XXII

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Dante condujo por la ciudad mientras conversábamos de cualquier cosa. La radio de la camioneta estaba sintonizada con una emisora cuyo locutor estaba narrando historias de fantasmas, aprovechando las altas horas de la noche; Dante y yo debatíamos la veracidad de cada una de ellas, riendo por las conjeturas sin sentido en las que concluíamos.

– Ponle un poco más de lógica, Ángel, ¿Quién querría pasar su vida como fantasma espantando en un baño? –insistía él.

– Pues alguien quien nunca quiso bañarse en vida, a lo mejor un baño sonaría terrorífico si no te gustaban –razonaba yo.

– ¡Pero no tiene sentido alguno!

– Lo tiene para mí.

Negó con la cabeza mientras reía.

Seguíamos discutiendo mientras subíamos a su apartamento e incluso mientras yo dejaba mi mochila en su habitación.

– ¿Qué harías si fueses un fantasma? –pregunté.

– No lo sé realmente, a lo mejor asustaría a los estudiantes en su época de exámenes para mantenerlos despiertos –respondió.

– ¿Profesor aterrador aun después de la muerte?

– ¿Soy aterrador?

– A veces, pero creo que las chicas parecen compensarlo bastante bien con tu cara bonita.

Me sonrió y enarcó una ceja.

– ¿Tengo la cara bonita? –preguntó divertido.

– Palabras de ellas, no las mías –me defendí.

– ¿Y tú qué piensas de mí?

– He visto mejores –hice un gesto pensativo.

– Auch, pensé que tenía la delantera aquí.

– Bueno, ahora sabes que no es así.

Caminó en mi dirección y me jaló del pantalón para tenerme cerca. Cuando estuve a escasos centímetros de él, me miró a los ojos.

– Y ahora que estoy cerca, ¿Sigues pensando lo mismo? –preguntó en voz baja y ronca.

Fingí meditarlo un poco mientras intentaba controlar los latidos que hacían eco en mi pecho.

–Desde aquí puedo afirmar que tienes cierto encanto –murmuré.

– ¿Solo eso?

– Me siguen gustando tus ojos.

– Gracias, venían con la cara.

Lo miré sorprendido un momento antes de estallar en carcajadas.

– Pensé que era yo el experto en arruinar los momentos –exclamé cuando pude recuperar un poco el aliento.

– ¿Estábamos teniendo un momento? –preguntó con una inocencia bastante falsa.

Me reí por un rato más hasta que pude serenarme por completo.

– Se me antoja ver una película, ¿Podemos? –pregunté.

Hizo un mohín bastante gracioso.

– No soy muy amante de las películas, pero si eso quieres, puedo ver una –admitió.

– ¿No te gustan las películas?

– Prefiero leer.

– ¿Por qué no te gustan? –pregunté con genuina curiosidad.

– El argumento no es muy entretenido, siento que estoy viendo más de lo mismo todo el tiempo.

– ¿Siquiera has visto la del viejo mundo? –pregunté incrédulo.

Nada está escritoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora