Parte 8 "Soberbia calamidad, verde perejil"

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  La bruma del verano leopardo 

Patinando la tarde que bordea un Mapocho arrebolado por jirones de sol, cuandocaen en las aguas cristales dorados que alhajan la corriente mugrienta, la marea fecal, rotapor gaviotas despistadas que se zambullen a la caza de un pez mojón en el Támesissantiaguino. Pájaros de mar que traicionan el horizonte azulado por la nube rancia delsmog, emigrando corriente arriba, picoteando los desechos de la urbe. Acaso espantadaspor las risas transandinas que todos los veranos se toman las playas con sus matecitos ygamulanes y esa ironía che que se jacta de tener balcón a Europa. Pero sin embargo, cruzanla cordillera atraídos por el esplendor del verano leopardo. Argentinos de mediopelo, quevienen desde sus pueblitos pampinos y tirados de guata al sol en Reñaca, se pasan lapelícula del Marbella chilensis, soñando que La Serena es la Costa Azul del Pacífico; laprima hermana de Viña del Mar, igual de cuica, tradicional y pretenciosa. El balnearionortino que levantó una escenografía lujosa de hoteles cinco estrellas, piscinas vip's para notoparse con el perraje y playas privé, decoradas con paraguas de totora, único vestigiofolclórico que recuerda el techo de paja de la economía nacional.Kilómetros de mar azul y arenas blancas para leer la fofa "nueva novela", el petardoliterario de la transición. La narrativa acartonada que fue escrita para leerse en estas playasdel relax neoliberal. Como si escritura y paisaje, ficción y bronceador, libro y toalla secompraran en un solo paquete. En el mismo mall que promueve la rutilancia Miami Vicedel surfing, el yatching y el polo acualung, en short, tangas y zungas con palmeras, para el"transculturalismo" de la rotada chilena.Así, variados escenarios y múltiples ofertas tensionan el alma veraniego la hacensudar corriendo por los shoppings, echándose aire con el abanico de las tarjetas de crédito.Buscando los pasajes y el bote inflable para los lagos del sur, donde los ricos, atorados porlas truchas, desinflan sus flatos escuchando a Pavarotti. ¡Ay el sur!, ese calipso inigualablede sus aguas, la postal colorinche que vende el mercado a la gringada ecológica. Losfanáticos rubios del retorno a lo natural que llegan hambrientos de aire verde, agua verde,tierra verde que se compra a dólar verde. Gringos que aman el mariscal latinoamericano yresoplan colorados el picante del pebre chileno, alabando hasta las lágrimas la hospitalariabondad de este suelo. ¡Ay el sur!, el sueño Nafta rodando por la carretera austral que hizo eldictador, en su mayor delirio de infinito. Bajo las hileras de araucarias que miran el futurocon ojos orientales. ¡Ay el sur!, variedad de paisajes; desde la obesa aldea kuchen, lamaqueta bávara que levantó sus palos cruzados en Frutillar, hasta la culta Concepción, quequiso ser ciudad imitando caracoles y paseos peatonales de Santiago. Pero se quedóprovinciana y sola, embriagada por las petunias universitarias que en la capital son deplástico. ¡Ay el sur!Más allá, casi al borde del continente, los andamios podridos recortan el cielonublado de Puerto Montt, el final de los mochileros que zarpan de Santiago con las patas yel buche. Los neo-hippies que florecen en verano como "la yerba de los caminos", con suspitos y cajas de vino que dejan regadas en la carretera en el "loco afán" de la aventurasureña. Quizás el verano es sólo para ellos, los únicos que enfrentan el calor a torsodescuerado, haciendo dedo con las zapatillas rotas de la nostálgica errancia juvenil. Losúnicos que creen en algún sur, como utopía libertaria para ensayar la fuga del hogar, el filocon la familia y sus comidas calientes que transan por el personal stereo. Su cama limpia yestirada que cambian por los pastizales, sólo por ver el horizonte amplio y soñar con unfuturo emancipado, antes de ser tragados por la máquina laboral. ¡Ay el sur!En estos meses nadie puede escapar a la vorágine veraniega que publicita sus modasy estilos de ocio. La piel pálida es sinónimo de pobreza, sida o derrotismo. A nadie le faltaun rayito de sol para tostar las carencias con el bronce triunfal que impone el look leopardo.Hasta los más pobres, encaramados en las latas rascas de sus micros, tendrán su día deplaya en la arena oscura de algún balneario que los acepte. Allí despliegan sus toldos defrazadas al viento deshilachado de las toallas, esparciendo huesos de pollo y cáscaras desandías, alborotados por las escasas horas que disponen para mojarse el poto, quemarsecomo jaivas y regresar ampollados a la campana afiebrada de Santiago. En fin, el veranoleopardo no brilla para todos con el mismo oro solar, igual su efervescencia taquilleraatraviesa los status y pinta de color hasta las causas perdidas.  

De perlas y cicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora