CAPÍTULO 2: "En la BB"

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Narra Mar:

Tan solo llevaba 10 minutos en la BB y ya estaba aburrida de Justina:

— A la cocina solo se puede entrar en horas de comer, o si te toca cocinar claro está... — la vieja me agarró de la barbilla y hizo que la mirara —. No te atrevas a romper ni una regla, ¿está claro? ¡Ah! Arriba nunca — me aviso —, zona prohibida para vos.

Don Bartolomé estaba enfrente mía, dándole instrucciones a una mujer que parecía una criada, pero en realidad no se bien que era. Me miró, y me sonrió falsamente:

— No te dejes amedrentar por Justine, parece rígida pero en el fondo es un dulce de arándanos — carraspeó —. Pimpollo..., unas pocas reglas para una sana convivencia. Respetando a los demás, me respeto a mí mismo — mientras hablaba yo seguía mirando el vacío. No me importaba, nada me importaba. Aunque por fin estaba viviendo en una casa con calefacción y con comida diaria asegurada, o al menos, eso creía yo —. ¿No es súper divertida esta casa? ¿Cómo era tu nombre?

— Marianella — dije seca. 

— Mar — abrevió Barto —, ¿comiste? ¡Oh, los chicos! Llevala a que conozca a los chicos... — el hombre empezó de nuevo a ser insoportable —. No sabes lo que son los chicos... son... son hiper.

Por fin dejé de mirar al vacío y mire a Barto directamente a los ojos. Desde el primer momento que lo vi en el instituto supe que ese hombre no era de fiar.

— Tenés — dándose cuenta de que lo miraba —, una mirada muy dulce — de repente, su mano se acercó a mi cara, pero antes de que pudiera rozarme me aparté, mirándolo desconfiada —. ¡Eh, tranquila! Acá estás a salvo, ya te sacamos del horror en el que estabas — después miró a Tina, esa vieja bruja que parecía un cuervo, toda de negro. Entonces, ella me agarró de la nuca, y me hizo caminar hacia el pasillo dónde me había dicho un rato antes que estaban los cuartos. 

Tras un rato, llegamos al cuarto de las nenas. Había seis camas en total, tres a un lado y tres al otro. En el piso una alfombra fina de rayas de todos los colores. Al fondo había un ventanal por el que entraba la luz, y justo abajo de la ventana había una especie de mesa infantil, con sillas con forma de patito alrededor. Fue entonces cuando supuse que en esa casa no iba a estar sola, y que además, iba a haber niños pequeños viviendo conmigo.

Aquel cuarto era el cuarto más lindo que jamás había visto. Nunca había estado acostumbrada a cosas bonitas. Simplemente me conformaba con una cama y un trozo de manta para dormir a gusto. Pero esta casa tenía de todo, y todo era lindo. Lo único que no me gustaba, eran sus habitantes. 

— Acá vas a dormir vos — dijo Justina en tono autoritario —. Acá — remarcaba mucho el "acá" —, cuando se duerme solo se respira, ni un solo ruido. La noche es cómo la muerte — dijo. La miré. Además de parecer un cuervo parecía una hechicera que estaba a punto de embrujarme. Decía muerte y sonreía... A quién le importa... pero, ¿a alguien de verdad le parece bonita la muerte? —, esta hecha para descansar. Por cierto, dijo mirándome y poniendo de nuevo cara amarga —, vamos a tener que hacer algo con ese pelito.

No, con mi pelo no. Agarré fuerte mi bolsa, por si tenía que echar a correr de la maldición que me iba a echar esa vieja.

— ¿Qué hay en esa bolsa?

— Es mía — dije.

— ¡Acá nada es tuyo! ¡Acá todo es de todos! ¡Acá se comparte! — me gritaba —. ¿Oles? Ropa limpia en el placard, debe haber algo de tu talle.

— ¡Tina! ¡Tina! — gritaron dos voces de repente. Tina salió corriendo hacia el pasillo. Eran dos chicos, uno más grande que yo y otro más chiquito. Ambos eran rubios. El más grande tenía los ojos claros, y sí, era lindo. El más chiquito tenía el pelo largo y los ojos marrones.

— ¡¿Qué?! — gritó la vieja bruja —. ¡Acá estoy! ¿Qué es ese griterío?

— ¿Alelí vino para acá? — preguntó el chico más grande.

— Pero si estaba con ustedes — dijo la vieja abriendo los ojos como platos. Yo podía ver lo que estaba ocurriendo a través de los cristales de la puerta de mi nuevo cuarto —. ¿Dónde está tu hermana?

— Estábamos en el circo traba... — no terminó de decir el más pequeño cuando Tina hizo una señal de que se callaran. Después se dio la vuelta y cerró la puerta de mi cuarto. Otra vez me estaban dejando sola. Algo malo debía de estar pasando, y Tina, así era como la llamaban los que la conocían desde hace más tiempo, no quería que yo lo supiera.

Después de estar charlando Tina un rato afuera con esos dos chicos, volvió a entrar en mi cuarto. 

— Y vos querida — me apuntó con el dedo —, mejor bañate — después se largó por la otra puerta del cuarto y volví a quedarme sola.

Me senté lentamente en la cama, mientras miraba todo lo que había a mí alrededor.

— ¡Bienvenida! — gritó una voz masculina desde atrás.

Yo me asusté, me giré rápidamente y le pegué un puñetazo en el ojo. Lo dejé tirado en el piso. ¡Mal empezamos Mar!

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