Siempre se ha dicho que las sirenas no existen, solo son cuentos fantasiosos de niños, criaturas mitológicas que solo pueden existir en la mentalidad de un niño. Sin embargo, las leyendas no tienen por que ser una mentira, si no un mal recuerdo de u...
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"El odio siempre mata, el amor nunca muere"
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—Maldito imbécil—Refunfuñaba la joven sirena mientras caminaba con dificultad entre la espesura de la isla.—Va a ver como la "sirenita" lo deja tirado a su suerte, si piensa que después de esto lo voy a ayudar se equivoca.
Divisó el océano a lo lejos y soltó un pequeño suspiro de nostalgia.
—Tengo que volver al océano, allí es donde pertenezco, apoyando a las personas que de verdad me importan.
Se agarró a una pequeña liana y bajó con cuidado hasta tocar la superficie de arena. Escuchó a lo lejos una serie de murmullos que provocaron en ella un pequeño escalofrío.
En la playa, estancado se hallaba un gran barco, algo deteriorado, y sin duda no muy elegante, pero sí lo suficientemente bueno como para sacar al idiota de Adrien de esa isla.
—Si consigo sacar a ese imbécil de aquí no tendrá más remedio que agradecérmelo—Dijo—Va a tener que tragarse sus palabras.
Caminó algo tambalenate hacia la playa y observó a al menos una decena de hombres bajar y preparar cosas del barco, sus ojos repararon a en un hombre de tez morena, muy corpulento, de hombros muy anchos y un gran busto. Sus ropas estaban algo súcias y desgastadas pero aquello no detuvo a Marinette.
La chica se acercó a aquel extraño y conforme más se aproximaba a él un desagradable olor a humanidad iba inundando su olfato.
—Ehh... Disculpe—Comenzó a decir ella.
El hombre se giró de golpe con una gran mueca de desagrado en su rostro, cosa que intimidó a Marinette, sin duda él era más alto que ella, casi dos cabezas más y por casi se tuvo que poner de puntillas para llegar a sus hombros.
—Hola...—Murmuró la joven soltando una risita nerviosa a consecuencia del temor que aquel hombretón ejercía sobre ella—¿Su barco lleva a tierra firme? Quiero decir... a un lugar llamado Niza... o París o a algún lugar terrícola de esos raros en los que vivís.
El hombre soltó un gruñido y escrutó a la joven con la mirada.
—Sí, atracaremos en Niza mañana al alba—Dijo él con voz ronca.
—¡¡Estupendo!!—Exclamó ella—Perdón... Osea... ¿Podría llevarnos a mí, o más bien a un tío que se ha quedado por ahí perdido en la selva, es muy importante para él.
