Capítulo 12

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    Salieron por fin de la celda de piedra que los había rodeado, donde unos enormes muros se habían encargado de tapiar cualquier vista del espeso paisaje. Ese desfiladero comenzaron a dejarlo atrás con cada fuerte cabalgada que daban pero no su decoración, parecía que las piedras de esa sagrada zona los persiguieran. Igualmente no era eso lo que más perturbaba a Ebolet, que parecía una estatua quedándose sin aire y sin forma alguna de hablar. Ni siquiera los gritos que dio Minos, manteniéndose montado a caballo, a sus hermanos, los que se unieron al grupo de nuevo volando muy cerca de sus cuerpos y a poca distancia del suelo, fueron capaces de reanimarla de un estado venido abajo.

    El aire era asfixiante y más aún cuando un brazo fuerte y duro como una roca le impedía la mitad del esfuerzo que estaba haciendo para poder respirar. No solo tenía que soportar la presencia de Catriel a su espalda, sino que, su cuerpo parecía volverse loco por mantenerse bien pegado al calor que él desprendía, que extrañamente, había aumentado con cada galope que habían dado. Sus labios parecían sellados y solo se abrían para poder soltar una bocanada de aire, pero necesitaba más y ese hombre se lo estaba impidiendo.

    Ya que sus palabras no parecían colaborar con ella, alzó los brazos y colocó sus manos en el abrazo de él, ese hierro ardiendo se tensó, como todo su cuerpo y en un compulsivo movimiento la apegó más a él, tanto que, notó su nariz rozar el fino cabello.

  -No pienso soltaros, princesa. –La piel se le erizó cuando el cálido aliento de Catriel hizo volar esa zona de su cabello.

  -Solo… Necesit… Solo necesito… respirar. –Balbuceó ella con el corazón latiendo a mil por hora.

   La revoltosa mujer que Catriel mantenía amarrada como a una serpiente, tartamudeaba cada palabra, un sonido que le agradó. Su brazo se ablandó solo un poco pero se mantuvo en esa zona para continuar con el contacto del cuerpo de Ebolet contra el suyo, aunque la princesa nada más se vio libre hizo el esfuerzo por separase de él, algo que Catriel no permitió y la devolvió de nuevo a su cercanía, forzando otra vez el agarre para que no escapara su presa de la jaula improvisada que había hecho con su brazo.

  -Manteneros quieta mi lady, me resultara muy difícil controlar a la nerviosa bestia que montáis, la cual, con tanto movimiento se está volviendo contra mí.

    Su amenaza escondía otro significado, uno oculto para ella, ya que no entendió a qué se refería ya que su caballo galopaba tranquilamente.

    Insistió de nuevo para que ese brazo se alejará lo máximo posible de su roce y notó el fuerte respirar de Catriel sobre su cabello. Pudo apreciar como cogía las riendas con mayor fuerza, estrujándolas mientras las venas de sus manos se hinchaban, esa imagen que debió de interpretar como amenazadora fue distinta a todos sus sentidos, que se revolucionaron como gigantes hormigas subiendo desde su pierna hasta llegar revoltosas a su estómago. Subió la vista por ese fuerte brazo y sin darse cuenta colocó su mano encima de la de él, el brazo pareció tensar se debajo de ella y ya no pudo controlarla, ese calor le había activado la sangre que comenzó a correr como loca por sus venas. Quería tocarlo y ese deseo fue directo a sus dedos, los cuales, comenzaron acariciar cada nudillo dorado perfilando su contorno. La mano que percibió tal cariño se relajó como la mantequilla y su amo soltó un suave gruñido contra el suave cabello de ella.

    No podía imaginarse ni por un momento que esa mujer pudiera causarle tal efecto con tan solo tocar su mano levemente, pero esas caricias lo estaban volviendo loco, era aterrador como vagaba su mente atrayendo imágenes guardadas en lo más escondido para no hallarlas jamás pero, cada filtración de ellas lo debatía a desear ver más, todo junto, hasta el olor que desprendía la muchacha lo trastornaba y estrangulaba lentamente deseando la libertad que ella le podía dar. Estaba cautivado y a su merced, cosa que no le gustó reconocer.

El Fecto De La Orquídea BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora