XXVI

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Me desperté a la inversa, siendo primero consciente de mi cuerpo antes de abrir los ojos. Dolía, todo dolía. Había un molesto pitido que estaba sacándome de mis casillas porque no hacía sino atormentar aún más la migraña que tenía. Cada respiración me molestaba el costado y no quería ni mencionar las sensaciones que tenía de cintura para abajo. Me removí un poco y me quejé al instante cuando el dolor punzante estalló por todas partes.

– ¿Ángel? –dijo alguien.

Escuché unos pasos y sentí a alguien a mi lado al instante.

– Ángel, por favor, abre los ojos –su voz se quebró ligeramente.

Fruncí el ceño mientras analizaba lo que me encontraría si despertaba del todo. Abrí los ojos y quedé enceguecido momentáneamente por la luz blanca que me encandiló la vista.

– ¡Oh, gracias al cielo! –exclamó la persona a mi lado.

Volteé y me encontré con unos ojos castaños teñidos de rojo, señal de que habían llorado.

– Háblame, por favor, di algo –suplicó la castaña.

Parpadeé lentamente.

– ¿Quién eres? –mi voz rasgó mi seca garganta, sonando demasiado ronca.

Los ojos castaños se llenaron de lágrimas mientras que mostraban una expresión de sorpresa.

– ¿No me recuerdas? ¿No sabes quién soy? –sollozó.

– No lo sé, no creo ser capaz de olvidar una cara de bruja como esa –dije con una sonrisa.

Jessie abrió la boca en sorpresa antes de volverse lívida por la ira.

– ¡ERES UN COMPLETO IMBECIL, ANGEL WHITE! –bramó.

Empecé a reír, pero me arrepentí cuando mi costado resintió el movimiento.

– Lo siento, Jess, no podía dejar pasar la oportunidad –dije.

Ella suspiró y sonrió.

– No sabes el alivio que me da el verte despierto, tenía tanto miedo. Teníamos.

Sus ojos se aguaron de nuevo y, solo entonces, noté que alguien estaba detrás de ella y que se acercaba para confortarla. Era una chica, de piel canela y cabello negro con mechas doradas. Sus ojos cafés trataban de hacerme entrar en combustión espontánea mientras acercaba a mi amiga en un abrazo.

– Tú debes ser Carlie –supuse.

Ella asintió y me frunció el ceño enojada.

– Y tú no eres para nada gracioso –dijo.

– Lo siento – me disculpé.

– Está bien, al menos sigue siendo el mismo idiota de siempre –dijo Jess, rompiendo el abrazo y volviendo a mi lado.

Mirándola de cerca, y ahora que mi visión estaba más clara, noté la palidez que acentuaba sus oscuras bolsas debajo de los ojos. No había dormido hacia mucho.

– Jess, te ves cansada, ¿Has dormido? –pregunté preocupado.

– ¿Quién podría? Ninguno de nosotros ha pegado ojo los últimos dos días.

Inspiré abruptamente y mis costillas gritaron, pero lo ignoré.

– ¿Dos días? ¿De qué hablas? –estaba realmente confundido.

Mi amiga me miró y sonrió tristemente.

– Oh Ángel, has estado inconsciente por treinta y seis horas, estuviste en el quirófano y no sabíamos cuando ibas a despertar, siquiera si ibas a hacerlo.

Nada está escritoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora