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Las piernas me ardían horrible, era demasiado cansancio, mis labios necesitaban probar algo de agua y alimento, el estar agachada y después tener que levantarse una y otra vez hacía que mi cadera empezara a tronar.

¿Tantas verduras para qué?, nada de esa comida nos la habían dado, sacar y sacar comida de la tierra era un nuevo trabajo, todavía teníamos que entrenar y esto ya era de más. Notaba cómo las niñas estaban cansadas, su tono de piel roja y dañada por el sol era tan triste, Deka ya tenía algunas ampollas en los pies y le causaban mucho dolor, Yaiza tenía cortadas en sus dedos al igual que yo y Vallolet estaba demasiado pálida no le había estado cayendo bien la comida. Me sentía preocupada por ellas, tenía miedo de que les pasara algo, procuraba siempre tenerlas a mi lado más cuando Aitor estaba cerca. Vi cómo Vallolet comía apenas lo que nos daban, gustara o no nos gustara no llenábamos con eso, tenía miedo de ir con Adam pero sentía la necesidad de hacerlo, sólo por la niñas. Vallolet ya estaba adelgazando, no la dejaría morir. A ninguna, ni siquiera a Angélica y Nicole. Nunca, me arriesgaría por ellas. Además, cada noche era más fría, las delgadas cobijas no lograban mucho.

Lo haría, sin importar que.

— Ya vengo Yaiza, cuida a tus hermanas.

Le dije mientras la arropaba, ya que ahora ella estaba en la cama de abajo y ya había oscurecido.

— ¿A dónde vas?

Me preguntó después de haber girado, no le pensaba decir, no me hubiera dejado.

— Voy a estar bien, ya duerme voy a regresar.

Al parecer sintió que la reprendía, sus ojos demostraban cansancio y dolor, era solo una niña, era difícil verlas en esas condiciones deseaba que tuvieran a sus padres, una vida mejor. Regresé con ella y le dí un beso en la frente.

— Duerme linda.

Me mostró una sonrisa y se acomodó para descansar, me fijé antes de salir de que ellas estuvieran bien, y así era. A causa del frío Vallolet dormía con Deka en la cama de abajo, intenté que las tres durmieran juntas pero solo cabían dos en una cama así que Yaiza prefirió quedarse sola, era muy buena niña.

Froté mis manos para conseguir algo de calor pero era en vano, la temperatura cada vez bajaba más y más, sentía cómo mi cara estaba congelada, al mirar mis manos vi que estaban blancas, y yo, no era blanca, se podría decir que era morena clara, pero ¿a quién le importaba el color de las personas? ¿A quién le interesaba de qué color era mi piel o si me estaba congelando? Absolutamente a nadie. Todo estaba solo, por lo visto no había vigilancia por las noches, era lo ideal, así podría llegar con Adam más rápido.

Me encontré en el comedor allí ya sabía a dónde ir, no era tan difícil saber donde dormía, sólo que la habitación estaba escondida. 

Hallé la puerta de color negro, era de él, miré a los lados para ver si alguien estaba cerca, pero nadie estaba como para atraparme y darme un golpe, dudé en tocar, pero no, necesitaba su ayuda. Toc toc, se escuchó cómo tocaba y nada.

— Adam... Adam, necesito tu ayuda.

Dije en voz baja cerca de la puerta, pero nada, hasta que él la abre de un modo brusco, noté que ya estaba durmiendo, tenía los ojos hinchados y rojos, además de que  veo que él no tenía mucho frío ya que no tenía camisa. Se asomó a ver si había alguien, tomó mi brazo y me metió rápido. Y lo que pensé, su cama estaba llena de cobijas alborotadas, toqué una de ellas y fácilmente supe que no era de las que nos dieron, esa estaba suave y muy acolchonada, rápido pude sentir cómo el calor se adhería a mis manos. Tomó una camisa y se la puso rápido y fácil, ellos se vestían muy distinto a nosotros, usaban la ropa que querían.

Inteligencia y FuerzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora