Tal vez el sonido intenso de un ave cruzar el vuelo, de un pájaro cantarle al cielo, o el susurro de un animal acechando en la oscuridad, tal vez miles de sonidos, miles de cantos podían borrar a la vez que ahuyentar el sonido suave de su cabeza, pero no, ese sonido era el canto de una mujer en plena guerra, el canto de una mujer que descansa en el fondo del mar, esperando su libertad, esperando una mano conocida que la saque del agua para llevársela.
Un sonido de llamada como la sirena de una caracola avisando de la cercanía de visitantes a sus tierras, o barcos acercándose en la lejanía.
Esa era la sirena que escuchaba Ebolet venir del viento, con él y a su lado, una sirena que la rodeó, la abrazó y la rozó con sus manos hasta ponerle la piel de gallina.
De lejos, el rey de los Drakos la observó, con mucha atención. Su cuerpo estaba solitario, encima de una piedra en lo alto de la cumbre, lugar donde se encontraban, justo por encima del poblado de los Tuarte-Luss. Su imagen ensombrecía su mente, esa belleza tentada por el viento y el ansia de poseer cada centímetro de su cuerpo creció como la primera vez que la vio, en una misma pose, hablando con el aire como si se pasaran mensajes. Su vestido, olas de un mar blanco se levantaba en el aire como si se tratara de una hoja que caía, lentamente en la tierra.
Y esa hoja estaba en sus manos. Pensó.
-Deberíais i a por vuestra princesa. –El sarcasmo de la princesa indígena no dejaba dudas a lo muy enfadada que estaba con él, Catriel solo le dedicó una mirada sin interés y volvió su vista hacia Ebolet. -Es hora de partir. –Finalizó con sequedad y un tono más alto al comprobar como ese rey se desinteresaba completamente del estado de Almarena.
Dejó atrás a los indígenas que preparaban su salida y con paso firme se acercó a la figura de la princesa, quien parecía más ajena que nunca a todo lo que le rodeaba. Con mucha lentitud y en sumo silencio, se subió a la misma roca y se quedó detrás de ella. Ebolet perecía en sus pensamientos, en sus palabras silenciosas y él, pasó desapercibido para su atención.
-¿Buscas nuestro camino, o solo, tratas de comunicarte con los ancestros para que nos guíen…?
-No. –Cortó Ebolet con sequedad.
Lo había sentido, era imposible no hacerlo cuando simplemente su cuerpo se comportaba así, sentía el calor que él desprendía y su aroma, un aroma exclusivo de ese rey que la envolvía en el bello atardecer del final de un día de primavera, pero cuyo sentimiento, ahora estaba más que pisoteado.
Ebolet lo había escuchado y ni siquiera se había sobresaltado, lo único que había saltado en ella era la llama de la ira que en ese momento su corazón sintió, y aunque no era su intención, su voz, al igual que sus sentimientos, contestó a la pregunta de Catriel en tono cortante.
Después, sin dirigirle ni una sola mirada se fue, pasando por su lado del mismo modo como si de pronto, él hubiese dejado de existir.
El rey sabía que esa mujer estaría enfadada, es más, había vuelto a la educación en sus palabras, pero dicho temperamento, tan frío, no podía estar relacionado con una simple molestia. Así pues, decidido en averiguarlo la siguió.
-Ebolet… Ebolet. –La llamó pero ella continuó hacia delante. Catriel apresuró su paso y la tomó por el brazo.
-No me toquéis. –Ordenó ella mordaz a la vez que se giraba cara él y retiraba ese agarré de un violento tirón.
-¿Qué te pasa? –Exigió él mirando su mano con perplejidad y luego a ese negro que ardía en llamas.
Esa mujer lo acribillaba, sus pupilas estaban dilatadas completamente. Cada gesto de su cara estaba endurecido y ese cuerpo delicado, se había transformado, desde su cara hasta sus pies todo se había vuelto tenso y preparado para entrar en batalla. La conocía, sabía que cuando sus brazos se abrían un poco, Ebolet se preparaba para sacar su espada y atacar, solo que esta guerra era complemente diferente y Catriel saldría tan escaldado como ella lo estaba.
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El Fecto De La Orquídea Blanca
Historical FictionNueve Reinos levantados en una tierra mágica, donde habitan seres extraordinarios con unos dones otorgados por los dioses según sus reinos y la sangre que corre por ellos. Nueve reyes, Nueve dinastías con Nueve vidas a punto de dar comienzo a una nu...