Parte 8 "Soberbia calamidad, verde perejil"

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  Presagio dorado para un Santiago otoñal 

Hay algo de fracaso en esa luz dorada que atardece temprano cuando llega el otoño,cuando las pintas coloridas de los santiaguinos van tomando el apagado gris ratón o cafétierra de la ropa invernal. Y en este cambio de uniformes las dueñas de casa corren a lalavandería a limpiar los abrigos, parkas e impermeables para afrontar los hielos que seavecinan. Porque este año hizo tanto calor, hasta abril los cabros andaban en manga decamisa. Con treinta grados en Semana Santa, como si fuera acabo de mundo las viejasmiran con desconfianza el calorcillo tardío que aún mantiene verdes las hojas de losárboles, cuando otros años los contados parques de la capital estaban alfombrados de oroviejo.Así, con la amenaza del apocalipsis, catástrofes y desastres, las mujeres observancon desconfianza las bondades de este otoño tropical. Extrañan la suave lluvia que en estaestación arrastra tristemente los recuerdos del ardiente verano. Echan de menos la ventiscapolar que trae el romadizo, las toses y gripes que se resguardan con bufandas, chales ygorros de lana. Sienten nostalgia del olor a tierra mojada, del barro y la escarcha queentume el paisaje social de una ciudad que no siente suyo este clima ocioso y templado.Requieren del olor a parafina de la estufa, que nos recuerda que somos pobres, aunque laeconomía diga que estos calores son producto de las ventajas del modelo neoliberal.Quizás la capital necesite de estas estaciones intermedias como el otoño, paraprepararse a resistir la crudeza del invierno. Para encontrarle alguna justificación al tejidopunto canutón, punto araña, punto panal de abejas, punto arroz, punto garbanzo, puntoargolla, punto maíz, punto coliflor, jersey y correteado en las mangas de la chomba, para laJacqueline que este año va al colegio. En lana palo de rosa, calipso, verde agua, verde nilo,amarillo pato o celeste Jacinto, que son los colores chillones con que los pobladoresarropan su pobreza. Porque las diferencias sociales del otoño, también se dividen porcolores. Así, los tonos jaspeados tipo Cachemira o Shetland, demarcan el status de abrigarsecon clase, de recibir el frío con buen gusto, con tejidos a máquina que parezcanartesanales, como se usan, dice la cuica, "para la Francisquita que este año también va alcollege".Tal vez, la delicada ternura que ponen las mujeres pobladoras en sus tejidos a mano,entibia como una caricia los tiritones húmedos que acechan a los niños al llegar el frío. Yquizás no es sólo eso, también es una excusa para intercambiar informaciones sobre susvidas, de juntarse a compartir puntos y tejidos del un, dos, tres al derecho y un, dos, tres alrevés. Con doble hebra para mi marido que llega tarde todas las noches, vecina. Con puñosreforzados para el Ricardo que pasa día y noche con la patota de la cuadra, vecina. Concalados en el pecho para mi hija de dieciocho, que llega con plata cuando va tanto al centroy nadie sabe para qué doña Juana. Con cuello de tortuga para mi hijo menor, que lo hanechado de todos los colegios y ya no sé qué hacer señora Kika.En fin, pareciera entonces que el tejido colectivo de mujeres urdiendo al sol, en lapuerta de sus casas, cumpliera otros propósitos además del fin práctico del chaleco, labufanda o los guantes. Es una organización que hilvana experiencias y dolores al traqueteode los palillos, al baile sin censura de la lengua que transmite el pelambre informativo de lacuadra. Es una manera oblicua de hacer política en ausencia del macho. Al igual que elfamoso barrido de la vereda, que puede durar horas pasando la escoba en la misma baldosa,limpiando el mismo lugar, como si fuera la terapia pensante que las mantiene unidas, en elrito de armar y desarmar la sociología del barrio y el país. A puro escobazo despellejan aesa pituca de la tele que no les gusta. A puro trapeado de piso cacarean sobre el precio delpan. A puro lustre de cera comentan la mentira encorbatada de los políticos, y ese metrovolador que costó tanta plata y no sirve pa ná, porque igual hay que tomar otra micro parallegar a la pobla.Por eso, a estas alturas del año, ellas echan de menos el otoño tradicional que nollega. Y no es sólo por romanticismo. Por eso andan presagiando un terremoto y extrañan labasura otoñal que otros años en esta fecha cubre las aceras, la lluvia de hojas tristes que lasobliga a barrer una y otra vez la vereda, para armar su política parlanchína, su breveespacio camuflado de orden y aseo donde ellas, todas juntas, todas cómplices con el otoño,fingen amontonar hojas secas urdiendo la política hablantina de su doméstica conspiración.   

De perlas y cicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora