XXI

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Fuimos a un restaurante local que se encontraba algo vacío por lo que nuestra comida llegó bastante rápido, cosa que mi estómago agradeció. Cuando llevaba la mitad del plato, detuve mi voraz apetito para hablar con Dante que, como siempre, me miraba divertido al comer.

– Nunca me cansaré de tu forma animal de comer –comentó.

Yo rodé mis ojos en fingida exasperación y sonreí.

– Mi madre te invita a su cumpleaños este sábado –dije antes de masticar otro bocado.

Nunca podría haber anticipado su reacción. Lucía realmente sorprendido y, podría asegurar, que estaba algo asustado.

– ¿Seguro? –preguntó.

– Por supuesto, ella misma me pidió que te avisara –respondí.

– Vale, ¿a qué hora debo estar ahí?

– Bueno, la celebración es, por lo general, en la tarde, con las amigas de mi madre y los vecinos, pero como eres parte de la familia ahora, almorzarás con nosotros –expliqué.

– ¿Tus padres y tú?

– Y el resto de la familia –completé.

– ¿De cuántos estamos hablando?

– Quince personas, por lo menos, al menos para el almuerzo. Todos reunidos en el patio trasero de mi casa. La fiesta es en el frente porque hay más espacio, por lo general son los adultos hablando de cualquier cosa mientras que yo me escabullo a algún rincón con Jessie para burlarnos de cualquier cosa y evitar el aburrimiento.

– ¿Quince?

– Sí, y te recomiendo llevar el estómago vacío, mi mamá se emociona un poco cuando cumple años.

– Básicamente, tengo que ir preparado para comer al mismo nivel cavernícola que tú –razonó.

– No, debes ir preparado para comer más que yo, habrá comida como para alimentar a todo un ejército, eso sin contar que te atacarán por ser el novato en el grupo.

Abrió los ojos como platos y tragó mientras yo me debatía entre la diversión y, sinceramente, la lastima.

– No te preocupes – le tranquilicé–. No creo que lleguen a molestarte mucho, mis padres lo evitarán.

– ¿Por qué piensas eso?

– Porque se regodean en la imagen del misterioso chico que sacó de la oscuridad deprimente a su adolescente hijo de dieciocho años.

Me miró un momento antes de empezar a reír. Yo sonreí con la imagen.

– A ver si entiendo, ¿tus padres me quieren solo porque soy tu destinado? –preguntó incrédulo.

– Sí y no, te quieren porque, gracias a ti, no voy a terminar criando treinta gatos.

– O sea que, si yo no hubiese aparecido en tu vida, habrías terminado rodeado de felinos por el resto de tu vida.

– Gatos, perros, lo que sea que pudiese hacerme compañía mientras me atiborraba de helado – expliqué.

– Y ahora, ¿Cuáles son tus planes?

– Hacerte acurrucarte a mi lado como un perro mientras me atiborro de helado.

Su comisura se alzó en una sonrisa pícara.

– Que lastima que mis planes contigo en el sofá sean algo diferentes –comentó.

Tragué en seco y lo miré tratando de ser indiferente.

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