VI

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¿Quién puso mi ventana de modo que le diera el sol al amanecer? ¿Quién rayos ubicó mi cama de forma que los rayos del sol me dieran en la maldita cara al llegar el dia? ¡Joder! ¿Por qué no cerré las cortinas?

Me tapé con las cobijas intentando bloquear la luz, pero de alguna forma lograba colarse a través de las fibras. Para empeorar mi lamentable situación, mi cabeza palpitaba como si alguien estuviese martillando en ella.

Maldita resaca, no vuelvo a beber.

<<Mentiroso>> replicó mi subconsciente.

<< ¡Cállate!>> le respondí.

Nada mejor que discutir conmigo mismo empezando el dia.

En vista de que no iba a seguir durmiendo, pensé que lo mejor sería ir por algo de comer. Me giré en la cama y me sentí incomodo al instante, fruncí el ceño y bajé la mirada para encontrarme con que mis bóxer estaban un poco más apretados de lo normal en el área delantera.

Joder, ¿Qué tiene el alcohol en contra de la población masculina? El agua fría tenía que arreglar esta situación. Me senté en mi cama y esperé a que la habitación dejase de dar vueltas. Cuando mi vista logró enfocarse, noté que en mi escritorio había dos vasos, uno con agua y otro con jugo de naranja, además de un par de pastillas. Eso era obra de mi madre seguro. Ya podía imaginármela equilibrando todo mientras mi papá soltaba risillas burlonas a sus espaldas. Me apresuré a tomar las pastillas y apuré ambos líquidos casi que de un trago, mi garganta me lo agradeció y el dolor punzante empezó a remitir.

Gracias a los dioses por mi madre.

No saldría a correr, en el estado en que estaba podría estampar mi cara contra un poste, así que tome una ducha rápida de agua helada y, una vez estuve totalmente presentable, bajé al comedor. El reloj de la sala marcaba las dos de la tarde. Mi madre iba a matarme, luego me preguntaría si estoy bien y volvería a matarme. Oí el televisor en la sala, mis padres de seguro estarían viendo películas acaramelados en el sofá. No me equivoqué. Al doblar la esquina pude ver a mi madre acurrucada en el costado de mi padre mientras este la rodeaba con un brazo y acariciaba su hombro con cariño. Las náuseas volvieron.

– ¿Qué tal la resaca? – preguntó mi padre en cuanto me asome en la habitación.

– ¿Ángel? – mi madre se enderezó en su puesto.

– Buenas tardes, má – murmuré incómodo.

– ¡Jovencito! ¿Cómo te atreves a llegar ebrio a la casa? ¡Se supone que solo ibas a reunirte con tus amigos! – exclamó ella intentando parecer severa. No lo logró.

– Sí, bueno, eso se suponía, pero Noah y Jeremy soltaron la noticia de que van a ser padres y todo se descontroló un poco – expliqué intentando apelar a su lado maternal para escaparme de la reprimenda.

Lo logré. La expresión de mi madre pasó de enojo a ternura en un segundo.

– ¿Van a ser padres? ¡Qué dulce! ¡Va a ser un niño tan hermoso! ¿Puedes imaginártelo Dominic? – mi madre se colgó del brazo de mi padre con una mirada soñadora.

Eso rompió un poco mi corazón y, por el gesto de mi padre, sé que a él también.

Mi madre siempre soñó con tener muchos niños corriendo por ahí, pero como solo pudo tenerme, su sueño se vió un poco frustrado.

Apreté mis labios intentando disimular un poco la repentina tristeza que me embargó y le comenté mi noche anterior. Escuchaba atenta y me felicitó por haber traído a Jessie a su casa, no es que hubiese hecho de otro modo en cualquier caso, pero ella estaba feliz de que la hubiese protegido.

Nada está escritoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora