Parte 5 "Río rebelde"

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  La República Libre de Ñuñoa (o "parece que nos dejó el taxi, Lennon") 

Desde allí, caminando por sus calles de baldosas quebradas y rejas mohosas, sepuede mirar la ciudad de Santiago con cierto orgullo. Como quien ve el país desde unbalcón roñoso, tal vez lo único que les va quedando a esas enormes casonas de inmigrantesque se instalaron cerca del Barrio Alto, pero que nunca fueron Barrio Alto. Apenas laperiferia de Providencia, donde sus calles cuicas decaen en un mediopelo de boliches ypaqueterías afraneladas de polvo, sobreviviendo sólo por la tradición añeja que lasmantiene en pie.Desde Ñuñoa, el habitante puede creerse afortunado de corretear en bicicleta por susanchas avenidas sombreadas de árboles, y ostentar cierta libertad de provincia, ciertapituquez de pueblo chico, donde no hace falta casi nada: ni las plazas, ni la municipalidad,ni el estadio, ni las universidades, ni tampoco esos colegios clasistas con nombre de santoinglés, donde los hijos de Ñuñoa aprendieron las vocales con acento extranjero. EsosColleges, Academys, School, donde estudiaron juntos, hicieron la cimarra juntos, sepajearon juntos, y se fumaron sus primeros pitos escuchando a Silvio Rodríguez, y luego ypronto y después, terminaron allegados a la casa familiar, hippientos y solteronesbostezando los cuarenta.Sin duda, la comuna de calle Irarrázaval vio pasar la historia bajo la sombracampestre de sus jardines. Allí se aposentó todo el arribismo de la pequeña burguesía,opacado por la nobleza de sus comunas vecinas. A sólo unas cuadras, la misma vereda dePedro de Valdivia cambia de pelaje, la misma empleada doméstica mira con desprecio a laindia de al lado, el mismo perro pirulo pasa con la cola bien parada sin mirar al de enfrente,la misma hija de funcionario público se junta con sus amigas "jai" en el Paseo Las Palmasde Provi, y no en la cercana Plaza Ñuñoa donde hacen nata los picantes de la culturaalternativa. Los hippies, punkies y vanguardistas izquierdosos, privilegiados de laeducacion experimental del Manuel de Salas. Un Liceo público donde se incubaron losproyectos liberacionistas del sesenta, el laboratorio ideológico de una década, el semilleroprogresista de la clase media acomodada que iba a cambiar el mundo. Los chicos bonitosque bajaban a la periferia de Santiago a comprar mariguana y enseñar la doctrina social deCristo a los piojosos, a los atorrantes, que en la parroquia de la pobla aprendían suscanciones de protesta y los miraban como dioses disfrazados de artesas, compartiendo laspatadas de los pacos y el humo de las lagrimógenas. Hermanados por el: "Compañeropresente, ahora y siempre"De Ñuñoa salían los estudiantes voluntarios con sus pañuelitos hindúes al cuello arepartir frazadas en las inundaciones. Los chiquillos de buen corazón conmovidos por lamiseria del margen. Ñuñoa dio a luz una patota de cabros buenos, pasados por la juventudcatólica y el álbum familiar donde aparecen desteñidos en la foto de primera comunión,cuando aún creían que Sudamérica era cosa de ángeles porfiados.Fueron los mismos muchachos que cantaron Let it be, y luego se hicieron rebeldes,mariguaneros, patoteros, rockeros, socialistas, comunistas, mapucistas, miristas o frentistas.Los mismos que alguna vez, en la búsqueda desesperada del yo interno, tomaron la sendaesotérica y militaron en Silo, el Grupo Arica, la Gran Fraternidad Universal o laComunidad de Krishna, Rajness o Saint Germain. Pero no les duró la paciencia de esperaren pose de loto a que cambiara el cielo horizontal del Acuario místico "La era estabapariendo un corazón", y había que aprenderse el Capital de memoria, estudiar arte,sociología, antropología, literatura, filosofía y cuanta carrera humanista que los titulararápidamente de alumbrados profetas."Eran días de arcoiris" para aquellos jóvenes intelectuales que pusieron mente,corazón y sangre en el pulso finisecular de una aguada derrota. Son los mismos soñadoresidealistasque ahora se reúnen en Las Lanzas de Plaza Ñuñoa a recordar viejos tiempos.Allí se les puede encontrar hoy, sin el pañuelito hindú reemplazado por la corbata defuncionario ministerial. Cómodamente instalados en el nido burgués que tanto odiaroncuando cantaban "Hay que dejar la casa y el sillón" Allí se les ve cada tarde al regreso dela oficina, como si no hubiera pasado el tiempo, como niños grandes y guatones que se puedenreír sin prisa, balanceando el whisky en la mano izquierda, arrepentidos de losextremismos y tratando de olvidar. Más bien, intentando no deprimirse con esa canción querasguea el cantor culebreando de mesa en mesa, el guitarrero cantor que conoce dememoria el repertorio de Silvio, Violeta, Víctor, Atahualpa, y también "Valparaíso miamor" que saca aplausos y más trago y más monedas.Allí se les puede ver ahora, en algún recital de Los Tres por La Batuta, animadospor algún gramo que jalan en la tarjeta de crédito. Pero aun así, nostálgicamente tristes,irremediablemente consumidos por la sobrevivencia del medio lustre nacional.Inolvidablemente repetidos en el himno de La República Libre de Ñuñoa. Cuando se vantambaleando por la vereda comunal de regreso al insectario y ahorcados por el ayer.   

De perlas y cicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora