°20°

33 3 0
                                    

Las heridas las sana el tiempo, pero no los recuerdos.
—•—
Capítulo veinte.

Al mal tiempo, buena cara.

—¿Nutella? —preguntó Val mirándome con una pequeña sonrisa comprensiva.— sé que te dije que quería que aprendieras defensa personal, pero no hablaba en serio cuando en eso te tiras por las escaleras para dar una patada. —bromeó tragándose mi historia.

Reí nerviosamente asintiendo cuando ella me tendió el frasco y la observé.

—¿Sabes?, el silencio es el arma más mortal que puede existir en una noche o batalla. —las palabras abandonaron mi boca sin querer y sus ojos me estudiaron por completo. —Sólo fue un recuerdo de uno de mis protagonistas favoritos de los libros. —sonreí nerviosa rogando que se tragara de nuevo esa mentira y no me preguntara nada.

Ella sabía cuándo mentía.

Sabía cuáles eran mis momentos de debilidad o cuando me pasaba algo pero de alguna forma esta vez me creyó porqué fui convincente ante mis gestos.

O eso creí.

—Supongamos que es así. —Sonrió de lado.— ¿Qué tal entonces con Connor?

—La verdad es que lleva un buen tiempo desaparecido. —le agradecí mentalmente el cambio de tema y dejé que me abrazara como sí quisiera protegerme.

—Eso es cierto. —comentó pensativa y ella se separó levemente.

—Valeria. —Hazel, mi madre, entró a mi habitación con el celular en mano y una sonrisa medio incomoda por decir lo que tenía que decir.— tus padres me acaban de llamar, me pidieron que te dijera que tienes que ir a casa de inmediato por motivos muy importantes.

—Ah, no puede ser, ¿tan pronto? —se quejó en un puchero y asintió.— muchas gracias señora Labelle, enseguida bajo entonces para retirarme. —se giró hacía mí abrazándome con fuerza.— estoy contigo en lo que sea que hagas, Barb. —susurró antes de separarse de mí y sonreírme para luego salir por la misma puerta que mi madre había salido anteriormente.

Me dejé caer en la cama mirando hacía el techo pensando en cómo podría evadir a los idiotas mañana, ya que al parecer creen que fui yo quién habló con el director acerca de que había golpeado a un estudiante.

Cerré mis ojos dejándome llevar por el cansancio que sentía en ese instante y llegué al país de los sueños.

El vestido que portaba está vez, era blanco como la luz de la luna, mis pies estaban descalzos y mi garganta se sentía extremadamente seca.

Miré a mi alrededor notando que todo estaba más oscuro que antes, un gran lobo reposaba junto al lago que siempre veía en este tipo de sueños.

Aquel lobo parecía la mismísima noche ya que su pelaje era similar al cielo cuando las estrellas estaban en su máximo punto.

En este bosque no me sentí amenazada, sino protegida.

Corrí hasta el lago sintiendo el césped con más libertad y me posé al lado del gran animal, el cual ni se inmutó con mi presencia.

Me gustaba la tranquilidad que irradiaba está vez el bosque.

Miré mi reflejo en el lago y no tenía ni un solo moretón, una gran sonrisa adornaba mi rostro.

No había nada que pudiese arrebatarme esa paz que sentía.

—Barbara. —de nuevo esa voz se coló por mis oídos, el lobo a mi lado gruñó poniéndose en posición de defensa, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo cuando sentí que tocaron mi hombro.— Vas a ser mía.

Una vez más, una oportunidad más #1 {terminado}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora