XXIV

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La semana transcurría algo aburrida ante la expectativa de que pronto vendrían las ansiadas vacaciones y los profesores estaban un poco desesperados por transmitirnos todos los conocimientos necesarios para los exámenes finales que se acercaban cada vez más, pero lo cierto era que nadie prestaba atención realmente a estas alturas y que las expectativas del verano eran más fuertes que las notas, aun cuando éramos conscientes de que el estrés por aprendernos todo a última hora era inminente. Daniel era un manojo de estrés que no había conocido hasta el momento y estaba enfocado en estudiar y devorar los libros que llegaran a sus manos, una faceta que nunca esperé presenciar de él.

–Si llego a sacar un mal promedio, mis padres me matarán cuando vuelva a casa –me respondió cuando le pregunté por el repentino frenesí de responsabilidad.

–Pero, ¿No deberías haber empezado a preocuparte desde el principio? –pregunté entre risas.

–Cállate, Ángel, estas desconcentrándome.

Me reí por un rato más hasta que tomó sus cosas y se marchó a la biblioteca, alegando que yo era una distracción para su aprendizaje y sus ganas por superarse. Eso solo me hizo reír más.

La mañana del viernes, Jessie me mandó un mensaje algo confuso.

JESSIE

¡Te envidio! Pero espero que te diviertas.

YO

Ahora si enloqueciste del todo, ¿De qué rayos estás hablando?

JESSIE

¿No te has enterado? Lo siento, ya me contarás luego.

YO

¿Puedo saber de qué hablas?

JESSIE

No, hablamos más tarde.

YO

¡Jessie!

JESSIE

Estoy ocupada, Ángel, ya te dije que hablaremos después.

YO

¡Fuiste tú quien me escribió!

JESSIE

Que lo disfrutes.

Me quedé viendo mi teléfono con la interrogante en mi rostro y, cuando intenté llamarla para hacerla hablar, simplemente me ignoró y terminó por apagar el aparato para evitar que siguiera molestándola. Suspiré algo irritado y seguí con mis clases. Para cuando la tarde llegó y yo me devolvía a casa, Dante me interceptó en la entrada con la camioneta y bajó el vidrio del copiloto para poder hablarme.

–Sube –dijo con una sonrisa.

– ¿Volviendo a tus días de secuestrador?

–No puedo perder mis costumbres.

Puse mi mano en mi barbilla y simulé que lo consideraba.

–No lo sé... ¿Realmente me conviene subir a tu camioneta? –pregunté.

–Sube ya, Ángel, ¿Cuándo te ha perjudicado subir a mi camioneta?

–Podría mencionar un par de veces...

Alcé mi ceja y la moví sugestivamente, él frunció el ceño un momento antes de sonreír de manera picara.

–Eso fue un golpe bajo, pero puedo asegurarte de que esta vez no vas a arrepentirte –dijo.

–Aún tengo mis dudas.

–O subes ya, o voy a amarrarte y meterte dentro del maletero.

– ¿Delante de todos? ¿Qué dirían del profesor Weaver?

Nada está escritoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora