Un domingo de Feria Libre (o "la excusa regatera del dime que te diré")
Y por qué otra cosa, si no por ventear la lengua en el cotorreo zoológico de la FeriaLibre en domingo. Allí, en el par de cuadras donde se instala semana a semana el mercadoferiano a la intemperie. Donde se arma y desarma la sociología doméstica del pelambre, deldime que te diré, del recuento de nuevas guaguas y viejos muertos que ya nunca más se lesverá conversando o comprando en la feria del barrio. La feria libre, como se le llama a estedislocado matuteo de frutas, verduras y cuanta porquería taiwanesa que relumbra en losmesones de los puestos. Donde se juntan las vecinas para intercambiar recetas y remedioscaseros, la sangre de toro para el asma, la pata de vaca para las diabetes, la chancapiedrapara la vesícula, el aceite de lobo para la artritis, en fin, la botica ambulante del emplasto yla cataplasma que acapara la fe popular, más que la química farmacéutica. Se cree más en lareceta colectiva del bien común, que en el diagnóstico licenciado de los matasanos. Todoesto ocurre mientras silban por el aire los gritos feriantes con su «Caserita qué se le ofrece».«Me llegaron los granados nuevecitos y el zapallo tierno». «Aparecieron los duraznospascueros, los primeros de la temporada». «Aproveche casera que se acaban».Toda la pobla se reconoce en el rito dominguero de la feria libre, el único día que elmenú cotidiano de las pantrucas se alegra con la fiesta del pescado frito. Siempre y cuandolas merluzas, los congrios y las pescadas estén frescos, tengan agallas rojas y los ojosbrillantes. Oiga, pero este jurel está como un trapo, parece que sobró de la Ultima Cena.Entonces no lo lleve pues señora, más encima pobre y regodiona. Estos diálogos soncomunes entre comerciantes y clientela, por eso la señora tiene que alterar el almuerzo,cambiarlo por granados con mazamorra, pero ya es tan tarde para echarlos a cocer. Estopiensa mientras camina entre el griterío de mercancías, mientras se detiene tocando unablusa, una falda, una barita colgada por la moda crespa de la ropa usada americana. Perohay tantas cosas más necesarias que mejor olvidar ese antojo, y sigue buscando los preciosmás baratos, los tomates más económicos para acompañar la porotada de granados con ajíde color para que su familia se chupe los dedos. Con ella va todo el gentío, la bullanzaconsumista de los filodendros plásticos, los cabros chicos, los globos y las notas luengas deun bolero recumbión. Por ahí se aglomera la gente escuchando el sentimiento de losparlantes, reconociendo la voz de Ramón Aguilera cantando en vivo, a todo el sol de lamañana obrera. Y es verdad, es él, dicen las viejas amontonándose para escuchar en personaal mítico cantante, el lagrimeo musical entonando «Que me quemen tus ojos». A esahora de la mañana, es el mejor regalo que tiene la Feria Libre de escuchar a RamónAguilera tan cerca, tan real, más cierto que el cassette chicharra que promociona el artista,que lo vende autografiado, viajando en una camioneta con parlantes que recorre las ferias.Ya van a ser las doce y todavía la señora no decide qué hacer de comer. Ella va o lalleva la multitud, no lo sabe, pero más allá se detiene porque un candidato al parlamento,tirando volantes, reparte cajas de fósforos con su foto de inocente oportunismo. Y todosreciben la propaganda, y hacen como que escuchan al político que se atora sermoneando sucampaña, grita compitiendo con la música y la bulla pachanga de la feria. Así, con estafiesta, el domingo ferial da por inaugurado el ocio poblador, donde las familias hacen unalto en este feriado que les otorga el calendario laboral, el paréntesis del domingo que pasatan rápido como la Feria Libre, cuando al llegar las tres de la tarde, se apagan sus colores yenmudecen los papagayos de su sonora entretención.