CAPÍTULO VEINTITRÉS

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—Basta, ahora sí que estoy muerta. —Jadeó Allison recargándose en un trampolín que se encontraba encima de la pared.

—¿Segura que quieres irte ya?—Tomé dos toallitas y le entregué una a Allison.

—Podemos quedarnos aquí...—mostré todos mis dientes en una sonrisa—Si es que quieres matarme.

Nos salimos finalmente del área de trampolines y nos acercamos a la chica de la recepción.

—¿Ya se van? Aún les quedan... —miró el enorme reloj digital que tenía detrás—veintisiete minutos.

Miré a Allison suplicando con la mirada que nos quedáramos unos cuantos minutos más, pero ella sólo me fulminó.

—Es una ganga, pero tenemos muchas cosas más que hacer. —Confirmó Allison y nos alejamos de la recepción.

—¿Muchas otras cosas que hacer?

—Sí, ¿crees que no me cansa respirar, o ir hasta la cocina sólo porque tengo hambre?—me miró unos segundos y prosiguió—¿en qué mundo vives, Bruce?



Comenzaba a oscurecer, así que el día aún transmitía luz.

Decidimos que sería bueno descansar en mi apartamento, porque quedaba más cerca.

—¿No tienen algo frío aquí?—preguntó Allison buscando algo en el refrigerador.

Connor se acostó en el sillón que estaba justo frente al mío.

—Pues si no ves algo que te guste aquí, en tu casa, ¿qué te parece si vas y lo compras tú?—miró fijamente su celular.

Yo, que estaba viendo la televisión dirigí mi mirada a la de Connor y lo fulminé.

Allison se acercó a la sala de estar y se sentó a un costado de mí, pero en sus manos tenía unas galletas.

Eran las galletas.

De Connor.

Lo único que te faltaba para ganarte el amor de Connor, querida Alli.

—¿Por qué iba a comprar algo para la casa que no es mi casa?—Allison contestó hablando con la boca llena de las galletas favoritas de Connor. Bueno, de sus galletas.

Connor giró su mirada hasta Allison.

Y sí, sé que por dentro explotó.

—¡¿Qué estás haciendo con mis galletas?!—siguió mordiendo y él se las arrebató de las manos—¡No las agarres, son mías!

—Muy tarde. —Habló y sonrío hacia Connor con los dientes llenos de chocolate.

No te rías, Bruce. Contrólate.

—¿Recuerdas que vienes por parte de Bruce? Pues no toques mis cosas. Son mías. Mí-as. —Connor se acercó a la alacena y comenzó a sacar todos los paquetes de galletas que guardaba ahí.

—¿No gustas esconder los sillones de una vez?

—No son míos. —Comentó Connor entrando a su habitación. Segundos después salió.

30 Cosas de un perdedor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora