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Cuando abrí los ojos la luz me cegó, por lo que apreté los parpados intentando borrar los puntos negros que se habían formado en mi visión.

– ¡Gracias al cielo! –exclamó mi madre con alivio.

– Bueno, ya sabemos que no murió –dijo mi padre.

– ¡Dominic!

Escuché un golpe y una risita luego de la exclamación de mi madre, luego una mano suave acariciando mi mejilla.

– ¿Ángel? ¿Cariño? ¿Puedes abrir los ojos? Despierta, cariño, quiero saber que estas despierto –el tono de mi madre era urgente.

Fruncí el ceño y abrí los ojos un poco, el rostro preocupado de mi madre fue lo primero que vi al despertar.

– ¿Estás bien? –me preguntó.

– Si –murmuré, mi voz ronca raspó mi garganta.

¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?

– ¿Pasó algo en la universidad? ¿Qué pudo hacer que te desmayaras? –preguntó mi padre con seriedad mientras mi madre me pasaba un vaso con agua.

– Ángel, no queremos presionarte, pero creo que debes ser sincero con nosotros, hay algo que no nos estás diciendo y te has desmayado, ¿No crees que ya ha ido demasiado lejos? –mi madre tampoco estaba para bromas.

Por poco me atraganto, al mirar las expresiones serias de mis padres realmente quería contarles todo, quería hablar hasta quedarme sin voz, quería que me aconsejaran y me dijeran que era cierto y en que debía desconfiar, pero al abrir la boca, las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta por lo que no tuve más remedio que volverla a cerrar y agachar la cabeza.

La delicada mano de mi madre me acariciaba lo cabellos mientras mi padre me apretaba suave, pero firme, el hombro.

– Cariño, no vamos a insistir si no quieres, pero ponte en nuestro lugar, llegaste a la casa y ni siquiera pasaste a saludar, subiste apurado y te encerraste en el cuarto. Cuando vinimos a ver qué pasaba, te encontramos inconsciente en tu cama apretando firmemente tu teléfono, además, cuando te acomodamos mejor, tu cabello se desarregló un poco... – mi madre dejó la frase en el aire, no era necesario que la terminara.

Me quedé paralizado observándola mientras mi mano rápidamente fue a parar a detrás de mí oreja, aun antes de darme cuenta de lo que hacía.

– ¿Desde cuándo lo sabes? ¿Cuándo paso? –preguntó mi padre.

– Yo... –solo lograba balbucear.

– Ángel, ¿Es esto lo que ocultabas tan desesperadamente? –mi madre sonaba herida, eso rompió mi corazón.

Asentí lentamente y miré hacia otro lado, no podía sostenerles la mirada, me sentía culpable. Era culpable.

– ¿Por qué nos lo ocultaste? ¿Es que no confías en nosotros? –mi padre también sonaba un poco desolado.

– ¡No! No es eso –respondí de inmediato.

– ¿Entonces? ¿Hicimos algo para que no confiaras en nosotros? –insistió mi madre.

– ¡No! –volví a exclamar.

– ¿Entonces? –preguntó mi padre.

– ¡No lo sé! ¡No sé por qué lo hice! ¡Ya no sé nada! –mi voz se quebró en la última silaba y comencé a temblar por los sollozos que me negaba a dejar salir.

Un par de brazos delgados me rodearon por los hombros y mi cabeza fue aparar en un cálido hombro, el perfume a frutas tropicales de mi madre lleno mis fosas nasales.

Nada está escritoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora