Capítulo 31

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             Tema: Disfruto
            Artista: Carla Morrison


—Pero, ¿Qué hay de malo en qué haga amigos? —reclamó la mujer.
—¡No esa clase de amigos! Sofía por favor hemos hablado de este tema muchas veces —trató de defenderse, tomó un trago y volvió a servir whisky en su vaso—. ¿Viste cómo se cortó la mano delante de todos? Y aun así, me preguntas por qué no quieres que frecuente ese tipo de amigos, de verdad que eres ingenua.
—Estuvo molesta…
—¡Es un pandillero! —gritó estrellando el vaso contra el piso y poniéndose de pie—. Le está enseñando malas costumbres, desde ahora queda prohibido para ella salir de casa.
—¿Y desde cuando le has dado permiso para salir? —La pregunta que lanzó su esposa heló la sangre de Santiago, no sabía que decir, solo se quedó en silencio y volvió a tomar asiento detrás de su escritorio—. Has cambiado mucho —volvió a atacar, pero esta vez con palabras más dulces—, ya no eres aquel muchacho honesto, que aunque estaba lleno de dinero nunca discriminaba a nadie por su condición económica.
—Nunca me agradó ese tipo de gente…
—Yo era una de ellas.
—Tú eras diferente.
—¿Qué hiciste con el Santiago del que me enamoré? —Sofía se dio la vuelta y se dispuso a marcharse dejando esta pregunta vagando en el aire, Santiago se sintió incómodo, como si alguien le hubiese apuñalado directo en el pecho y la daga le haya herido en el corazón. La mujer se detuvo justo antes de cerrar la puerta, sin voltear, agregó—, tenías mucha razón cuando dijiste que esta relación estaba muerta desde hace mucho, ahora soy yo la que te pide el divorcio —cerró la puerta azotándola y dejando a su marido con muchas preguntas y dudas dando vueltas en su cabeza.

                     ***********          

Llamó una vez más a su teléfono móvil, se encontraba muy consternada y confusa a la vez, ¿Por qué no le habrían permitido la entrada a la casa? ¿Habrá pasado algo malo? Carla daba vueltas en la acera, cada vez más impaciente, ahora era la quinta vez que llamaba al celular de su amiga y esta no respondía.
—Maldición —dijo con muy mal humor en el preciso instante en el que la puerta principal se abrió, pero no era la persona que deseaba ver en ese momento.
—Eres tú —Carla notó que su tono era demasiado frío, pero no le apetecía hablar con nadie en ese instante. Miró sorprendida, sobre todo a la muchacha que aparecía muy pegada a Santiago.
—Oye nerd —pronunció cada palabra con altanería sin tomar más atención a la persona que estaba al costado del joven—. ¿Qué pasa con tu familia? ¿Por qué me niegan la entrada?
—Problemas —respondió Santiago colocándose el casco de protección que solía usar cuando conducía su motocicleta, entregó otro similar a Aurora y se montó en el vehículo.
—Necesito verla, ¿Puedo entrar?
—No es un buen momento, ya hablarán mañana en la escuela —Aurora se montó en la motocicleta y Santiago se dispuso a partir, pero Carla se interpuso delante de ellos obstruyéndoles el paso.
—Me iré en cuanto me des una explicación.
Santiago sonrió ante el descaro de la joven, notó como Aurora se empezó a poner tensa y respondió oscamente.
—Maggie se perdió, papá mandó a que la busquen, la trajeron a casa y ella se cortó una mano en señal de protesta ¿Contenta? —Carla abrió la boca de manera exagerada, se había quedado sin palabras—. Despierta —dijo Santiago moviendo una mano en frente de ella—, necesitamos marcharnos ya y tú eres un estorbo.
Carla reaccionó tan solo unos segundos para ponerse a un costado, pero no estaba satisfecha con la información que acababa de recibir.
—No entiendo ¿Por qué hizo eso? —fijó su mirada nuevamente en Aurora e hizo un gesto de desprecio—. Y ¿Quién es esta?
—Yo… —Aurora pronunció su primera palabra durante toda la conversación, pero fue interrumpida por Santiago quien lanzó una mirada asesina a Carla.
—Eso no te incumbe, ¿O sí? —atacó encendiendo el vehículo—. Ahora si nos disculpas tenemos que alimentar y curar a Ángel si no queremos que se muera y entonces ahí si tendrás problemas con Maggie.
Sin esperar respuesta o contraataque, Santiago pisó el acelerador y partió a toda velocidad. A lo lejos podía escuchar las quejas de Carla quien gritaba descontrolada.
—¡Yo soy quien debe cuidar a Ángel! ¡Oye nerd regresa en este instante!
Pero ya no la prestaba atención, todo lo contrario aceleró con fuerza para dejar de escuchar los gritos de la muchacha.

                       

Sentados, esperaban pacientes a que el doctor salga de la habitación con noticias, ninguno de ellos las han podido recibir desde que llegaron al hospital. La mamá de Alex permanecía de pie junto a la puerta, recostó la cabeza en la pared y se podía notar claramente lo acongojada que estaba en este instante.
—¿Quieres un café? —ofreció Max.
—Está bien —respondió Sandra poniéndose de pie y ofreciendo la mano al muchacho para que este pudiera también levantarse.
Max se sorprendió por la atención recibida de parte de Sandra, pero no hizo ningún tipo de comentario, a veces se portaba tan bien con él, pero otras… es cómo si no fuera la misma persona, como si Sandra tuviera una gemela y en algún momento que él no lograba darse cuenta, se intercambiaban para jugarle una broma.
—¿De algo puede servir una denuncia? —Max despertó de sus pensamientos al escuchar la pregunta.
—¿Una denuncia a un grupo de pandilleros al cual hasta la policía le teme?, no me parece una buena idea.
El cafetín estaba casi vacío, a no ser por el grupo de enfermeras que reían de manera controlada en una de las mesas que se encontraban en el rincón del establecimiento.
Sandra ocupó un lugar cerca de Max y este la miró incrédulo. «La otra Sandra hubiese escogido el asiento más alejado de mi» pensó sin parar de mirarla.
—¿Tengo algo raro en la cara? —interrogó Sandra frunciendo el ceño.
—No, solo que… olvídalo —por un momento estuvo tentado en decirle lo que pensaba de ella y su supuesta «Hermana gemela» pero no lo hizo, pensó en que es una teoría tonta y de seguro causará una burla en la muchacha.
Luego de pedir la orden de café ambos aguardaron en silencio en sus lugares, Max no encontraba que decir. A Sandra, en cambio, la ponía nerviosa tanto silencio, observó como el grupo de enfermeras se quedaba mirándola y susurraban cosas tratando inútilmente de ser discretas, sospechaba que los comentarios se deben a su peinado, les lanzó una mirada con furia y puso atención en otras cosas, algo sin sentido pues no sabía qué hacer exactamente.
—¿Pasa algo?
—Que no soporto que se burlen de mi corte de cabello.
El muchacho se quedó en silencio ahogando el impulso de reírse, sabía que si ella lo notaba sería capaz de golpearlo delante de todo mundo. La camarera llegó con los cafés que la pareja de jóvenes habían ordenado.
—Aquí tienen, bien calientes como lo solici… —empezó a decir, pero antes de completar la frase, tropezó y derramó la taza de café sobre la camiseta de Max. El muchacho reaccionó ante el calor que le produjo el líquido caliente y se puso en pie de un solo brinco.
—¡Fíjate en lo que haces, eres una tonta! —gritó Sandra que se había puesto de pie también.
—Lo siento —se disculpó la camarera acercando servilletas para tratar de limpiar el desastre que había provocado.
—¡Déjalo! —Sandra la empujó con furia—. Yo lo haré —le arrebató las servilletas y comenzó a limpiar la camisa de Max.
—Tengo que ir al baño a tratar de secar la camisa —dijo Max tomando una mano de Sandra y alejándola despacio.
La chica sintió el contacto en cuanto Max la tomó y comenzó a temblar sin entender el porqué, corrió un fino hilo de sudor de su frente. Max no soltó la mano de ella, más bien la apretó con delicadeza y la acercó a su pecho. Ambos estaban muy cerca, sentían como si el mundo dejara de girar en ese preciso instante, como si el tiempo no importara y nadie estuviera a su alrededor, ni siquiera la mirada de las curiosas enfermeras les importó. Max sintió el aliento de Sandra muy cerca de él, tibio y dulce que se colaba con el aire que respiraba, entendió entonces que desde ahora en adelante necesitaba respirar de ella. Probó sus labios sin pensarlo dos veces. Sandra, a pesar de lo nerviosa que estaba se dejó llevar por el momento sintiendo el sabor de los labios de Max, el ingenuo y anti romántico muchacho que logró enamorarla.
Se separaron tan solo un centímetro, Sandra abrió los ojos muy despacio y le sonrió, al decir verdad Max estaba asustado, esperaba una cachetada como respuesta pero jamás una sonrisa de parte de ella.
—Tonto… —comenzó a decir Sandra, pero se perdió en el mar de los ojos de su compañero, decidió no decir nada más, solo disfrutar de su mirada.
—¿Creerás si te digo que me está empezando a gustar que me llames así?
—No te creo…
—Te amo —dijo, tímido, pero seguro de sus palabras, seguro de que no podía ocultar más aquel sentimiento que le oprimía el pecho cada vez que la miraba.
Sandra abrió mucho los ojos, moría de ganas de decirle que ella también lo amaba, desde hace mucho, pero prefirió guardar silencio y solamente seguir sonriendo, incluso una lágrima ayudó en ese instante para que Max pueda entender el mensaje. Es que a veces en el amor las palabras son solo un estorbo. 

Se vende un corazón - Trilogía (SVC Libro 1) #BLAwards17Donde viven las historias. Descúbrelo ahora