allison.

—Tienes razón. —Dejó de buscar y se puso otro calcetín.

Pues por supuesto, yo era el amigo solitario que sabía dar buenos consejos, y él era el amigo mujeriego que sabía dar buenos besos.

—¿Estás seguro de que quieres quedarte aquí? Le puedo decir a Martha que lleve a una amiga para que los cuatro hagamos...

Sí, definitivamente prefería ser el de los buenos consejos.

—Que te vaya bien. —Lo interrumpí y tomé la caja de cereales que ayer había dejado en la mesita de la sala de estar.

Connor se despidió con un fuerte eructo y por último salió.

Y yo me quedé acostado viendo un capítulo más de Arrow.

Pero no.

No podía quedarme así, bueno, sí podía pero no debía. Tenía que ir por ella, esta vez sí lo haría.

Decidí no llamarla a ella, sino a Matthew.

—¿Qué pasa? Es un milagro que llames—habló después del tercer tono.

—¿Estás haciendo algo?—pregunté tomando un puño más de cereal. Tenía que disimular mis ganas por hablarle a ella y no preguntar directamente por ella.

—Yo estoy preparándome para salir en la noche al muro.

—Oh, qué bien...—¿No podías ser más obvio, Bruce? Tú nunca te quedabas sin tema de conversación, justo como está pasando en este instante. Eres prácticamente un loro.

—Ella ha estado llorando toda esta semana. ¿Puedes decirme a qué se debe?—de repente, todo el aire que estaba respirando había sido succionado por una bola de mierda. Y más mierda.

¿Llorar? ¿Por mí? ¿Qué clase de mierda era yo?

Le había prometido cuidarla, y ahora soy yo quien la hace llorar. Qué patético.

—Fue porque soy un estúpido que cuando le dan arranques de enojo lo único que sabe hacer es cegarse de enojo.

—Bueno, no ha llorado, pero ha estado insoportable. ¿Te tengo que golpear con puño limpio ó con algún tipo de látigo? Dime.

30 Cosas de un perdedor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora