Everybody Wants To Rule The World - Lorde
Narrador omnisciente
Las nubes encapotadas anunciaban una lluvia próxima y nada que rodeara el ambiente indicaba que el clima fuera a mejorar. Baltimore siempre había sido una ciudad donde quizás lloviera demasiado, un sitio que vivía a la sombra de la belleza de la capital del país que estaba demasiado cerca. Era sólo otra metrópolis de Estados Unidos más llena de edificios que jamás podría brillar tanto como su vecina, la majestuosa Washington D.C. No había nada de especial en ella, nada que la diferenciada de las demás.
En Baltimore nunca sucedían cosas importantes. Las grandes historias no eran narradas allí. Quizás por eso la escogieron. Quizás por eso todos los rostros de los presentes estaban perlados del sudor causado por la extraña mezcla entre el nerviosismo y el terror. Cada par de ojos recorrió la presa que enjaulaba el lago de la Reserva Natural Liberty cuando salieron de sus coches lujosos negros tras haber recorrido la carretera 795 desde el centro de Baltimore durante casi una hora.
Un hombre robusto con el cabello cobrizo y largo salió del asiento del copiloto dirigiéndose hacia la puerta trasera de la enorme limusina azabache. Cuando la abrió sin pronunciar palabra, dos tacones rojos se posaron sobre el suelo, hundiéndose levemente sobre la tierra. El mono negro empresarial marcaba sus curvas perfectas, estilizando cada detalle de su cuerpo y sus largas piernas. La mujer se quitó con lentitud las gafas de sol y las dejó colgando de su escote por la patilla consciente de que eso atraería miradas de sus empleados. Le gustaba sentirse deseada porque el deseo era poder. Ella sabía perfectamente que ser así de bella era un pecado, estaba prohibido que existiera alguien así en el mundo. Por eso era superior al resto. Se relamió sus labios pintados de carmín antes de esbozar una sonrisa. Hoy era el día, por fin. Y todo era perfecto.
El viento aullaba a su alrededor provocando encogerse de miedo a los más cobardes, que eran muchos, y los cúmulos de nubes habían comenzado a tintarse casi del mismo color de los automóviles. Estaban solos en el lugar porque nadie se atrevería a pescar o a pasar el día allí. No con la tormenta que se avecinaba.
— Sauga sal dirba. —Ordenó en una idioma desconocido pero que todos allí comprendían mientras caminaba hacia la orilla, balanceando sus caderas.
Todos los allí presentes comenzaron los preparativos corriendo de un lado a otro, colocando las velas y esparciendo las cenizas de tejo creando dos líneas grisáceas y paralelas que simulaban un camino. La mujer escuchó cómo las sesenta voces comenzaban a susurrar al unísono las palabras de un cántico gutural e ininteligible que cargó la atmósfera. Dio la espalda al lago para observar cómo dos de los desafortunados que había escogido eran arrastrados al centro del camino, justo a sus pies. Los hombres suplicaban llorosos clemencia deslizando sus manos por sus piernas, acariciando sus tobillos con esas manos sucias y ensangrentadas. Le asqueó su debilidad.
— Mi señora, piedad...
— ¡Oh, mi grandísima! ¡Juro serviros mejor la próxima vez!
— No habrá próxima vez, escoria. —Replicó ella apartándolos con desprecio, clavando con fuerza la aguja de su tacón en uno de sus ojos que inmediatamente explotó. Al verlo, la mujer esbozó una ancha sonrisa que descubrió sus dientes afilados.
Se apartó el pelo negro de la cara con lentitud, echándolo hacia atrás con elegancia. El viento era terrible pero pese a todo su peinado seguía siendo perfecto.
Aburrida de los llantos del tuerto, chasqueó los dedos para que arrastraran a ambos hombres al centro. Observó con diversión cómo sus sirvientes sacaban los cuchillos serafines, cómo los destripaban revolviendo en sus interior hasta llegar a su esencia demoníaca. La chica de pelo rubio y el hombre moreno que habían finalizado el ritual se acercaron realizando una reverencia antes de entregarle las dos pequeñas piedras hexagonales de color negro. Aprovechando el punto álgido de los cánticos ceremoniales, la mujer volvió a girarse en dirección a las aguas. Guardó cada esencia en sendas manos estrujándolas con sus largas uñas pintadas de color carmesí hasta que las convirtió el polvo. El humo negro envolvió sus manos y fue ascendiendo poco a poco por su cuerpo hasta envolverla completamente.
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Unsteady; CAMREN
FanfictionLauren Jauregui es un ángel que ha descendido del cielo para darle un ultimátum a la humanidad. Todo va como planea hasta que conoce a Camila, la hija del presidente de los Estados Unidos.