Carmen Gloria Quintana(o "una página quemada en la feria del libro")
Como quien pasea la tarde por la Feria del Libro, me la encuentro hojeando poesía ymirando portadas, confrontando su cara tatuada a fuego, con las "boquitas de caramelo ylos cutis de seda" de las niñas top que chispean las tapas de best sellers y revistas. CarmenGloria Quintana, la cara en llamas de la dictadura, parece hoy una magnolia estropeada enlos ojos que la reconocen bajo el mapa de injertos. Los ojos impertinentes que se dan vueltaa mirar su figura de joven mamá, paseando a su niño entre la gente.Pero son muy pocos los que recuerdan el rostro impreso en las fotos de los diarios.Son contados los que descubren su cara, como si encontraran un pétalo chamuscado entrelas hojas de un libro. Son escasos los que pueden leer en esa faz agredida una página de lanovela de Chile. Porque la historia de Carmen Gloria nada tiene que ver con la literaturalight que llena los escaparates. Y si alguien escribiera su historia, difícilmente podríaescapar al testimonio sentimental que remarca sus rasgos en el boceto incinerado de laescritura. Quizás, decir algo de ella pasa inevitablemente por narrar su historia, que pudoser común a la de muchas jóvenes que vivieron los densos humos de las protestas en laspoblaciones, por allá en los ochenta. De no ser por esa noche, cuando Chile era un eco totalde caceroleos y gritos. Y había que cortar esa calle con una barricada. Y estaban RodrigoRojas de Negri y ella con el bidón de bencina, en esa esquina del terror cuando llegó lapatrulla. Cuando los tiraron al suelo violentamente, riéndose, mojándolos con el inflamable,amenazando con prenderles fuego. Y al rociarlos todavía no creían. Y al prender el fósforoaún dudaban que la crueldad fascista los convertiría en mecheros bonzo para el escarmientoopositor. Y luego el chispazo. Y ahí mismo la ropa ardiendo, la piel ardiendo, desolladacomo brasa. Y todo el horror del mundo crepitando en sus cuerpos jóvenes, en sushermosos cuerpos carbonizados, iluminados como antor chas en el apagón de la noche deprotesta. Sus cuerpos, marionetas en llamas brincando al compás de las carcajadas. Suscuerpos al rojo vivo, metaforizados al límite como estrellas de una izquierda flagrante. Ymás allá del dolor, más allá del infierno, la inconciencia. Más allá de esa danza macabra unvacío de tumba, una zanja donde fueron abandonados creyéndolos muertos. Porquesolamente muertos podían argumentar su accidente, un derrame de bencina que prendió susropas. Y vino el amanecer, sólo para Carmen Gloria, porque Rodrigo, el bello Rodrigo,quizás más débil, tal vez más niño, no pudo saltar la hoguera y siguió ardiendo más abajode la tierra.Después vinieron sus funerales envuelto en la mortaja cardenal de las banderas, yluego el juicio y los culpables. Y más pronto el perdón judicial y el olvido que dejó libresesas risas pirómanas, quizás confundidas hoy con el bullicio de la Feria del Libro. Por esoCarmen Gloria va entre la gente sin dejar entrar la piedad al sentirse observada. Algo enella le abre paso cabeza en alto, erguida, como si fuera una bofetada al presente. Asímismo, cara a cara de Juan Pablo II, mantuvo ese gesto diciéndole al Papa esto me hicieronlos militares. Pero el pontífice se hizo el gringo y pasó de largo frente al sudario chileno,tirando puñados de bendiciones a diestra y siniestra.Ahora Carmen Gloria estudia sicología, se casó y tuvo un hijo. Al parecer su vidasiguió un cauce similar al de muchas jóvenes de ese tiempo. A no ser por su maquillajeperpetuo que lo lleva con cierto orgullo. Como si quien ostenta el rostro así fuera unafactura del costo 'democrático. Y esa página de historia no tiene precio para el mercadolibrero, que vende un rostro de loza, sin pasado, para el consumo neoliberal.Así, mucho después que Carmen Gloria ha sido tragada por la multitud, sigo viendosu cara como quien ve una estrella que se ha extinguido, y sólo el recuerdo la hace titilar enmi corazón homosexual que se me escapa del pecho, y lo dejo ir, como una luciérnagaenamorada tras el brillo de sus pasos.