11

6.1K 458 179
                                    

Lauren's POV

La rutina es algo que he apreciado siempre. Antes de vivir en Washington, solía realizar las mismas cosas desde que veía asomarse el sol hasta que me tocaba vigilar las noches estrelladas. Era sencillo, cómodo y nunca daba lugar a sorpresas.

Ahora, cada día parecía un poco más diferente al anterior. No es que pasara nada increíble como en aquella primera noche lluviosa de julio, pero los cambios eran los minúsculos detalles de un cuadro que se había comenzado a pintar. Camila era la mano inesperada tras el pincel. Había llegado a esta conclusión después de los cientos de mensajes que me había intercambiado con ella. Ahora escribía a una velocidad bastante aceptable aunque siempre terminaba cediendo a las insistencias de la castaña para que le enviara alguna nota de voz de vez en cuando. No me importaba porque ella solía responder de la misma forma provocando un escalofrío al escuchar su voz en mi oído a través del altavoz. Pese a no habernos visto más desde aquel día que cenamos sushi, ninguna había comentado nada respecto a quedar otra vez. Yo porque la seguía a todas partes cada vez que tenía un rato libre y ella... Sinceramente no lo sabía ni quería pensar en el porqué. Prefería concentrarme en seguir sonriendo como había estado haciendo todo este tiempo. ¿Cómo algo que sabes que está mal puede hacerte sentir tan bien? No tenía respuesta.

Me detuve antes de llegar al césped que rodeaba a la iglesia románica de San Patricio. Había cogido por costumbre acudir allí un par de veces por semana y, aunque no hable con ningún cura o algo así, me gusta contemplar las bonitas vidrieras sentada en los bancos de madera. Generalmente siempre escucho música en todo momento pero, cuando me encuentro dentro de la parroquia, sólo permito el silencio y mis pensamientos. Suelo hablarle a Padre pese a que sé que no puede escucharme desde ahí. En contra de lo que cree la humanidad, las iglesias no sirven para hablar con Dios. Son sólo un lugar donde rendir adoración a su divinidad, un monumento a la fe, nada que ver con una cabina telefónica celestial o algo por el estilo. Me pregunto en qué momento de la historia comenzó a difuminarse el verdadero significado de ellas.

Subí el par de escalones hasta llegar al portón de madera abierto pausando la canción Medicine de The 1975 que sonaba en ese mismo instante antes de entrar.  Cruzando la estancia casi vacía, me senté en el banco de la primera fila justo a la izquierda del altar. No tenía mucho que decir más que pedir disculpas por tardar tanto en realizar mi tarea así que repetí, como llevaba haciendo durante meses, un "lo siento" en mi cabeza.

— Me alegra saber que la fe también llega a las nuevas generaciones. —El cura de la capilla, un señor de unos sesenta años con el pelo canoso y los ojos azules, me sonrió al hablar.

— El señor siempre está da igual para quién. — Contesté devolviéndole el gesto algo incómoda porque me había distraído.

—  Tiene razón, joven.  ¡Espero verla de nuevo por aquí la próxima semana! —Se despidió señalándome a la Biblia de cuero negro que llevaba en la mano.

Desconocía su nombre pero era un hombre bastante agradable al cual le había visto varias veces recolectar bolsas de ropa y comida para aquellos que vivían en condiciones más desfavorables.

Tras estar una hora disfrutando de la paz que me transmitía el lugar, me dirigí a mi sitio preferido en la Tierra. Soltando mis libros sobre la mesa de madera, me dejé caer en mi silla habitual del Jauregui's. El frío con el paso de los días se hacía más intenso y estaba empezando a preocuparme porque temía tener que dejar pronto mi lugar en la terraza y sentarme en el interior del local. No es que notara en mi piel el descenso de las temperaturas debido a mi divinidad pero sería demasiado extraño ver a alguien ahí como si nada cuando todos paseaban con guantes y bufandas.

Unsteady; CAMRENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora