Claudia Victoria Poblete Hlaczik(o "un pequeño botín de guerra")
Al caer en mis manos el libro Mujeres Chilenas Detenidas Desaparecidas, publicadoen Santiago el 8 de marzo de 1986, el Día Internacional de la Mujer; después de recorrercon impotencia las caras nubladas de 56 obreras, profesoras, estudiantes, modistas, dueñasde casa, sociólogas, secretarias o empleadas domésticas que abanican con sus rostros eltriste hojeo de estas páginas; me detengo sin querer en el último caso que documenta estabitácora. El retrato párvulo de Claudia Victoria, la niña más joven que cierra aquella rondade la muerte.Al mirar su foto y leer su edad de ocho meses al momento de la detención, piensoque es tan pequeña para llamarla Detenida Desaparecida. Creo que a esa edad nadie tieneun rostro fijo, nadie posee un rostro recordable, porque en esos primeros meses, la vida noha cicatrizado los rasgos personales que definen la máscara civil. A esa edad, todas lasguaguas se parecen, todas hacen pucheros y se ríen sin vergüenza frente a una cámarafotográfica. Ninguna sabe entonces que su carita de manzana, mostrando las encíasdespobladas, es la última visión que se tendrá de ellas, el único documento en blanco ynegro donde aparece y desaparece la nena, tan diminuta, tan graciosa y chiquitita, comopara cargar en su frágil cuerpo la banda fúnebre que encinta el álbum familiar de AméricaLatina.Desde dónde acaso se puede invocar una vida tan corta, la más desaparecida en sudiminuto capullo rasgado a tirones la noche del 28 de Noviembre de 1978, en BuenosAires. La ciudad donde vivía con su mamá argentina y su padre chileno, la pareja queintentaba anidarle un futuro feliz en esa capital callada por la dictadura porteña. Desde quésueño infantil recuperarla, sobresaltada, bruscamente despierta por los bototos pateando lapuerta. Los enormes zapatos que entraron en su mundo pitufo, pisando los juguetes que letenían sus papis en aquella pascua. Los zapatos de tanque milico, los pesados zapatones degigante malo quebrándole su cascabel, marchando sin piedad sobre el estruendo demamaderas, platos rotos, osos, muñecas y libros de cuentos deshojados, revoloteando en elvendaval estremecido por el brutal allanamiento. Esa noche que vio por última vez suespacio cálido, desde donde la arrancaron sin permiso, en el infarto nocturno de oír los ecosde su madre apagándose por el túnel de algodón donde la desaparecieron.Al detenerme en la foto de Claudia Victoria, la pienso doblemente desaparecida enla multitud de guaguas que tienen la misma mueca juguetona para el diaporama delrecuerdo. Y tal vez, si está viva, quizás adoptada por alguna familia militar que no podíatener hijos, se hace más oscura su desaparición, ahora como hija de veinte años criada en elbando contrario que le giró bruscamente su vida. Se hace imposible recuperarla para decirlela verdad, contarle un viejo cuento que se inició en Santiago de Chile, en el barrio de LaCisterna, cuando José Poblete, lisiado de las dos piernas, emigró a la Argentina pararehabilitarse. Y allí conoció a Gertrudis Hlaczik con quien formó un hogar y tuvieron unaniña que crecía cada día más linda, mientras él estudiaba sociología y se movía entre lospasajeros de los trenes en su silla de ruedas vendiendo cosas. Ambos participaban en ungrupo de cristianos por la liberación. Ambos fueron detenidos con la beba y hasta el día dehoy no se conoce su paradero. Después las abuelas de la niña, dejaron los zapatos en lacalle, buscando, preguntando por ellos en Campo de Marte, el Olimpo y Puente Doce. Ysiempre les dijeron lo mismo: no se sabe. No aparecen. A joder a otro lado viejas. Por ahíalgo supieron de los chicos a través de unos detenidos que los vieron en el Olimpo, aún convida. Pero de la nena nadie tenía información, se había esfumado en el aire empañado deaquella noche de terror. Ni siquiera el cardenal Gracelli, el sucio monseñor alcahuete de lasbotas argentinas, supo dar razón en el desaparecimiento de Claudia Victoria, y despidió alas abuelas con una hipócrita bendición en su elegante despacho de la Nunciatura. Por esola abuela chilena de la niña, se integró a las Abuelas de Plaza de Mayo; solamente ella,porque la abuela argentina sucumbió en la inútil espera. Se suicidó en Buenos Aires, justo alos tres años de ocurrido el hecho.Y de Claudia Victoria, la diminuta criatura impresa en la foto, nunca más se supo, ysu amplia sonrisa dibujada en el papel, es la misma cicatriz que une a los dos países. Lamisma costra cordillera que hermana en la ausencia y el dolor.