Capítulo 19

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《Mi dulce tomate

Paul no se había equivocado, todo seguía igual, las calles con gente caminando de un lado a otro, las casas con los mismos colores, el mismo clima, todo era igual a cómo cuándo se fue, menos él mismo, porque había madurado. Puede que solo sea una pizca más maduro que cuándo viajó a Hamburgo, pero esa pizca lo hacía sentirse satisfecho consigo mismo.

Habían llegado justamente cuándo las estrellas comenzaban a hacerse visibles y la luna ya estaba iluminando las calles.

Al final, McCartney se instaló en la casa de Starkey, quién estaba inmensamente feliz de volver a su antiguo trabajo, su hogar y antigua vida, claro, ahora con la diferencia de estar acompañado.

-Es genial poder vivir con alguien. Ya me estaba sintiendo muy solo.- dijo el ojiazul mientras ayudaba al menor a desempacar, puesto que Richard lo haría más tarde.

-¿Cómo puedo agradecerte por dejar que me quede aquí?- preguntó McCartney, acomodando su guitarra en una de las paredes para luego sentarse a un lado de Ringo, sobre la cama.

-Bueno... con que me ayudes con ir de compras será suficiente para mí y también que mantengas limpio tu cuarto.

-Está bien.- sonrió.

La verdad, Paul se sentía algo inseguro e inquieto, en parte porque la casa de Ringo no estaba muy lejos de la de su padre y fácilmente podría encontrarse un día de esos con Mike o con el mismo Jim. El imaginárselo le hacía llenarse de pánico.

-¿Qué te preocupa tanto, Paulie?- cuestionó mientras doblaba una camiseta negra, cómo la gran mayoría de camisetas que Paul tenía en su maleta.

-Es que... no lo sé, tengo un mal presentimiento.

-Bueno, escucha. Si algo debe ocurrir, ocurrirá, ya no te tortures por cosas que aún no pasan, además las cosas malas siempre vienen de la mano con algo bueno o viceversa. Me refiero a que debes sacarle provecho a lo que te suceda, sea malo o bueno.

-Si, tienes razón.

-Pero si la he tenido todo éste tiempo.- presumió.

-Es cierto.- soltó una risita que ahogó con sus labios sellados -Otra cosa es que yo no te haga caso.

-Así es.- suspiró, tomando otra camiseta oscura -¿Cómo crees que estén?

Paul agachó la mirada, dirigiendo su atención a la maleta, en dónde en uno de los bolsillos de la tapa, estaba guardada su fotografía con John, la sacó lentamente y la observó algunos segundos.

-¿Quieres enmarcarla?

-¿Eh?- subió la mirada, encontrándose con la dulce sonrisa del mayor.

-Mi madre solía decir que todas las fotografías merecen ser guardadas con cuidado y amor, pero las que uno sabe que son más especiales, aún cuándo están arrugadas y algo descuidadas- le quitó con suavidad la foto y la miró unos momentos -, éstas merecen un marco especialmente para ellas.

-Tu madre es muy sabía.

-Todas las madres lo son.

Paul esbozó una sonrisa, recordando a su madre, los mimos que solía darle y su hermosa voz al momento de cantar para calmarlo a él o a Mike por haber tenido una pesadilla o alguna pena.

-¿Entonces quieres un marco para tu foto?- preguntó el pelicastaño, devolviendo la fotografía a su dueño.

-Si.

* * * * * *

La pequeña fotografía estaba enmarcada y colgada en la pared del cuarto de Paul. El marco era de madera roja, un color brillante, muy parecido al escarlata.
Paul acarició el cristal sobre la fotografía, paseando la yema de sus dedos por el rostro de John, cómo siempre lo hacía al admirar la imagen.

Por la mente de McCartney apareció la pregunta que siempre se hacía presente, de mañana, tarde o noche.

¿Cómo estará John?

Negó con la cabeza, queriendo borrar aquella pregunta, sumándole  la preocupación y el amor que sentía. Bufó frustrado.

Cómo odiaba pensar en John Lennon.

Se vistió con la pijama que Ringo le prestó otras tantas veces, miró por última vez la foto enmarcada y se dirigió a la cama, pensando en cómo haría para reiniciar sus ganas de triunfar en la vida.

A la mañana siguiente se la pasó en la peluquería se Ringo, acompañándolo y ayudándolo con la limpieza.

-Te lo pagaré.- dijo de pronto el ojiazul -Si quieres puedes ayudarme aquí, es un buen trabajo.

-¿En serio?- apretó con fuerza la escoba -Me encantaría.

Estuvo en la peluquería hasta las doce del día, que fue cuándo Starkey le dijo que podía irse para preparar el almuerzo, que él cerraría pronto para llegar a comer con el pelinegro pero antes debía atender a dos clientes más, éste último se entusiasmo con lo del almuerzo, no porque tuviese hambre o porque le gustaba cocinar, sino porque quería agradecerle al mayor de esa forma, dándole una comida deliciosa; tomó su chaqueta de un perchero que estaba en la entrada de la peluquería y se la colocó de forma rápida, debía ir a comprar algunas cosas si quería cocinar, ya que Ringo no tenía nada en la nevera, ni en la despensa, con suerte tenía especias.

Sacó su billetera, tenía suficiente para preparar un almuerzo decente.
Comenzó a caminar en dirección a una verduleria, ahí sería su primera parada; miró detenidamente los tomates, las patatas, aún sin saber qué cocinar.

-No estará mal llevar ambas.- dijo mientras sacaba patatas y las iba dejando en una bolsa, fueron siete grandes papas las que sacó e iba a pagar, luego hizo lo mismo con los tomates, comenzó a tomar varios, pero Paul nunca supo mucho sobre verduras o frutas maduras y el cómo elegirlas, así que sin pensarlo, tomó tres tomates demasiado maduros.

-Éste está en su punto perfecto de madurez.- al voltearse, Paul no pudo creer a quién veía frente a él, sonriéndole con un tomate maduro en la mano y una bolsa con diferentes verduras en la otra.

Hasta no poder más  [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora