III

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El sol me daba en la cara. Fruncí el ceño y me cubrí el rostro con la almohada. Por culpa del cansancio de la noche anterior, había olvidado cerrar las cortinas y ahora la luz de la mañana insistía en despertarme. Maldije en voz baja y me levanté a cerrarlas, pero cuando me dispuse a seguir durmiendo, ya no podía conciliar el sueño. Me acosté sobre mi espalda y me dedique a fulminar con la mirada al techo, como si el tuviese la culpa de mis intentos frustrados por dormir. Unos minutos después estaba colocándome una sudadera y mi tenis de deporte, ya que estaba despierto no era mala idea aprovechar la mañana y correr un poco. Me lavé la cara y los dientes y salí por la puerta dándole los buenos días a mi madre al pasar por la cocina.

Los domingos no solía salir a correr, por lo general era el único día que me tomaba un respiro de todo, pero como el día anterior no había hecho nada demasiado exigente, como correr o estudiar, hacerlo el domingo debía compensarlo bastante bien. Me coloqué los audífonos y, colocando algo movido y ruidoso, deje que la adrenalina corriera. Empecé por un trote suave, no iba a desgarrarme un musculo tampoco, y fui aumentando la velocidad a medida que me emocionaba. Al llegar al parque, ya estaba algo sudado y jadeante. Bueno, cualquiera lo estaría, el parque quedaba a cinco kilómetros de mi casa.

Me acerqué a un bebedero público y me hidraté un poco antes de estirar y regresar. Cuando estaba bebiendo el agua me fijé en una figura que se me hacía familiar. Era un chico, cabello negro y piel ligeramente bronceada, solo un poco, casi imperceptible, y corte militar. Creía conocerlo, pero no sabía de dónde. Sentí una punzada en el cuello. Entonces el chico se dio la vuelta y encontré de donde lo conocía.

Era Dante, el chico de ojos dorados.

Me quedé ahí, mirándolo sin saber qué hacer, lo cual era ridículo, no debía ponerme nervioso por alguien con quien a duras penas y había cruzado un par de frases, pero ahí estaba, rezando porque un fino chorro de agua me ocultara.

A estas alturas debería saber que las fuerzas universales no estaban de mi lado.

El chico se dio la vuelta y se fijó en mí. Al inicio frunció el ceño, pero luego se notó algo sorprendido y finalmente sonrió y empezó a acercarse.

Era muy tarde para escapar, se vería muy infantil, por no mencionar descortés, el que saliera corriendo justo cuando sabía que el chico se dirigía hacia mí, así que me quedé ahí de pie, concentrándome en respirar.

– Hola Ángel– saludó con una sonrisa.

– ¡Recuerdas mi nombre!– vale, no era la respuesta más inteligente.

– Bueno, si...

– Lo siento, eso no fue muy educado, hola Dante.

– Veo que también recuerdas mi nombre.

– Bueno, no suelo ir de compras, por lo que no es muy difícil recordar los nombres de los empleados que llaman mi atención.

Él levantó las cejas sorprendido.

– ¿Llamé tu atención?– preguntó con un tono que no supe descifrar.

"Ángel, eres un estúpido, ¿es que no tienes conectada la lengua al cerebro?" repetía mi subconsciente por los siguientes minutos.

– Bueno...Es que...Fuiste muy amable– respondí en voz baja.

– Es mi trabajo, aunque lucias algo perdido, me diste un poco de lástima.

Bueno, era algo excelente saber que le daba lastima, eso estaba de maravilla.

– ¿Lastima?– pregunté ligeramente ofendido.

Nada está escritoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora