XIII

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– Ángel, ¿quieres hablar? –la dulce voz de mi madre resonó en el silencio que se había formado alrededor nuestro.

– No... –susurré.

– Por favor, no te encierres de nuevo –suplicó ella.

– Ven a nosotros cuando estés listo, de paso nos cuentas quien te hizo esto, así yo podría, no sé, tener una charla bastante animada con esa persona –coincidió mi padre.

Me reí un poco, podía asegurar que esa charla no iba a ser nada pacífica. Sentí como los hombros de mi madre se relajaron con mi risa y me separé de ella para verla a los ojos, al hacerlo, ella frunció el ceño y acarició mi mejilla.

– Tus ojos reflejan un corazón roto, ¿Qué ha pasado? –su tono era triste y me oprimió el pecho.

– No es nada –murmuré.

Mi padre se ubicó al lado de ella y también me miró, el humor de hace un momento lo había abandonado y ahora eran ambos quienes me miraban con el entrecejo tensamente fruncido.

– Fue ese chico, ¿Cierto? –dijo él con voz grave.

No respondí, pero no hubo mejor respuesta para ellos.

– Ángel, no sé qué es lo que pasó, pero tengo la certeza de que tu tristeza debe tener una explicación, te conozco, eres impulsivo y, a lo mejor, no te has dado la oportunidad de conocer todo lo que deberías conocer, dale una oportunidad al universo, hasta el momento ha demostrado ser bastante sabio –habló mi madre con esa voz que solo ellas tienen.

Por ahí dicen que la verdad duele, creo que las palabras de mi madre se sintieron como una patada en el hígado. Asentí lentamente con la cabeza.

– ¿Tienes clases mañana? –preguntó mi padre.

– Sí, tengo introducción a la ingeniería en la mañana –respondí.

– ¿Estás en condiciones para ir?

– Estaré bien.

– ¿Ya cenaste? –preguntó mi madre.

Es gracioso como el consuelo de una madre puede reducirse a comer. Toda la preocupación maternal se enfoca en la alimentación de sus hijos, el resto de asuntos pasan a segundo plano luego de eso.

– No mamá, no...tuve tiempo –respondí.

– ¿Tienes hambre? Hoy me emocioné y preparé lasagna, te guardé un poco aunque ya debe estar fría, ¿Quieres? –comentó ella con una sonrisa.

Mi estómago rugió con el hambre que no había notado antes, ella sonrió y, tomándome del brazo, me jaló hasta la barra de desayunos, que casi nunca usábamos, mientras ella calentaba mi cena. Mi padre se sentó a mi lado y me observaba fijamente, analizándome.

– ¿Qué pasa? –pregunté cuando ya empecé a sentirme incómodo.

– Me estaba preguntando qué clase de persona es esa que te ha cambiado tanto en tan poco tiempo a la vez que pensaba lo gracioso que puede ser el destino en ocasiones –comentó con fascinación.

Me sonrojé furiosamente y devolví mi atención a mi madre mientras el olor de la comida llenaba el recinto.

–Déjalo en paz, Dominic –dijo mi madre.

– Tienes que admitir que tú también tienes curiosidad, Susan –comentó él.

Ella se volteó y, mientras intentaba ocultar una sonrisa, respondió.

– ¿Bromeas? Muero por conocer al que ha sido designado para mi hijo, pero no por eso, voy a sofocarlo con mis preguntas, esperaré a que él decida traerlo a casa –esto último lo dijo con una gran sonrisa mientras me miraba.

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