Capítulo 20

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    Tras varias horas caminando pararon a descansar en un claro lleno de piedras calientes por el sol. Ebolet, con la insistencia de Catriel se sentó a su lado, los indígenas se colocaron a su alrededor haciendo pequeños fuegos para calentar la comida que trasportaban.

    Tras sentarse, Catriel sintió el cansancio y el pinchazo de la herida de su brazo. Cogió agua y comenzó a remojarla para poder limpiarla, en plena batalla casi no se había dado cuenta de ella y en el viaje, al estar más pendiente de la princesa, esa herida había quedado en segundo plano, pero ahora la molestia era más fuerte y su brazo parecía carecer de fuerza.

  -Deja que te cure. –Le pidió Ebolet mirando intensamente esa fea herida.

    Catriel miró la decisión y preocupación en su mirada e hipnotizado se mantuvo callado, ella alzó su mirada hacia la de él y por un momento creyó viajar lejos de ese lugar, estar fuera de ese mundo con Catriel a su lado, los dos solos en todo un páramo verde, su cuerpo era cálido, fuerte y poderoso y el magnetismo podía con ella.

     Sin remedio y sin poder evitarlo, los labios, actuando por voluntad propia se fueron acercando, lentamente y con suave paciencia, apremiante hacia los de él, pero la razón ganó la batalla y Catriel giró su rostro antes de cometer el error de besarla.

    No era el lugar ni el momento, los indígenas estaban más atentos a ellos que a las llamas del fuego. Ebolet avergonzada bajó la mirada a su herida y cortando un trozo de tela de su propio vestido hizo el intento de limpiar esa herida, pero Catriel frenó esa mano y la retiró de su cercanía.

  -Yo me la curaré. –Le dijo mordaz y con los labios apretados, después se levantó y se alejó de ella unos metros desplegando la cuerda, soltando un buen trozo de esa atadura y permitiendo que pudiera mantener una buena distancia que no lo perturbara pero sin soltarla de sus manos.

    Ella lo miró atenta, con el alma por los suelos vio cómo se alejaba, como la rehuía y aunque sabía que así tenía que ser, ese acto le dolió en lo más profundo. Sin poder evitarlo se abrazó las rodillas y bajó la vista al suelo, resguardando de esa manera su pena.

  -Arnet, deberías comer un poco. –Mamuat atento a la situación de ella se le acercó con un plato de comida y una jarra con agua. –Os vendrá bien.

    Ebolet le sonrió agradecida y lo aceptó. El anciano se sentó a su lado para compartir la comida con ella y hacerle compañía. La princesa trató de aparentar serenidad y entusiasmo mientras Mamuat conversaba con ella.

    A poca distancia Catriel los observaba, no le había quitado la vista de encima en ningún momento. Comenzaba a conocerla mejor y podía llegar a leerlo todo en ella, aun así, había cosas que no comprendía y por mucho que se lo negara estaba deseando entenderla, comprenderla y sobre todo, tenerla.

    Sacudió la cabeza tratando de borrar esos pensamientos inoportunos. Se pasó la mano por el cabello tirándoselo hacia atrás y continuó con su herida.

  -No lo hacéis bien, Galinety.

    Almarena estaba justo delante de él con una mano en la empuñadura de la espada que descansaba en su cinturón y la otra suelta, sus labios le dedicaban una sonrisa de lo más seductora y su mirada oscura se clavó en él, de una forma intensa. Almarena se acuclilló a su lado y se acercó detenidamente a él y a su cuerpo.

  -Dejarme a mí, sino, haréis que esa herida se infecte.

    La joven indígena se sentó delante de él y con manos maestras comenzó a sanar ese corte. Catriel la miró y por primera vez se dio cuenta de lo hermosa que era esa mujer, era una belleza salvaje, de rasgos definidos y a la vez dulces, era atrayente, pero no más que Ebolet.

El Fecto De La Orquídea BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora