XXVII

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Pasaron diez días para que me dieran de alta del hospital, pero no recuerdo nada de ello. Sé que un dia dejaron que el efecto del sedante pasara y, cuando recobré mi consciencia, intenté escaparme de nuevo. Luego de eso no volvieron a despertarme, al menos hasta que mi condición mejorase. La sangre fue drenada de mis pulmones y me suturaron la herida en donde estaba conectado el tubo, así que aún tenía que esperar que cicatrizase, además de que tenía que esperar que mis tejidos internos se recuperaran.

Antes de salir, un médico me explicó que Dante tenía razón, había perdido a mi hijo, pero esa era la razón por la que no había quedado estéril. Mi hijo me había dado una segunda oportunidad entregando su vida, aun cuando solo tenía un mes de haber sido concebido. La noticia no me hizo sentir mejor y me asignaron a un terapeuta para poder entender y superar lo que estaba pasando, ¿Pero cómo le dices a alguien que supere el hecho de que mataste a tu hijo? ¿Cómo decirle que todo estará bien cuando tendrás que soportar la carga por el resto de tu vida? ¿Cómo mirar a la cara a tu destinado cuando lo hiciste sufrir a él también? ¿Cómo seguir...?

Mi madre fue mi mayor apoyo, no separándose de mí ni un segundo, vigilándome de cerca y asegurándose de que estuviese bien. Bueno, bien en el sentido más estricto de la palabra, porque no lo estaba del todo. Mi llegada a la casa del hospital fue silenciosa, yo no hablé y mis padres desistieron de intentar una conversación luego de no obtener una respuesta de mi parte, así que solo me ayudaron a llegar a mi habitación, de donde no pensaba salir en un tiempo.

Una semana después del alta, mi madre me entregó una notificación de la universidad. Tendría la oportunidad de presentar mis exámenes en casa por hallarme incapacitado, así que tres días después, se me envió cada dia un representante que cuidase de que no hiciese trampa mientras yo ejercía mi derecho a obtener una calificación. Como si eso tuviese realmente una importancia para mí. La tercera delegada fue Jennifer, la asistente del director. El solo verla me produjo sentimientos encontrados.

– Hola, Ángel –sonrió.

– Hola... –murmuré.

Podía sentir como mis cuerdas vocales se oxidaban por la falta de uso.

– ¿Cómo te sientes? –preguntó.

– Bien...

– Siento mucho lo que te pasó, Dante me contó lo del ataque.

La miré sintiendo como el ácido llenaba mi estómago, pero no expresé nada.

– Si...–musité.

Creo que sintió mi molestia porque negó con la cabeza y su sonrisa tembló.

– Él te ama, Ángel, ¿Cómo no hacerlo? Son almas gemelas, solo... –pero no dijo más.

– ¿Traes mi examen? –pedí.

Ella asintió y entendió que no quería hablar más. Lo respetó.

Dos semanas después del alta. Mi madre subió con una bandeja de comida que apenas toqué y, cuando terminé, se sentó a mi lado y tomo mi rostro de las mejillas mientras las lágrimas bajaban por las suyas.

– Sé cómo te sientes, cariño –sollozó.

– Mamá...No... –murmuré.

Ella negó para que dejara de hablar y la escuchara.

– Luego de que nacieras...cuando tenías un año, yo... me dijeron que había logrado quedar embarazada de nuevo –confesó.

Tomé aire con fuerza, no lo sabía...Esto...Esto era totalmente nuevo.

Mi madre respiró un par de veces para calmarse y siguió.

– Mi cuerpo no soportó el esfuerzo y tuve un aborto espontaneo a mitad de la noche – continuó–. Luego de eso fui declarada totalmente estéril.

Nada está escritoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora