El romance musical de los sesenta(o "los dientes postizos de la Nueva Ola")
Las estrellas del espectáculo chileno reflejan visos opacos de olvido o brillantes detriunfo de acuerdo a la adhesión popular que los encumbra o los entierra, según factoresbiográficos que recuerdan aquella cancioncita que te cantaba al oído, en el parque, aquellosaños. ¿Te acuerdas? Pero no es solamente la nostalgia frambuesa o la promociónempresarial del artista lo que confirma o borra su evocación musiquera. También lossucesos políticos y sociales que los identificaron, hacen más duradera su fama, o laterminan, a pesar de la insistencia amigota de convidar a la estrella gastada una y otra vez almismo programa.Con la Nueva Ola pasa un poco eso, la obsesión comercial que desempolva esearrugado grupo de veteranos teenagers, para reflotar una época para muchos feliz,especialmente para cuarentones que agotaron en el twist toda su rebeldía juvenil. Justoantes que viniera la escandalosa hippiemanía, justo allí se quedaron mascando chicle y tomandorefrescos, mirando a los chicos malos del setenta que se venían con unas ganas decambiarlo todo, a puro L.S.D., mariguana y estridencia rockera. No se la pudieron con laépoca, se quedaron pegados en la moto vespa, la corbatita fruncida y el corazón decaramelo. Jubilaron en su pequeñez del romance para suspiros juveniles. La Nueva Ola fueuna manga de artistas popotitos y gotitas de lluvia en la ventana, la balada-manía que nuncase comprometió con los cambios sociales. Los mismos que reaparecen de vez en cuandorememorando esos años felices. Tan ambiguos y complacientes, que pueden volver encualquier época. Tan apolíticos, que pueden sonar sus canciones en un orfeón militar o enel compact de la democracia. Para todos los gustos, tanto para el quinceañero que le da elgusto al papá, aprendiendo en guitarra la cancioncita cursi que el viejo le cantaba a lamami, como también para esos matrimonios que bailan el "Te perdí" tratando de agarrarsede los flotadores de la celulitis. Una música para todos los tiempos, que resiste todos loscataclismos políticos sin que se le caiga un pétalo de su cereza corazón. A lo más "la Peramadura" de Sergio Inostroza, que se hizo himno oficial de las concentracionesantidictadura. Con su estribillo "Y caerá, caerá, caerá" que coreaba todo el mundo para lapica de los pacos. Pero eso no más, porque el resto de nuevaoleros nunca participó deninguna trifulca ideológica. Al contrario de una parte del neo-folclore que nació politizandoy recontra izquierdista. A todo poncho, a toda metralla mierda y vamos de Vietnam a lasalitrera, del campamento a la reforma universitaria. Así Víctor, el Quila, Rolando y tantosotros, pagaron con la muerte, el exilio y el olvido, la osadía de soñar un mundo más justo,una utopía social para un Chile que se resiste a recordar las barbas de la rebelión. Un Chileanestesiado por el cancionero fácil, que tartamudea incansable la misma depresión de amor,la misma letra tonta del me dejó, yo le mentí, y por eso me pasa. Y ni siquiera alcanza a serel desrajado malamor de la ranchera mexicana. Porque este silabario musical chileno esapenas un cortejo asexuado y tímido que interpretan niñas de falda Chanel y jóvenes depelo pegado. Como si cantaran para parecerle bien a alguien, a algún director de televisiónque programa la música sin ganas del espectáculo y el marketing. Así, la vieja Nueva Olasigue sonando en las radios en programas del recuerdo o en nuevas versiones de susantiguos éxitos. Sigue sonando como lo que siempre fue, el analgésico melódico para unaépoca de conflictos que despolitizó a aquella hula-hula generación.