CAPÍTULO 5: "Primer encuentro"

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Narra Mar:

Pasé la tarde encerrada en la habitación, pensando en que iba a ser de mi vida a partir de aquel día. ¿Me escaparía? ¿Me quedaría? Lo más probable era lo primero, y no tardaría mucho en hacerlo. Dentro de estas paredes no respiraba, claramente.

A media tarde bajé a la cocina, entrando por la "puerta de servicio", Justina estaba allí, acompañada de los chicos y de una pequeña. Supuse que sería la hermanita de Rama, la muy nombrada Alelí.

— ¡Vos! — me señaló nada más verme —. Te ponés acá — me ordenó —, vas a cocinar con lo que sobró del mediodía.

Sí, Justina se pensaba que yo era la Cenicienta. Y lo peor de todo, era que a mi nadie me había enseñado a cocinar. Pocas veces en mi vida había visto una sartén...

— Pero, yo no sé cocinar — dije, sincera.

— Justamente — dijo Justina agarrándome del pelo y acercándome a dónde estaba la cocina, y los fuegos —. Vas a aprender. Podés empezar por batir un huevo — dijo dejándome el recipiente dónde venían los huevos cerca. Agarré uno y lo mire raro. Apenas había visto un huevo un par de veces en vida, y estos eran muy grandes. Lo examiné despacio, dudando cómo podría abrirse ese coso.

— ¡Justine! — gritó Malvina mientras entraba en la cocina —. ¿Te acordás del polvo volátil que compramos en Ibiza? Pues parece que no es volátil, es todo duro — dijo gimiendo cómo si la doliera algo. Yo solo la escuchaba, porque estaba mirando al huevo muy concentrada —. Se me pega, ¡es un horror!

— Bueno, acompáñame al cuarto, yo te ayudo — dijo, creo, mientras salía de la habitación. Malvina la siguió llorando de manera falsa, pero antes, les dijo a los chicos —. Ustedes, se les ve en los ojos la cantidad de maldades que tienen planeadas, soy paciente y divina con ustedes, pero me llegan a arruinar la gran fiesta, y me van a conocer, ¿escucharon? — después de esto, soltó una carcajada maléfica.

Yo mientras intentaba partir el huevo con un amasador de madera, cuando, sin darme cuenta, Malvina se acercó también a mí:

— La nuevita rebelde, ¿me escuchó?

La ignoré, no me importaban sus pavadas.

— Repito: la nuevita rebelde y sorda — entonces me agarró de la cabeza y empezó a agitarla de un lado a otro haciéndome daño —, ¿me escuchó? ¡Eh! ¿Me escuchaste?

Ya no pude más, reventé y la tiré el huevo en el escote:

— ¡A mí no me tocas!

Malvina empezó a hacer aspavientos con las manos rápidamente, creía que se iba a marear de un momento a otro. Entonces ella me pegó una cachetada... pero, nadie se mete con Marianella, así que la metí una piña. Malvina cayó al piso a los pocos segundos.

— ¡La mataste! — gritó Rama.

Yo sonreí. Buen trabajo Mar.

— ¿Y ahora que hacemos? — preguntó Lleca preocupado. En ese momento, Alelí llegó a la cocina con un montón de comida que había robado en la fiesta y nos ofreció.

— Algo tenemos que hacer con Malbicha — me dijo Tacho.

— A mí me da igual... no me voy a quedar.

— ¿Te pensás ir? — me preguntó Tacho —. Hacé lo que quieras, pero tenés que saber que si ellos — señaló a Barto y a Justina, que estaban en el medio del salón —, te quieren encontrar, te van a encontrar.

Me daba igual, lo único que quería era marcharme de acá.

-...-

Narra Thiago:

Acababa de regresar de Londres tras pasarme un montón de años allí. Sí, me mandaron siendo un nene, y volví hecho un hombre, o al menos eso creía yo. Lo que sí sabía perfectamente es que tenía muchas ganas de volver a ver a mi familia: a mi papá, a mi tía Malvina, a Justina... también a mis amigos del colegio: Nacho, Simón, Tefi... Dolo, mi novia de cuando era chiquito. Aunque tuve que dejarla cuando mi papá, sin previo aviso me montó en el auto y me llevó directo al aeropuerto a tomar un vuelo que me llevaría hasta Londres, a un colegio dónde me pasaría pupilo unos cuántos años.

Estaba casi por llegar a mi casa, otra vez. A mi verdadero hogar, el único lugar del mundo dónde era feliz, con mi familia, con mi gente. Solo pedía, que todo siguiera igual que antes.

-...-

Narra Mar:

Me estaba escapando de la Fundación BB. Sí, con la distracción de la fiesta nadie se había dado cuenta de que no estaba, así que salí y listo.

Iba caminando bastante distraída cuando me choqué con un hombre mayor. Y de ahí, de torpe que era me caí en la fuente que estaba enfrente de la fundación. ¡Mierda! Ahora iba a ser más lenta en mi fuga.

Pero de repente vi aparecer una mano, una mano que tenía la intención de ayudarme. La agarré, y el dueño de esa mano me puso en pie.

Era un chico, precioso, bien vestido. Tendría como mucho un año o dos más que yo. Era morocho, con el pelo no muy corto y liso, los ojos verdes preciosos y un lunar en el cachete. Llevaba un sombrero con el que pretendía parecer mucho más interesante. Yo estaba tan nerviosa que no podía hablar, tan solo lo miraba a los ojos, unos ojos llenos de amor que querían que me volviera a sentir segura.

— ¿Y vos? ¿Quién sos? — me preguntó.

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