EL EFECTO DE LA ORQUÍDEA BLANCA

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                                    Capítulo 1

     Lluvia, granizo, remolinos de viento ácido y oscuridad, todos los componentes de una guerra sanguinolenta. Las montañas, valles, ríos y mares se teñían de un rojo vivo por la sangre derramada de aquellos que luchaban junto a su rey por defender su reino y sus propias vidas.

    Pero no había nadie que pudiera detener a Tarius de Meridian, el último Ajano del Reino de la oscuridad, uno de los Nueve Reinos que constituían estas tierras. Tenía el poder y las ansias de matar, destruir y arrasar con todo aquel que se interponía en su camino. Tarius solo ansiaba una cosa, ser el señor, amo y Rey supremo de estos Nueve Reinos. Y con su inmenso ejercito de sombras oscuras montando gigantes y terroríficos murciélagos por el aire dando paso a un cielo oscuro sin luna ni estrellas, y por tierra los no muertos, seres mutados, creados por el mismo Tarius, con deformidades en sus rostros y sus cuerpos casi descomponiéndose, pero fuertes y destructores, lo arrasaron tono. Todos ellos daban caza, mataban y descuartizaban a todo aquel que intentaba impedir la conquista de su siniestro rey.

    Siete de los nueve reinos, con sus ejércitos de poderes otorgados por los Dioses, se unieron para derribar a Tarius y su ejército. La lucha duro días y días sin tregua, sin descanso, pero al final consiguieron atrapar a Tarius con algunos de los seres que lo acompañaban que no pudieron escapar. Los torturaron y mataron en honor a todas las vidas que ellos se habían llevado, todas esas familias que se habían quedado sin padre y hermanos, les dieron honrar sus nombres sin la más mínima piedad, dejando así a Tarius para el final.

    En un claro desierto de un bosque, justo en el centro, ataron a Tarius a una cruz de madera de pie pero sin que sus pies tocaran el suelo, para que la sangre no le circulara correctamente y así la tortura fuera  más intensa, más dolorosa. Cada rey se colocó delante de él, rodeándolo en un círculo perfecto, y preparados para comenzar con la venganza que tanto deseaban. La tortura duró lo mismo que había durado su guerra, pero Tarius no se quejó, ni pidió clemencia, solo hubo silencio y odio en esa mirada oscura y llena de maldad. El día que por fin le dieron muerte con siete estocadas de una daga muy afilada en el corazón por cada rey, Tarius se pronunció con una amenaza fría y segura como la daga que lo había atravesado varias veces por el cuerpo:

    ”Volveré, saldré del propio infierno y vendré a por vosotros, mataré a cada uno de vosotros y me haré con los Nueve Reinos. No habrá piedad ni perdón para nadie, ese día todo se hará negro, el cielo se oscurecerá dando mi bienvenida y quitándoos la vida.”

    Esas fueron sus únicas palabras, pero se clavaron como fuego en la memoria de cada uno de ellos, por eso decidieron hechizar su corona, para que nadie en esta vida pudiera resucitarlo nunca. Partieron la corona en tres trozos y ordenaron a nueve hombres que escondieran cada trozo en los rincones más inaccesibles y  peligrosos de esas tierras indomables, lugares tan remotamente salvajes que nadie se atrevería a adentrarse. En cuanto a Tarius, lo enterraron en un pozo sin fondo sin un entierro digno de un rey y sin ninguna señal de que él estaba enterrado en ese lugar, a continuación, cada rey echó un puñado de tierra muerta encima de su tumba para que él no pudiera  salir nunca de ahí y jamás descansara en paz esa alma marchita.

    Cada rey juró no decir nunca donde estaba enterrado Tarius con un pacto de sangre y así tener la paz que tanto ansiaban, cada uno gobernaría en su reino como deseara y nunca harían guerras entre ellos devolviendo de esa manera la paz que tanto se merecía cada uno de los reinos y poder vivir en tranquilidad con sus familias durante muchos años. Montaron a sus caballos y regresaron a sus tierras con sus familias dejando atrás el infierno que habían vivido durante esos días de guerra, el dolor, las pérdidas queridas y la sangre derramada quedaron guardadas en esas malditas tierras señalizando el recuerdo de aquel fatídico tiempo.

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