El Bim Bam Bum(o "cascadas de marabú en la calle Huérfanos")
Y por entonces el Paseo Huérfanos era una calle más del centro de Santiago, unaarteria comercial llena de cines donde la gente se amontonaba en la estrecha vereda delTeatro Opera, para conseguir a gritos una entrada a la función nocturna del Bim Bam Bum;la compañía teatral de revistas eróticas que hacía desfilar bosques de piernas, enfundadas enmedias Labán por las bambalinas roñosas del escenario. Y eran varios los teatros quepresentaban un Brodway hilachudo para la ilusión de glamour que trasnochaba la veladabohemia finalizando los sesenta. Existía el Humoresque en Avenida Matta y el Picaresqueen Recoleta, copias más picantonas y menos refinadas donde evacuaba la calentura elchoclón obrero, la platea hombruna y delirante con la vibración de la celulitis en el vedeteopilucho de las tablas: Allí los puntos corridos y las cicatrices de apéndice, maquilladas conBrix-Cake, completaban el deterioro del edificio, eran parte del guión-humor donde lacarne, el sexo fallado y su fatalidad eran la risotada del comentario, el reír de sí,colectivizando el pellejerío bufonesco que ironizaba el subde-sarrollo en su erizado güeviar.Eran varios los teatros de revistas, pero ninguno como el Bim Bam Bum y suesplendor lamé dorado y cortinajes de felpa que se abrían al estruendo de la orquesta. Porahí había más presupuesto, más money para diluviar la noche de estrellas importadas,vedettes del Teatro Maipo de Buenos Aires que iluminaban la cartelera con el ampolleteode sus nombres, mes a mes, la novedad expectante escribía en la marquesina las letras de:Nélida Lobato, luciendo su espectacular tocado de marabú que había usado en el Lido deParís. Susana Giménez, y su gran porte de bomba argentina que dejaba a los transeúntestartamudos cuando ella salía del teatro. Moria Casán, y el temblor caliente de su tetadagenerosa, ahí, casi al alcance de la mano de los jubilados transpirando frío con elzangoloteo voluptuoso del tapapecho porteño, de la carne porteña, por cierto másdespampanante que la geografía local. «Pero son tan pesadas y grandotas», se quejaban losbailarines colihüillos que debían levantarlas en el aire. «Hay que ser Hércules para subirseal hombro a esa Susana Giménez que pesa como una vaca», comentaban en el camarín,pintándose como puertas las locas flacuchentas acompañantes coreográficas de las diosas.Pero no siempre la primera vedette era importada, por acá se emplumaba el traste lalinda Pitica Ubilla, la primera vedette nacional que arrancaba gritos, vivas y aplausos consu hermoso cuerpo de Venus latina. Ella nunca fue tan exuberante como sus compañerasbonaerenses, pero se pavoneaba de igual a igual desplegando la seducción familiar,herencia materna de todas las Ubilla que subieron a las tablas. El famoso Clan Ubilla detías, sobrinas y nietas, afroditas locales del vedetismo que se trasmitieron por el cordónumbilical el equilibrio mambero de los tacos. Desde chicas, jugando con plumeros,aprendieron a descender con estilo la escalera iluminada del Bim Bam Bum, donde todasalguna vez llegaron, pero fue Pitica quien se consagró reina en las noches rumberas delOpera. El nombre se lo puso en homenaje a Lucho Gatica, a quien le decían Pitico y semolestó por el abuso de confianza. Aun así, esta diva se ganó los aplausos del público querepletaba la sala. De todas las comunas, de todos los barrios, la gente venía a reírse con lossketch de Manolo González, Iris del Valle (La Pelá), Carlos Helo, Mino Valdés, y tantospersonajes que pasaron por el teatro de calle Huérfanos. Como la larga lista de cantantes yactrices universitarias que cumplieron el sueño azul de empilucharse y lucir el canastillo deplumas en la cabeza. Así llegó Fresia Soto, la morocha cantante nuevaolera de acrílicosojos calipso, y cantó su «Corazón de melón» arrebolada de boas rosas. Después le tocó elturno a Peggy Cordero, la actriz heroína del Cine Amor, la belleza de ojos dormidos verdemar, que encandiló a todo el país con su escultura curvilínea en las portadas de los diarios.Luego vinieron las bailarinas de ballet, Rosita Salaverry y Magaly Rivano, quienes fueronduramente criticadas por frivolizar la danza clásica en el cabaret de las chicas ligeras deropa. Pero entre más se escandalizaba el medio cultural de entonces porque las niñasuniversitarias del teatro y la danza mostraban el cuero en bikinis de lentejuelas, másnumeroso era el público que llenaba la penumbra estelar en las noches del Opera.También en la escandalera de esos años que hervían de cambios sociales, juvenilesy sexuales, se anunció a todo bombo la visita de Coccinelli al Bim Bam Bum, el primerhomosexual francés que se cambió el sexo en París. Y el tumulto a la entrada del Opera eraun empujar de santiaguinos curiosos que deseaban ver este milagro de la cirugía. Y todosquedaron mudos cuando Coccinelli bajó del auto en un relámpago de flashes. Era más bellade lo imaginado, con su pelo aluminio, sus grandes ojos verdes, y el par de mamas comorosados melones que desembolsó en el escenario para el estupor del público. «Todo esfalso, puro relleno», murmuraban los bailarines colisas sapeando envidiosos tras lascortinas.Llegados los setenta, el golpe militar seguido del toque de queda, desanimó lasnoches putifarras en la catedral del vedetismo. Las funciones de las diez se adelantaron alas siete, y era raro asistir al espectáculo tan temprano. Además la censura política delrégimen afectó el doble filo del humor, y poco a poco fue desapareciendo la costumbrepopular del teatro revisteril. El Bim Bam Bum fue el último en cerrar su cortinaje debrillos, cuando una empresa inmobiliaria compró la propiedad que ocupaba el teatro Operaen la calle Huérfanos para convertirla en galería comercial. Sólo dejaron para el recuerdo,la pretenciosa fachada de columnas y el arco de ingreso, como una cáscara hueca queadorna nostálgica el plástico vidriero del Santiago actual. Sólo eso quedó de aquella fiesta,y por cierto alguna vieja vedette que, en su casa, acaricia las plumas lloronas de eseextinguido resplandor.