Capítulo 18

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Música suave, pequeños barriles llenos de pintura, pinceles y un lienzo sin terminar. Aurora vestía una bata blanca, manchada con pinturas de distintos colores, amaba pintar, lo que sea, casi siempre estaba frente a un lienzo trazando líneas que parecían sin sentido, pero que con sus manos podía plasmar la más bella de las pinturas.
—Hasta parece que has nacido para esto —interrumpió una voz muy conocida para la muchacha.
—¡Mami! —dijo Aurora saltando de alegría y corriendo hacia ella.
—Cuidado, estás llena de pintura no me abraces, me mancharás.
—Lo siento —sonrió la joven quitándose la bata. —Te he extrañado.
—No exageres, solo fue una noche.
—Pues si sigues así, no solo será una noche, sino muchas más en las que debo quedarme sola.
—Te dije que no exageres, ya eres grande para esas cosas. Ahora si me disculpas.
—Sí, lo sé —interrumpió Aurora poniendo los ojos en blanco, —estás muy cansada y quieres dormir.
La mujer sonrió a su hija, solo acarició su cabeza y se marchó del lugar. A veces, Aurora sentía mucho la distancia de mamá, desde que papá las dejó, las cosas comenzaron a cambiar. La muchacha alzó los hombros restándole importancia al asunto, no es que no le interese, solo que ya estaba cansada de lo mismo y sabía que con llorar o ponerse mal no conseguirá nada. Subió el volumen a la música, sonaba «Te esperaré» de «Calle París», quizá su canción favorita de entre todas las demás. El sol entraba por la ventana, la muchacha cayó en cuenta que no había comido nada desde el desayuno, miró la hora eran casi las cuatro de la tarde, decidió apagar el sonido, dejó la bata de pintar a un costado junto al lienzo y salió a la calle, miró el cielo, observaba un espectáculo especial, observó como este se comenzó  a cubrir de nubes, de todos los tamaños y formas, sonrió al cielo, se colocó los auriculares y puso su música favorita a todo volumen, subió a la bicicleta y empezó a pedalear a toda prisa. ¿A dónde iría? No le interesaba mucho, lo importante era ir, salir de casa, tomar aire fresco, tan solo dejarse llevar, pues sabía que a algún lugar tenía que llegar y, entonces, se sentaría en la mesa de un restaurante, pediría la carta y comería algún suculento platillo que lograra satisfacerla. Sumisa en sus pensamientos le sonreía a la vida, pedaleaba más rápido admirando el paisaje. Ahora caía en cuenta que el hecho de vivir a las afueras de la ciudad tenía sus ventajas, pues gracias a eso podía admirar el paisaje en todo su esplendor.
Luego de casi quince minutos de ir en bicicleta, estaba algo agotada pero sus ánimos no habían menguado, entró en la ciudad y buscó con la mirada algo cercano, quizá una pastelería donde probar una torta de chocolate, ¡Le fascinaban las tortas de chocolate! Y con lo hambrienta que estaba, se devoraría más de una tajada, aceleró para voltear en la siguiente esquina, pero entonces frenó inesperadamente. Algo o más bien alguien, la obligó a frenar de esa manera para evitar atropellarlo.
—Lo siento, no le vi venir —se excusó bajando de la bicicleta.
—Ahora me llevarás cargando a un hospital y así la deuda quedará saldada —aquella voz le parecía conocida. Frente a ella estaba un joven alto, fornido, de cabellos alborotados, usaba un tipo de anteojos especiales que resaltaban sus ojos. Aurora lo miraba con curiosidad.
—Quizá así me recuerdes —dijo aquel muchacho quitándose los anteojos.
—Ah, eras tú —Aurora quería parecer indiferente, pero no aguantó las ganas de reír. Es el mismo muchacho que un día atrás la había atropellado ¿Cómo es posible que se hayan vuelto a ver tan pronto?
—¿Por qué siempre nos tenemos que atropellar? —interrogó Santiago volviendo a colocarse los anteojos.
—No lo sé, pero si hay una tercera vez, ahí si no me importa darte con todo.
Ambos rieron sin parar, como si se conocieran de toda la vida. Aurora lo contemplaba de una manera muy especial, aquella sonrisa y su voz tan tranquilizadora…
—¿Qué haces por acá? —preguntó la muchacha para disimular su asombro.
—Solo caminaba ¿y tú?
—Solo paseaba en bicicleta, no me digas que vives por aquí.
—No exactamente —respondió Santiago, no quería decirle que en realidad vivía en una casa que parecía una mansión, o más bien una prisión en algunos casos.
—Pues yo no vivo por aquí, más bien algo apartada de la ciudad —confesó la muchacha como adivinando lo que estaba a punto de preguntar su acompañante. —Me gusta venir a la ciudad en bicicleta, es mejor que una moto.
—¿Ah, sí? ¿Y en que es mejor?
─Pues que controlas la velocidad.
—Sí, me lo acabas de demostrar hace unos segundos —ironizó Santiago volviendo a reír.
—Oye, que estaba escuchando música y no te vi venir, además, tú también venías distraído —reprochó Aurora señalando el libro que Santiago llevaba en las manos.
—Bueno ambos tuvimos la culpa entonces —cerró el libro y lo puso debajo de su brazo —¿te ofrezco algo? un helado quizá, o lo que quieras.
Aurora asintió como una niña pequeña ante la invitación del muchacho quien entró en una pastelería, «¿Será que me leyó el pensamiento?» Pensó Aurora, quien no dejaba de mirar la portada del libro.
—Bajo la misma estrella, es de John Green se ha convertido en uno de mis libros favoritos.
—He escuchado hablar de ese libro, pero aún no lo consigo —confesó Aurora mostrando interés. —No sabía que te gusta leer.
—No sabía que manejas tan bien la bicicleta —volvió a ironizar el muchacho.
La pastelería estaba casi llena, a un costado cerca de una ventana había un espacio libre, corrieron hacia el para tomar por asalto la única mesa que quedaba libre. Un muchacho flacucho se acercó a ellos para pedir la orden.
—Solo quiero un pie de limón —dijo Santiago sin dejar de sonreír.
—Pues yo quiero —entrecerró los ojos para ver que variedad de pasteles había en el aparador, —un pastel de chocolate y un ponche, también una ensalada de frutas.
Santiago abrió mucho los ojos al escuchar el pedido de la muchacha.
—Se nota que tienes hambre, me traes también un ponche —agregó antes que el mesero se retire.
—Copión, ¿por qué pides lo mismo que yo?
—Se me antojó no hay nada malo en eso. Me gusta este lugar —dijo mirando la decoración del establecimiento.
—Yo vengo con frecuencia, preparan el mejor ponche que te puedas imaginar.
—Tienes las manos llenas de pintura ¿acostumbras a salir así a la calle? —preguntó Santiago mirando las manos de la muchacha, ésta las escondió debajo de la mesa ruborizándose.
—Y a ti que te importa.
—Solo preguntaba.
—Es que, estaba trabajando en un lienzo y pues me entró hambre por eso…
—¿Te gusta pintar?
—Pues sí, uno de mis sueños es exponer mis cuadros en las mejores galerías del país, y tú ¿practicas algún tipo de arte?
Santiago asintió sonriendo.
—Soy modelo de lencería para caballeros —bromeó mientras que la muchacha arqueaba las cejas. —No es cierto, me gusta escribir —luego de esta confesión, Santiago escondió la cara entre las manos, no sabía ni siquiera porqué lo dijo, nunca antes había confesado que le gustaba escribir.
—Ahora explica el libro que llevabas, te deben encantar las historias.
—Sí, es la verdad.
—A mí me fascina leer, espero leer algo tuyo pronto.
—Lo dudo, eso nunca pasará —dijo con mucha melancolía.
—¿Por qué lo dices?
Santiago buscó una excusa convincente, ¿Cómo decirle que se avergonzaba de escribir?
—No soy tan bueno, nadie apostaría por mí.
—Si piensas en negativo, las cosas te saldrán mal, piensa siempre en positivo, quizá ahora no eres lo suficientemente bueno, pero más adelante sí, todo depende de lo lejos que deseas llegar. Vaya puedes ganar muchos premios y yo si apostaría por ti —concluyó sonriendo mientras se inclinaba para sorber un poco de su ponche que acaba de llegar.
—¿Apostarías por mí?, pero si recién me conoces.
—Pues… es como si te conociera desde hace mucho, que es un día en realidad pero no me lo explico.
Santiago volvió a sonreír, aquella misma sensación la sentía él también, pero ¿por qué sentía que conocía a esa muchacha desde hace tanto tiempo?
—¿Estás escribiendo algo?
—Una estúpida novela.
—De que trata tu estúpida novela —dijo sin parar de comer el pastel de chocolate que tenía enfrente.
—Es complicado.
—No soy tonta —le guiñó un ojo.
—Una chica, tiene el reto de enamorar a un brabucón en menos de un mes —no se sentía del todo cómodo contando de lo que trataba su «Estúpida novela» como la llamaban ahora.
—Wow, romance, mi favorito —confesó la muchacha aplaudiendo. —No sabía que eres romántico.
El muchacho torció los labios fingiendo una sonrisa, ¿romántico él? Para nada, odiaba el amor, pero no creyó conveniente decirlo porque entonces pensará que se está contradiciendo a lo que está escribiendo. Se concentró en el ponche que realmente estaba bueno, tal y como ella lo había dicho.
—Hay un blog que descubrí hace poco, es de romance, algo así como para encontrar pareja por internet, algo patético.
—Si muy patético —confirmó Santiago. —Pero entonces ¿Qué haces en él?
—Me gusta lo que los administradores publican en él, se llama Se vende un corazón, me gusta el nombre.
—A era ese sitio.
—¿Lo conoces? —preguntó Aurora dejando caer la cuchara que tenía en las manos.
—Mi hermana está en eso también, pero ¿Por qué te sorprende?
—Porqué pensé que era la única niña tonta que entraba a un lugar así.
—Al parecer hay mucha gente, pero ¿Qué hay con ella?
—Ah, pues, que debido a que muchas personas la están visitando últimamente, que tal si pruebas publicando algunos capítulos de tu «Estúpida novela» en ese blog.
No era mala idea, pero no sabía ni siquiera cómo funcionaba el dichoso blog, tendría que averiguarlo pronto.
Al terminar, Santiago pagó los pedidos y salieron juntos de la pastelería. Aurora llevaba a mano la bicicleta, mientras que Santiago caminaba a su costado sin tema de conversación pendiente. Fue Aurora quien rompió el hielo preguntando.
—¿Solo te dedicas a escribir?
—Soy estudiante universitario y tú ¿solo te dedicas a pintar?
—No, este año termino el colegio, voy a uno estatal que está cerca de casa.
—A veces me aburren un poco las clases, mi verdadera vocación es escribir —se paró delante de ella para impedir que dé un paso más y le dijo con mucha seriedad pero cuidando sus palabras para no parecer grosero: —Escucha, no quiero que nadie sepa que me gusta escribir ¿está bien?
—¿Por qué? No tiene nada de malo.
—Lo sé, es solo que…
—Eres tímido, o reservado.
Santiago asintió, no era precisamente el tipo de descripción que se daría pero estaba bien, era mejor que piense eso.
—Pues tu secreto está seguro conmigo.
—¿Es un pacto?
—Un pacto —repitió Aurora entrelazando el dedo meñique con el de Santiago. —El primero en romper la promesa tendrá que cortarse el dedo.
Ambos rieron, se quedó por un instante mirándose a los ojos «Que linda es» pensó Santiago, mientras que Aurora le sonreía sin parar. Santiago extendió su ejemplar de «Bajo la misma estrella» al lugar donde estaba la muchacha. Ella lo recibió sin comprender.
—Deberías leerlo, es un excelente libro, te regalo mi ejemplar —dijo Santiago.
—¿De verdad? ¿Y me lo regalas para siempre?
—Claro que sí —sonrió ante su comentario.
—Gracias, te prometo que lo leeré muy pronto y… —se detuvo cuando un pensamiento asaltó su mente —¿cómo te diré que me pareció? ¿Te volveré a encontrar?
Santiago le sonrió una vez más.
—Solo déjate llevar por la historia y deja que el destino haga su trabajo —luego de pronunciar estas palabras, comenzó a alejarse sin despedirse. Aurora le sonrió también, particularmente no le gustaban las despedidas, así que estaba bien la manera en que se estaba alejando.
—¡Está bien! —gritó para ser escuchada —¡Nunca he tenido un amigo escritor, es maravilloso!
Santiago volteó manteniendo los pulgares en alto sin parar de sonreír.
—¡Léelo pronto!
—¡Está bien!
—¡Está bien! —repitió el muchacho antes de dar la vuelta y continuar con su camino.
De verdad aquella muchacha lograba despertar algo extraño en él, algo inexplicable, algo que ya conocía pero hace mucho que no lo sentía, algo a lo cual había cerrado las puertas y temía abrirlas una vez más.
—Aurora —pronunció su nombre moviendo la cabeza, recordando su sonrisa y su voz, sus ojos y su color de piel, sus cabellos y su belleza inexplicable.
La muchacha tomó su camino, montada en la bicicleta y nuevamente se colocó los auriculares. «Te esperaré» de «Calle París» es la canción que eligió para que sonara a todo volumen, ¿Sería la melodía indicada para esta ocasión?
—Santiago —pronunció su nombre sonriendo, recordando el momento agradable que habían pasado, deseaba verlo otra vez, tenía que confiar en el destino, tal y como se lo propuso el joven escritor —¡Santiago!, ¡Santiago!, ¡Santiago! —repitió su nombre gritando en voz alta, tres veces para que pueda quedarse grabada aquella imagen en su mente. Ahora era todo lo que necesitaba.
Ninguno de los dos imaginaba que aquel encuentro marcaría sus vidas, por el resto de sus días.

Se vende un corazón - Trilogía (SVC Libro 1) #BLAwards17Donde viven las historias. Descúbrelo ahora