Memorias del quiltraje urbano (o "el corre que te pillo del tierral")
Y se llaman Boby, Cholo, Terry, Duke, Rin-tín-tín-Campeón o Pichintún, y alescuchar su nombre, ladran, corren y saltan desaforados lengüeteando la mano cariñosa queles soba el lomo pulguiento de quiltros sin raza, de perros callejeros, nacidos a pesar delfrío y la escarcha que entume su guarida de trapos y cartón. Y ya de cachorros, aprenden amenear la cola choca para ganarse el hueso descarnado, los restos de la porotada familiar, oel trozo de pan añejo, que mascan sonriendo, agradecidos de poder compartir la dietaobrera. Porque para ellos no existen esos alimentos químicos del mercado canino, esasgalletas y cereales sintéticos que venden los mall, junto con collares, cadenas y cepillosespeciales para perros de clase. Esas comidas para perros etiquetadas con nombre decaricatura gringa; los Dogo, Dogi, Dogat, Masterdog, Champion o Pedigree con forma dehueso comprimido y vitaminizado como si fuera comida para astronautas. Y vaya a saber elperro qué mierda está comiendo, si lo único que le queda claro es el tufo a pescado molidoy la sed insaciable que los tiene todo el día con la lengua afuera.Al parecer, la ciencia veterinaria por fin puso en marcha la sociología animal queeduca y distribuye por status el mercado de las mascotas. Y este kárdex pulguero queexistía desde los galgos egipcios de Cleopatra, dejó de ser un exotismo de la realeza, ypasó a formar parte del arribismo colectivo que invierte parte del presupuesto en laadquisición de un perro hecho a la medida. El complemento perruno de la escaladaeconómica que aspiran los chilenos, entonces, raza, color y pelaje deben combinar con laalfombra y el tapiz de los muebles si es un perro de interior, por cierto un animalito fino yvalioso, que se puede conseguir a precio de huevo, si es robado, en las ofertas del mercadopersa. Ahora, si la propaganda de la seguridad ciudadana aconseja una fiera, dobermanpara el jardín, un lustroso guardia para las casitas de villas o condominios, adiestrados«sólo como perros», para mostrarle los dientes y destripar a los malvestidos que se acercana la reja. Así, lo más cercano al esencialismo del adjetivo «perro», es el doberman mocho,de cola y orejas cortadas, cercenadas cruelmente para aumentar su imagen de ferocidad, olos ovejeros alemanes, más conocidos como perros policiales, preparados como pacos paraperseguir y morder sospechosos.Tal vez, la dualidad amo y perro es el espejo perverso donde el animal duplicamañas y modales. Como esos quiltros pitucos, los galgos afganos, los cocker spaniel, o lopoodles que los bañan, peinan y perfuman en peluquerías especiales para ellos. Y cuandosalen de allí, ridiculamente recortados, afirulados como ikebanas con moños y rosas decintas, con la nariz bien parada sin mirar a nadie, igual que las viejas cuicas que los adorany gastan fortunas en veterinario, bálsamos y manicure para la Fify, el Chofy, la Luly, elPuchy, el Pompy, animales con heráldica que no juegan ni ladran, y parecen estatuas,educados como adorno en la decoración del riquerío. Son las mascotas de sangre azul, quemiran sobre el hombro al perraje suelto que vaga por las calles, los otros, los quiltros sin leyque hacen suya la ciudad en el patiperreo de la sobrevivencia. Perros que hurguetean labasura y comen lo que encuentran, adaptándose fácilmente al calor humilde del ranchalobrero. Porque la pobreza y los perros son inseparables; entre más pobres hay más perros.Como si en la precariedad siempre hubiera un rincón donde amparar otro quiltro. Uno más,como el Moisés que llegó cojeando, medio pelado de arestín y con la oreja ensangrentadapor alguna mocha canina. Llegó así, patuleco de hambre y con esos ojazos de huachasoledad. Y al mes parecía otro, sanado y alimentado por la generosidad de una mano amiga.Le pusieron Moisés por sobreviviente, y a puras sobras de comida recuperó el pelo y suladrido infantil de peluche juguetón. En poco tiempo el Moisés se había integrado a lapatota perruna del campamento, y corría libre con los cabros chicos alborotando el correque te pillo del tierral. Perseguía a las micros ladrándole a las ruedas, hasta que un violentorechinar apagó para siempre el bullicio de su fiesta. Y allí quedó patas pa arriba en lacuneta, hasta que los niños lo enterraron en un hoyo cercano al basural. Quién sabe por quélos pobres lloran a sus perros con esa amargura, como si sus Bobys, Terrys, Mononas,Pirulines y Cholas, fueran una parte única de la familia, y ningún otro perro que lleguepodrá reemplazar la memoria optimista de sus gracias. Nadie sabe por qué queda un vacíoen el coro de perros que siguen ladrando en la noche santiaguina, cuando la ciudad duermey cantan tristes los aullidos de su quiltraje funeral.