La distancia prudente, el escondite perfecto, eso era lo único que abarcaban los pensamientos de Catriel cuando su cuerpo se abalanzó contra le cuerpo de la princesa.
Sácala de ahí.
Esa misma alarma era la que caía sobre su cabeza una y otra vez en el mismo momento que había visto a una sombra, a uno de esos seres caer como una flor muerta sobre ellos. Corrió cuanto sus pies le permitieron, y justo detrás Jeremiah, hasta los mismísimos guerreros de la Luz, la corte personal de Ebolet, lo habían seguido hasta la mitad del camino.
Ahora, cuando se encontraba en las mismas ruinas de Pelesya, en el pleno de un destrozo aún más antiguo que toda la naturaleza que los rodeaba, se permitió el lujo de soltar a Ebolet y meterla dentro de un agujero, estrecho que había bajo tierra. Dalila fue introducida con la misma presión, como si trataran de meter a una hormiga en su hormiguero para después taparlo y dejar fuera de servicio la única salida posible, pero en el momento que Ebolet se abrió un hueco entre las piernas de su prima, ese cabello negro asomó por las miles de ramas que Arnil y Kirox habían tirado con gran rapidez antes de salir corriendo de nuevo, al campo de batalla para defender a los otros guerreros, cuya batalla ya había empezado por que el sonido del metal, los gritos y la carne siendo desgarrada se escuchaba desde la lejanía.
Catriel posó su mano encima de esa cabellera negra y con un delicado empujón, trató de meter de nuevo a la princesa dentro.
-No.
Se quejó la princesa, cuya intención era la de acompañare a los hombre para poder luchar.
-Sí. –Exigió Catriel con ferocidad mientras insistía una y otra vez.
Los ojos de Ebolet se alzaron y miraron a Catriel más desafiantes que nunca. Por lo visto, no estaba dispuesta a obedecer.
-Puedo luchar, incluso defendería mejor mi espalda que cada uno de vosotros…
-No permitiré que os expongáis al peligro. Esta vez yo seré quien os proteja.
-No deseo vuestra protección…
La excusa de Ebolet se vio interrumpida cuando el rey, de un fuerte empujón acompañado de un rugido, utilizó su fuerza y desesperación por mantenerla dentro de esa cueva, esa barrera de protección. Pero Ebolet, también, con el último esfuerzo, retiró esa mano de un manotazo e intentó salir.
-No os estoy pidiendo permiso, ni que lo hagáis como un favor… -Catriel, con cada músculo tenso y los labios apretados, habló casi en rugidos. -¡Te ordeno que te quedes ahí hasta que venga a por ti!
-No. –Insistió ella, con la misma furia y sintiendo la misma presión en cada parte de su cuerpo. –No sois quien para interponeros ante mí.
El aire se cortó entre ellos por un momento y Jeremiah se quedó tan pálido que casi no podía hablar, hasta la propia Dalila, atónita, enrolló sus deditos en la muñeca de su prima, pero hasta ese simple gesto no movilizó a la princesa.
-¿Estimas mis órdenes poco razonables?
-Sí cuando me pedís que me esconda, en cuanto, yo os salvé de las Amantrapolas.
-¡Esto es diferente, mujer!
El dragón a su espalda ya se estaba removiendo inquieto y tan exasperado como su amo y todavía no había entrado en batalla. Jeremiah, recuperado y observando los gestos de esos dos, cuya pareja parecía más; unos enemigos amenazándose que un hombre protegiendo a una mujer, encontró el sentido del habla y pudo esforzar a su boca al movimiento.
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El Fecto De La Orquídea Blanca
Ficción históricaNueve Reinos levantados en una tierra mágica, donde habitan seres extraordinarios con unos dones otorgados por los dioses según sus reinos y la sangre que corre por ellos. Nueve reyes, Nueve dinastías con Nueve vidas a punto de dar comienzo a una nu...